P. Carlos Cardó, SJ
La mujer cananea a los pies de
Cristo, óleo de Jean Germain Drouais (1784), Museo del Louvre, París
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En aquel tiempo, Jesús salió de Genesaret y se fue a la región donde se encuentra Tiro. Entró en una casa, pues no quería que nadie se enterara de que estaba ahí, pero no pudo pasar inadvertido. Una mujer, que tenía una niña poseída por un espíritu impuro, se enteró enseguida, fue a buscarlo y se postró a sus pies.Cuando aquella mujer, una siria de Fenicia y pagana, le rogaba a Jesús que le sacara el demonio a su hija, él le respondió: "Deja que coman primero los hijos. No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". La mujer le replicó: "Sí, Señor; pero también es cierto que los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños".Entonces Jesús le contestó: "Anda, vete; por eso que has dicho, el demonio ha salido ya de tu hija". Al llegar a su casa, la mujer encontró a su hija recostada en la cama, y ya el demonio había salido de ella.
Jesús ha
estado discutiendo con los fariseos y doctores de la ley sobre la doctrina y
las normas de lo puro y lo impuro, y ha establecido un principio: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo
que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro (Mc 7,15).
Ahora, con un gesto provocador,
se va a una región pagana, es decir, impura, y se pone a dialogar con una mujer
extrajera. Lo que cuenta es el corazón puro. Una mujer pagana lo tiene. Se
puede decir que esta acción de Jesús sintetiza su enseñanza acerca de la verdadera
piedad y su rechazo a toda forma de pensar que, por motivos religiosos, étnicos
o culturales, promueve división, exclusión y segregación de personas.
La
conciencia de pertenecer al pueblo escogido de Dios se había pervertido, hasta
el punto de considerar perros a los
paganos. Muestra de este fundamentalismo religioso es la norma que se lee en el
Tahorot, parte de las enseñanzas rabínicas
sobre la ley que se recogen en el Talmud: “Quien come con un idólatra (pagano) es
como quien come con un perro”.
Jesús, pues,
se va a territorio de Tiro y Sidón (al sur de Líbano). Entra en una casa y quiere
pasar desapercibido, pero no lo consigue. Aparece una mujer sirofenicia, de
cultura griega, que les hacía sentirse superiores a los judíos. Pero está
angustiada porque su hijita vive atormentada por un mal espíritu. Generalmente
el espíritu inmundo se manifiesta al exterior como espíritu de violencia
destructora. La mujer ha oído hablar de Jesús y viene a suplicarle que cure a
su niña.
El relato que sigue está compuesto de tal modo que sobresalga la fe de
la mujer. La designación que se hace de ella, una sirofenicia sin nombre
propio, permite intuir que se trata de una figura representativa de la
comunidad pagana venida a la fe cristiana.
Jesús va a
aprovechar este encuentro para polemizar. Sus compatriotas no han creído en él,
por más que Él ha querido comenzar su obra en Israel. Movidos por las
autoridades han comenzado a abandonarlo.
Ahora amplía
su campo de acción y va a demostrar que los extranjeros, “los perros”, pueden
estar bien dispuestos y, por tanto, ser admitidos en la mesa de los justos, porque
la fe los hace coherederos, miembros del
mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa que se cumple en Él por el
evangelio (Ef 3, 6).
El amor de
Dios por todos sus hijos e hijas no hace distinción entre ellos. Su
misericordia alcanza a todos. Jesús no puede quedarse impávido; el dolor de la
gente tiene poder sobre Él. Sabe, pues, que va a tener que curar a la niña,
pero aprovecha para componer una polémica con la mujer, empleando el lenguaje
propio de la sociedad judía y permitiéndole a la mujer retorcer en su favor esa
manera de hablar y demostrar su justicia. El tema de la discusión es el pan, que para los judíos es la Torá y la
ley mosaica y para Jesús será su persona y su mensaje.
Deja que primero se sacien los
hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los
perritos, dice Jesús
a la mujer. La frase refleja el
desprecio que los judíos sentían hacia los paganos por contar con “el pan de los
hijos” que los hacía creerse superiores. Pero además, la frase está dicha en
sentido irónico, provoca una reacción de la mujer; es como ponerla a prueba
para ver qué responde. Y, en efecto, eso es lo que sucede. La sirofenicia vuelve
a su favor la imagen empleada por Jesús: Está
bien, Señor, pero hasta los perritos debajo de la mesa comen las migajas que tiran
los niños...
La fe de la
sirofenicia ha quedado de manifiesto. Jesús señala el efecto sanante y salvador
de su fe: Vete, por lo que has dicho, el
demonio ha salido de tu hija. Y la mujer, sin pedir ninguna prueba de que
el favor le ha sido concedido, sale y encuentra a su hija sana. La fe en Jesús
es el pan de vida, el pan que Él da a todos, judíos y gentiles, el pan de su
mensaje y de su cuerpo entregado para la salvación de todos.
Todos los racismos,
prejuicios, odios nacionalistas y culturales quedan abolidos. La mesa del Pan y
de la Palabra del Señor congrega a la comunidad fraterna, símbolo de la mesa
del reino en el que Dios reunirá a todos sus hijos dispersos y será todo en
todos.
Un
conocimiento ambiguo o erróneo de Jesús deja a las personas sin fuerzas para
superar prejuicios, tradiciones e instituciones humanas que generan división.
La persona queda a la merced de costumbres asimiladas, que generan
resentimientos, desatan odios y violencia. El pasaje de la sirofenicia nos
impulsa a demostrar con nuestras actitudes que “Dios no hace distinción de
personas, sino que acepta a quien lo honra y obra rectamente sea de la nación
que sea” (Hech 10, 34s).
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