P.Carlos
Cardó, SJ
Abandonado,
oleo de Georges Rouault (1935-39), Memorial Art Gallery, Rochester, Nueva York
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Por eso yo les digo: No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros, y sin embargo el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves?¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede añadir algo a su estatura? Y ¿por qué se preocupan tanto por la ropa? Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, se pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen!No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimentos? o ¿qué beberemos? o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto, busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y se les darán también todas esas cosas. No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas.
No se inquieten, no anden
preocupados, dice Jesús a
sus discípulos. Cualquiera que sea la necesidad por la que estén pasando, han
de procurar poner su vida en las manos de Dios y liberarse de la angustia que
absorbe energías y quita vida en vez de darla. Detrás del ansia angustiosa por resolver
las necesidades cotidianas está el miedo a la falta de lo necesario para vivir,
reflejo del miedo a la muerte. Pues bien, dice la Carta a los Hebreos que Jesús
vino precisamente a liberar a los que el miedo a la muerte los hacia vivir como
encadenados (Hebr 2,15). Dios es el
único que nos garantiza la vida, es Él quien nos la da y la alimenta.
En el fondo del consejo de Jesús late la advertencia contra el
peligro de considerar las propias necesidades (simbolizadas en el alimento y el
vestido) como si fueran un absoluto. El único absoluto es Dios y su reino.
Debemos, por tanto, satisfacer las necesidades, pero con la dignidad de hijos e
hijas que colaboran mediante su trabajo en la obra de su Creador y Padre, y
comparten el fruto de sus esfuerzos. Así, cuando el alimento y el vestido dejan
de ser ídolos para la persona, pasan a ser medios para establecer la comunión
con Dios y con el prójimo.
Estamos en las manos de Dios. Si Él alimenta a las aves del cielo
y viste de esplendor y belleza a las flores del campo, ¿qué no hará por sus
hijos que valen mucho más ante sus ojos? Andar ansiosos significa vivir como
los paganos, ignorantes de la presencia providente de Dios que sabe lo que
necesitamos.
Pero Jesús no hace el elogio de la pasividad, ni de la pereza y
holgazanería. San Pablo dirá: El que no quiera
trabajar, que no coma (2 Tes 3,10). Jesús no contrapone a la responsabilidad
en el trabajo una vida inactiva y pasiva. No dice: No trabajen. Él dice: No
hagan del trabajo un ídolo que les quite el respiro. Hay que trabajar con
dedicación, pero sin ansiedades. “El trabajo hay que hacerlo, las
preocupaciones hay que quitarlas” (San Jerónimo).
Es el pensamiento, según algunos, característico de la
espiritualidad apostólica de San Ignacio, a quien se le atribuye esta máxima: “Obra
como si todo dependiese de ti y no de Dios, pero confía como si todo dependiese
de Dios y no de ti”.
En la base por tanto de nuestro empeño responsable en el trabajo,
que muchas veces puede resultar duro y fatigoso, ha de mantenerse la actitud interior
de libertad y confianza. Actitud de libertad para no dejarnos esclavizar ni
mecanizar por el trabajo, para no incurrir en la adicción al trabajo que disfraza
muchas veces una verdadera evasión de problemas no enfrentados, o una búsqueda
de satisfacción de carencias inconscientes que han de ser resueltas de otra
manera, o asumidas con realismo y serenidad. Y actitud de confianza también:
porque quien se hace esclavo del trabajo sólo confía en sí mismo, piensa que
todo depende de él y se vuelve un desconfiado, un hombre de poca fe.
No se preocupen del mañana, que el
mañana traerá su propia preocupación. Bástale
a cada día su propia inquietud, dice Jesús. Y el poeta Paul Claudel añadía:
“El mañana traerá consigo su propia labor y su propia gracia”.
En la perspectiva del Reino la finalidad no es el tener sino el
ser, no el acumular sino el compartir, no el dominar sino el concertar. Así
mismo, el trabajo no es un fin en sí mismo, ni se ha de apreciar únicamente por
su función económica o su fuerza productiva, sino por su sentido y orientación
en favor de la vida humana. Por el trabajo, el hombre se trasciende a sí mismo,
cultiva el mundo, lo humaniza, hace cultura, y se hace él mismo co-creador,
continuador de la obra de Dios.
Pero en la sociedad actual “eficacia, productividad y rentabilidad”
son las palabras claves del éxito. Vale aquello que produce dinero. Obviamente
sería absurdo desconocer la necesidad y deber social de producir bienes para
poder asegurar a todos los seres humanos una vida digna, razón y meta de una
economía verdaderamente humana. Pero aún desde el punto de vista moderno de la
economía, hoy el descanso es una exigencia ineludible para el funcionamiento
eficiente de una empresa bien administrada.
A esto debemos añadir, desde el punto de vista espiritual, que en
una sociedad que nos enferma de estrés y deshumaniza con la sobreexigencia y la
competitividad, es imprescindible redescubrir
el valor de lo gratuito, la ascesis del tiempo “perdido”, en el que no
se produce directamente un beneficio económico, pero uno disfruta y cultiva lo
que más vale en la vida: la propia interioridad, los seres queridos y Dios. “Yo
soy”, no “yo hago” es la proclamación de la libertad humana y cristiana.
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