P. Carlos Cardó, SJ
Cristo en la sinagoga, óleo de Gerbrand Van Den Eeckhout (1658), Galería Nacional
de Dublin
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar. Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Todos serán salados con fuego. La sal es cosa buena; pero si pierde su sabor, ¿con qué se lo volverán a dar? Tengan sal en ustedes y tengan paz los unos con los otros".
La característica
que define la identidad de la comunidad cristiana es la pertenencia a Cristo: sus
miembros son de Cristo. Jesús se
identifica con cada uno de los que lo siguen. Por eso hasta el más mínimo gesto
de atención y acogida a ellos, como dar un vaso de agua, es significativo, toca
personalmente al mismo Cristo. Todo aquel
que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, yo les
aseguro que no perderá su recompensa.
Ser de Cristo, pertenecer a Él, significa una
identificación personal con él, que se muestra en una misma manera de pensar y
sentir, un recíproco ser el uno para el otro que hace que la acogida o
solidaridad que se tenga con uno se tiene con el otro.
Los que son
de Cristo son los que se han hecho niños (Mc 9, 37; Mt 18, 2s; Lc 9, 47s), pobres
de sí mismos y llenos de Dios, han asimilado el ser para los demás como el pan con el que Jesús identificó su
propia vida entregada (Mc 8, 14-21; Mt
16, 5-12; Jn 6,35 ); son los que se presentan como los últimos y servidores
de los demás (Mc 9,35) y por ello
reproducen los rasgos característicos de Jesús. Por eso la presencia de Jesús
se prolonga en ellos y quien se acerca a ellos se acerca a Jesús, quien a ellos
acoge, acoge a Jesus y a Dios, su Padre, que lo envía.
En oposición
a estos pequeños están los grandes: aquellos que se han dejado
contaminar con la levadura de los fariseos y la levadura de Herodes (Mc 8,15) y se han vuelto incapaces de
entender y asimilar la lección del pan. Su forma de ser está condicionada por
la ambición del tener, por el afán de poder y por la búsqueda del propio
interés. Son los que se creen superiores a los demás y buscan más ser servidos
que servir; ricos de sí mismos, están vacíos y sin Dios. Su mentalidad se filtra
en la comunidad, corrompe a los que son de Cristo, a los pequeños.
Pensando en
ellos, Jesús dice una frase de gran severidad sobre el escándalo. Escándalo literalmente
significa piedra de tropiezo; es, pues, una acción o un mal influjo que hace
que el otro caiga, transgreda la norma del bien obrar, abandone los valores en
los que cree. En otras palabras, escándalo es toda acción, gesto o actitud que
induce a otro a obrar el mal. Los pequeños de la comunidad de Jesús creen ya en
Dios, pero la conducta de los grandes
puede hacerles difícil la fe.
La
advertencia es tajante: quienes, valiéndose del poder que tienen, influyen
negativamente en la comunidad hasta hacer que los niños y pequeños dejen de
ser de Cristo, abandonen su manera de ser conforme al ejemplo del Señor, y los
hagan actuar como ellos, esos tales son un peligro en la comunidad y acabarán
de manera desastrosa. Inducir a otro a que abandone su ideal de servicio para
asumir los valores contrarios al evangelio –la ambición, el poder, el interés
egoísta– es ponerle delante una piedra para que tropiece y caiga fuera del
camino del seguimiento de Jesús.
Quienes con
sus malas acciones, en fin, no sólo contradicen la ley de Dios sino que
siembran división y desaniman a los que creen en Cristo, volviéndolos
desconfiados de la eficacia de las enseñanzas de Cristo, escépticos respecto al
valor y calidad de la comunidad de los que lo siguen, defraudados en sus
expectativas hasta el punto de abandonar la comunidad y perder la fe, esos
causantes de escándalo deben darse cuenta de que el daño que causan es tan
grave, que más les valdría morir de mala muerte, hundidos en el mar con una
rueda de molino encajada en el cuello. Para los judíos una muerte sin
sepultura, era la que más horror les causaba.
Pero no solamente
se puede escandalizar a otros, sino que uno puede también ser escándalo para sí
mismo. Las frases sobre tu mano, tu pie o
tu ojo que hay que cortar si son ocasión
de escándalo, obviamente no significan mutilación; son imágenes
hiperbólicas, gráficas y de gran fuerza expresiva que Jesús emplea para
movernos a optar decisivamente en favor de los valores del evangelio. Esto
implica modificar el uso que damos a cosas que pueden ser muy apreciadas, pero que pueden ser obstáculo para seguir
a Cristo. Toda opción implica renunciar a otras posibilidades que no pueden
mantenerse junto con el bien mayor que se ha elegido. Sólo así logra la persona
su plena realización en Dios.
No podemos
leer estas advertencias de Jesús en clave moralista y ascética. Está de por
medio la alegría que motiva y orienta hacia la plena realización de nuestra
persona en Dios.
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