P.
Carlos Cardó, SJ
El
joven rico, óleo de Henrich Hoffman (1889), iglesia baptista de Riverside,
Estados Unidos
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Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.»El hombre le contestó: «Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven». Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: «Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme». Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste.Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: «¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!». Los discípulos se sorprendieron al oír estas palabras, pero Jesús insistió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios».Ellos se asombraron todavía más y comentaban: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?». Jesús los miró fijamente y les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible».
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si pierde su vida? (8,36), había declarado Jesús. No se puede identificar
la vida con lo que uno tiene, pues eso significa echarla a perder. Ganarla,
realizando el fin de
nuestra existencia, exige ordenar el uso de las cosas que uno tiene. El pasaje
de hoy explica de manera gráfica en qué consiste el mal uso de los bienes. Corresponde
al encuentro de Jesús con un rico, que el evangelista Mateo dice que era un joven
(19,20).
El saludo
con que se presenta ante Jesús indica que lo considera superior a los rabinos: Maestro
bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Por eso Jesús le replica: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Implícitamente lo invita a reconocer en él la bondad de Dios. Aclarado esto, le
responde a su pregunta, que no es una pregunta cualquiera. Como buen creyente
que es, el joven quiere saber cómo realizar el anhelo profundo de todo ser
humano a una vida plena, lograda y feliz, entendida como la vida eterna prometida por Dios. Por eso Jesús plantea al joven la
primera condición para lograrlo: la observancia de los mandamientos que tienen
que ver con el amor al prójimo, es decir, no mates, no seas adúltero, no robes,
no des falsos testimonios, no estafes a nadie y honra a tus padres. El mandamiento
que tiene que ver con el amor a Dios, lo deja para después y lo definirá como
seguirlo a Él: ¡ven y sígueme! (v.21),
porque en él Dios se revela como Dios-con-nosotros.
El joven queda insatisfecho, quiere
algo más. Es una buena persona que desde niño se ha portado bien, conforme a la
ley. Jesús, que valora el corazón de las personas, lo miró con cariño, dice el evangelio, y se animó a proponerle el
mayor desafío: Una cosa te falta. Vende todo
lo que tienes, dáselo a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– luego ven y sígueme. Tener un tesoro en el
cielo, es decir, tener a Dios como el tesoro, ha de ser la motivación. Si
Dios es lo más importante, la persona puede renunciar a los bienes y destinarlos
a resolver las necesidades de los pobres.
Al oír esto, el joven se echó
atrás, no se animó a seguir a Jesús, puso
mala cara, y se alejó entristecido porque tenía muchos bienes. Nunca más se
supo de él. Su fortuna le tenía agarrado el corazón y le hacía imposible creer
que Dios podía ser su tesoro, y que podía situarse ante sus bienes de manera
diferente para preferir a Dios y ayudar a los demás. La reacción del joven debió
afectar mucho a Jesús, pues lo había mirado con cariño, pero él no entra en
componendas: Mirando alrededor, dijo a
sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen
riquezas!
Como en
el caso del matrimonio indisoluble, también aquí los discípulos se quedaron
asombrados. Y Jesús insistió: ¡Qué difícil es entrar en
el reino de Dios! Es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el reino
de Dios.
¿Por qué una
frase tan categórica? Lo que Jesús quiere acentuar, con un lenguaje sin duda
adaptado a la mentalidad oriental, es el extraordinario poder que tiene el dinero
de agarrar el corazón del hombre, volverlo insensible a las necesidades del
prójimo, inducirlo a cometer injusticias y alejarlo de Dios. Es una verdadera idolatría.
Y es un hecho universal, pues todos sientan su tremenda atracción ya sean
cristianos o no cristianos en todas partes del mundo.
¿Acaso no es
el dinero la causa principal de la corrupción en todas las naciones? ¿No es por
el dinero que los hombres pierden el honor y exponen a sus familias a las
desgracias más lamentables? Por eso el lenguaje de Jesús es tan tajante. Es
como si nos dijera: Convénzanse, los bienes de este mundo son bendición y vida
si se comparten, pero se tornan maldición y muerte si se acumulan para el
propio provecho y confort. Lo que se retiene, divide; lo que se comparte, une.
Emplear el
dinero para llevar una vida digna y para contribuir al desarrollo del país,
generando fuentes de trabajo, compartiendo las ganancias con equidad y ayudando
a promover la vida de la gente, eso significa tener en cuenta la soberanía de
Dios.
Sólo la
gracia, que Dios da a todos sin distinción, puede hacer que el rico cambie de
actitud frente a su riqueza y se salve. Este milagro se produce cuando la
persona se pone ante Jesús que le hace ver: Donde
está tu tesoro, ahí está tu corazón. Entonces, renunciando a su mentalidad
individualista, indiferente y egoísta, podrá liberarse de las cadenas indignas del
dinero y alcanzar un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más
fecundo, que dignifique su paso por esta tierra (Cf. Papa Francisco, Evangelii gaudium, 208).
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