P. Carlos Cardó, SJ
Rostro de Cristo (detalle de El Joven Rico), óleo de Heinrich Hoffman (1889), Iglesia Riverside, Nueva York.En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos. Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.También han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio.Han oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno".
Jesús, con la
autoridad de quien dio los diez mandamientos, modifica la Ley de Moisés, no
para contradecirla ni abolirla, sino para darle su sentido pleno. La Ley era el
sello de la alianza de Dios con Israel, pero los rabinos fariseos la habían convertido
en un conjunto de prácticas exteriores, descuidando lo fundamental: el amor y
la justicia.
Jesús hace
pasar de una moral de acciones externas, a la moral de actitudes que arraiga en
el corazón, porque de los deseos del corazón provienen las malas acciones. Las
comunidades cristianas primitivas recordaron claramente que Jesús subordinó los
numerosos preceptos de la Torá al precepto del amor como centro. Vieron
asimismo, sobre todo Pablo, que la ley de Moisés no posee autoridad por sí
misma, sino por Jesús y que, por consiguiente, su función es la de ser guía
–preceptor o pedagogo, dice Pablo– hacia Cristo (Gal 3,24), quien por medio de su Espíritu, infundido en nuestros
corazones, nos impulsa a la justicia mayor del amor.
Por todo
esto, Jesús no dudó en mostrarse libre frente a las exigencias concretas de la
ley cuando estaba de por medio el derecho de las personas o la vida de un ser
humano que reclamaba su auxilio: por eso curó enfermos en sábado y liberó a sus
discípulos de las tradiciones litúrgicas respecto a las purificaciones y
ayunos.
Abrió la ley
a las exigencias más profundas del amor a los demás. No basta no matar (vv.
21-26), dirá; también la ira, el insulto, el desprecio son formas de matar al
otro. El acuerdo y la reconciliación entre los hermanos están por encima del
culto religioso (23-24). No ponerse de acuerdo significa destruir la propia
condición de hijo y de hermano (25-26).
Por eso, no puede
tener a Dios por Padre ni tomar parte en el banquete de los hermanos quien primero
no se reconcilia con su hermano que tiene algo contra él. La fraternidad rota
hay que restablecerla. Mantener el desacuerdo es ya en sí mismo “el mal”. A eso
se refiere Jesús cuando habla de la condena al fuego que no se apaga, la Gehenna,
que era un lugar a las afueras de Jerusalén,
en donde los paganos ofrecían sacrificios humanos al dios Moloch, y que los
hebreos habían desacralizado convirtiéndolo en un basurero, en el que quemaban
las inmundicias. Jesús se vale de esta imagen para afirmar que quien no
considera al otro como hermano es como si hubiera sacrificado su propia vida y
la hubiese arrojado a la basura.
A
continuación Jesús interpreta el mandamiento No cometerás adulterio (v.27-32). Lo que busca es inculcar en sus
oyentes el respeto a ese bien fundamental del prójimo que es su vida de pareja,
en la que se realiza como persona a imagen de Dios. Jesús prohíbe no sólo el
adulterio físico sino también el del corazón.
Una
fidelidad puramente exterior, que no sea a la vez del ojo y del corazón, será
una hipocresía. El ojo es para desear y la mano para tomar. Hay aquí una
advertencia contra la tendencia que lleva a no admirar nada sin querer en seguida
adquirirlo, consumirlo. Jesús nos exhorta a cuidar esa tendencia para que ni el
ojo con que deseamos ni la mano con que agarramos sean para nuestra muerte. La
decisión ha de ser firme, sin componendas. Por eso su lenguaje hiperbólico: arráncate el ojo, córtate la mano, si son
ocasión de pecado.
Luego habla Jesús de la indisolubilidad del matrimonio. No la
propone como una ley más dura que la antigua, sino como una gracia que Dios concede.
Dios es quien capacita para amar con fidelidad. Jesús dirá: Ámense como yo los he amado. Permanezcan en
mi amor. Por eso el amor fiel se recibe como gracia, se lleva a la práctica
en obediencia y madura con la educación del amor. Hay que educar para el amor
verdadero que tiene en sí mismo la fuerza para madurar y rehacerse en medio de
las dificultades.
Por falta de esta educación, y su consiguiente efecto de
maduración, muchas parejas se divorcian, llegan inmaduras a la boda, incapaces
de asumir con libertad responsable el compromiso estable y definitivo del
matrimonio cristiano, motivados únicamente por el deseo de ser felices, pero no
formados en la capacidad de asumir las frustraciones (y la infelicidad) que la
vida trae consigo. Creen que el amor dura mientras uno es feliz, no creen en el
amor que se recrea, se cura, soporta y perdona para renacer en una nivel
superior de mutua comprensión y apoyo; en una palabra, no creen en el amor
cristiano que canta San Pablo en la 1ª Corintios
13. Formación, acompañamiento,
comprensión y discernimiento pueden lograr lo que ninguna ley es capaz de
lograr, devolviéndole al matrimonio su pureza original de libre donación de
amor hasta la muerte.
Finalmente, el evangelio de hoy habla de la sinceridad y
transparencia. Quien jura pone a Dios por testigo de su propia veracidad. Jurar
en falso es poner a Dios por testigo de una mentira. Por eso, los juramentos y
promesas se han de cumplir para no deshonrar a Aquel que ha sido puesto como
testigo. En todo caso deberá bastar la propia palabra, como garantía de que la
persona es digna de credibilidad.
Mucho hay que trabajar en los hogares, en las escuelas, en las
iglesias para devolver credibilidad a la palabra en una sociedad que induce a
lo contrario: a convertir el sí en no y el no en sí según sea el propio
interés.
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