P. Carlos Cardó, SJ
Cristo y cinco apóstoles, Georges Rouault (1937), Museo Metroplitano de Nueva York |
En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venir conmigo, que renuncie así mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre, entre los santos ángeles".Y añadió: "Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder".
Jesús ha
terminado la etapa de su ministerio público en Galilea y ha comenzado su marcha
a Jerusalén donde va a ser entregado. En el camino se dedica a preparar a los
apóstoles para que puedan resistir la prueba que para ellos también va a
significar su pasión y crucifixión. Su lenguaje les parece insoportable, tanto
que Pedro, tomándolo aparte, comenzó a
increparlo. Pero Jesús lo ha reprendido duramente a la vista de todos: Apártate de mi, Satanás. Tú piensas como los
hombres, no como Dios.
A
continuación, Jesús reúne a la gente y a sus discípulos y les da una
instrucción sobre lo que significa ahora seguirlo. El que quiera ser su
discípulo tendrá que estar dispuesto a asumir su
estilo de vida con todas sus consecuencias. Así la vida de Jesús se prolongará
en la del discípulo.
La
instrucción está construida sobre cinco dichos, que son cinco opciones
capitales que habrá que tomar, sobre todo en momentos difíciles, cuando se
sienta la tentación de abandono. Probablemente Marcos, al escribir estas frases
de Jesús está pensando en las persecuciones de Nerón que se abaten contra la
comunidad cristiana a la que escribe su evangelio.
Si alguno quiere venir…, dice Jesús. No obliga a nadie.
Es una decisión personal. El amor y la amistad no se imponen. Es verdad que Él
es quien ha tomado la iniciativa: Llamó a
los que quiso (Mc 3, 13), pero respetando siempre la libertad.
Se le sigue detrás. Era la costumbre: los discípulos
seguían detrás a su rabino. Aquí es mucho más que una costumbre social. Es ir
tras sus huellas, imitándolo. Aceptarlo como maestro es tenerlo por guía en la
propia vida.
Niéguese a sí mismo. Es la primera condición del
seguimiento. Consiste en abandonar las propias maneras de pensar que se opongan
a los valores que Él encarna y propone. Concretamente, se trata de negar o superar
las actitudes egoístas, la ambición, el afán de dominio, la búsqueda de privilegios
materiales o sociales. Es salir del propio amor y del propio interés para que
sea sólo la voluntad de su Padre la que rija las decisiones y acciones. Se
niega el falso yo centrado en sí mismo, para asumir la nueva condición de hijos
y de hermanos, que hace de la persona un ser para los demás.
Cargue con su cruz –y Lucas añade: cada día– hace referencia a la
liberación propia que permite salir de sí mismo para hacer posible la donación
sin reservas, hasta el punto de aceptar la disposición a morir por causa del
seguimiento de Jesús y, en todo caso, admitir las tribulaciones y rechazos que
podría acarrear la fidelidad al evangelio.
Esa
liberación personal no se da sin una lucha sostenida contra los influjos del
mal, en particular aquellos que más encierran a la persona en sí misma: la
ambición del tener, dominar y gozar. Cargar la cruz significa también
sobrellevar las enfermedades, sufrimientos y renuncias que la vida impone,
teniendo fijos los ojos en Jesús puesto en cruz, cuya compañía en tales
circunstancias hace descubrir el sentido que pueden tener y llenarlas de amor
como Él lo hizo. Es, en último término, la identificación plena con su Señor
que hace decir a San Pablo: He sido
crucificado con Cristo, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí
(Gal 2,20).
Cargar la
propia cruz no tiene nada que ver, por tanto, con el sometimiento y la
resignación. Tampoco se trata de quedarse en una búsqueda privada y
voluntarista de imitación de los padecimientos de Cristo, percibidos
imaginariamente, para intentar reproducirlos infligiéndose sufrimientos y
renuncias que no expresan ni dinamizan el amor, sino que encierran a la persona
en el sentimiento narcisista de autojustificación y santificación.
Cuando Pablo
afirma que reproduce en su cuerpo los padecimientos que faltan a la pasión de
Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia (Col,
1.24) y cuando menciona los estigmas de Jesús que lleva en su cuerpo (Gal 6,17), no se refiere a dolores
físicos o psíquicos provocados a sí mismo, sino a las fatigas, desvelos, hambre
y sed, frío y desnudez que le ha acarreado su solicitud por todas las comunidades
(2 Cor 11, 28).
El cristiano
ya lo sabe: la vida es don y se realiza dándola. Así la vivió Jesús, así la ha
de vivir el discípulo. Jesús va delante, abriendo camino, facilitándoles la
marcha a sus seguidores. Porque a eso han
sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para
que sigan sus huellas (1Pe 2, 21).
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