P. Carlos Cardó, SJ
La curación del ciego, óleo de El
Greco (1567), Colecciones Estatales de Arte de Dresden (Staatliche
Kunstsammlungen Dresden), Alemania
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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y
enseguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de
la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las
manos y le preguntó: "¿Ves algo?" El ciego, empezando a ver, le dijo:
"Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan".
Jesús le volvió a imponer
las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba
curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole:
"Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie".
En el pasaje
anterior decía Jesús: ¿Tienen ojos y no
ven, tienen oídos y no oyen? (v. 18), y concluía: ¿Y aún siguen sin comprender? (v. 21). Se refería a la ceguera de
los discípulos para entender su presencia en el signo del pan y el ideal de una
vida que se entrega como el pan.
El milagro
del ciego de Betsaida va a señalar el paso a la iluminación. Es el milagro que
Jesús debe realizar en la comunidad de los cristianos, para hacerla capaz de
reconocer en el signo del pan su presencia, y pueda así disponerse a acoger la
sucesiva revelación (que se iniciará en Mc 8,31), de un Jesús Siervo sufriente
que salva a su pueblo cargando sobre sí el pecado, el dolor y la muerte de sus
hermanos.
El milagro
se hace en dos etapas. Es un toque de ironía del evangelista Marcos: la ceguera
de los cristianos de su comunidad es algo tan grave y difícil que requiere una
doble intervención de Cristo para abrirles los ojos. Puede interpretarse
también este detalle como una alusión implícita al aspecto trascendente de la
revelación de Cristo, que supera todo entendimiento.
En un primer
momento el ciego ve de manera imprecisa: está aún a medio camino entre las
sombras y la luz, confunde a los hombres con árboles (v. 24). Como los
discípulos que no comprendieron el significado del pan, y confundieron a Cristo
con un fantasma (6,49), o como «la gente», que identifica a Jesús con figuras del pasado, ya muertas
(Juan Bautista, Elías, los profetas).
Conviene
aplicarnos la pregunta: ¿Ves algo?
(v. 23b). Nos servirá de preparación para la gran pregunta que vendrá después: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (vv.
27b.29a). Marcos, al igual que Pablo (cf. 1
Cor 11, 28), invita a examinarse uno mismo para ver si sabe discernir a
Cristo en el signo del pan.
La respuesta
que da el ciego (Veo hombres, pero me
parecen árboles), demuestra lo lejos que se está aún de esto. Va ser
necesaria una nueva intervención para que la comunidad, al igual que el ciego,
llegue a ver de lejos perfectamente todas
las cosas (v. 25). Esa es justamente la finalidad del evangelio: hacer ver
claramente que en Jesús, pan de vida que se entrega libremente por amor a sus
hermanos, se ofrece la realización de la vida humana más perfecta y lograda, la
redención de toda forma de egoísmo que aliena la existencia, la orientación
certera hacia la verdadera felicidad, antes y después de la muerte.
La
repetición de la multiplicación de los panes y la doble curación del sordomudo
y del ciego tienen, por tanto, la intención de dejar bien asentada esta lección
fundamental que Marcos quiere dar a su iglesia: aquello que ocurrió en la vida
de Jesús, debe ocurrir en la iglesia. Cristo abre los ojos de sus fieles para
que entre en ellos la luz del evangelio.
Sólo después
de esta iluminación, prosigue la segunda parte del evangelio, Jesús se
manifestará como el Hijo de Dios y nos indicará el camino a seguir para llegar
con Él a su gloria.
Brota
espontánea en el corazón la oración del ciego de Jericó, que vendrá después y
representa al verdadero seguidor de Jesús: Maestro
mío, haz que recupere la vista (10, 51). Jesús vendrá con su luz y nos marcará
el camino. Nos dirá: Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida
(Jn 8, 12).
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