P. Carlos Cardó, SJ
Salomé con la cabeza de Juan
Bautista. Óleo de Caravaggio (1607), Galería Nacional de Londres
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En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes el rumor de que Juan el Bautista había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes insistía: "Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado".Herodes había mandado apresar a Juan y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: "No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo mandó encarcelar.Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida; pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré". Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?" Su madre le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista". Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo, que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
La muerte de
Juan anticipa la de Jesús. En su martirio, el profeta revela la verdad de la
causa a la ha entregado su vida; demuestra que hay valores que valen más que la
vida.
La fama de Jesús se había
extendido y el rey Herodes oyó hablar de él. La fe se transmite por la
palabra. Pero Herodes no es capaz de alcanzarla: escucha cosas pero no las
entiende y queda confundido. Se destaca este rasgo de su personalidad: es un
confundido, voluble, influenciable. Le llegan las distintas opiniones que circulan
sobre Jesús, y él cavila: ¿será Juan Bautista a quien yo mandé matar? Respetaba
a Juan, lo tenía por santo y lo protegía, pero lo que decía lo dejaba
confundido, y al final se dejará influenciar por el qué dirán y por su mujer, y
lo mandará matar.
Pablo
hablará de los que ocultan la verdad por las cosas malas que hacen (Rom 1,18). Estas cosas malas en el caso
de Herodes son su escandalosa unión con la mujer de su hermano, la opulencia
que exhibe en su corte y el despotismo con que gobierna.
¡No te es lícito tener la mujer
de tu hermano!, le había dicho Juan. Por
eso Herodías lo odiaba y quería matarlo, pero no podía. Los corruptos
sienten como una amenaza a todo aquel que les hace ver su delito. Al no hallar
la forma de desmentir la denuncia, querrán acabar con él, pensando que así
quedarán tranquilos. Es lo que quiere Herodías pero no puede porque el rey
respeta a Juan.
La oportunidad se presentó cuando
Herodes, en su cumpleaños, ofreció un banquete. El banquete en la Biblia es uno
de los más bellos símbolos de la unión definitiva de Dios con sus hijos. El
banquete de Herodes, en cambio, es la fiesta del mundo, en la que la belleza y el
placer, representados en la muchacha y en su danza, ya no dan vida sino
producen muerte. La mentalidad de Herodes todo lo pervierte. Celebra el
aniversario de su nacimiento dando muerte al inocente. Por eso Jesús pondrá en
guardia a sus discípulos para que no se dejen contaminar por la levadura de los
fariseos y de Herodes (Mc 8, 15),
porque esa mentalidad tiene un fuerte impacto social. Se difunde hasta hoy.
La hija de
Herodías bailó y dejó embelesados a Herodes y a los invitados. Pídeme lo que quieras y te lo daré, le
dijo el rey, y añadió: Te daré hasta la
mitad de mi reino. Movido por el engaño de su torcido corazón, o por
inconsciencia o mala voluntad, el hombre se cree obligado a cumplir sus
promesas erradas. Es muy común este quedar entrampado el sujeto en sus
contradicciones.
La muchacha,
instigada por su madre, le pidió la cabeza del Bautista. La búsqueda desordenada de la propia seguridad, del mantenimiento
de la posición adquirida y de los intereses individuales ciega el corazón de
las personas y las induce al crimen. El proceder de los tres personajes que
focalizan la escena –el rey, la hija y la madre– tipifican los horrores de
muerte que causa la corrupción en la sociedad.
La joven,
sin personalidad, incapaz de decidir por sí misma, encuentra su seguridad en endosarle
a la madre la decisión a tomar: ¿qué
pido? La madre instrumentaliza pérfidamente a su hija para lograr su
cometido de mantener la relación escandalosa con el rey. La ceguera del corazón
pone el propio interés por encima de la vida de un inocente. Y el rey, finalmente,
queda entrampado en sus propias dependencias: cegado por su sensualidad, que ha
quedado incitada por la belleza de la joven, comete la insensatez de prometerle
hasta la mitad de su reino; esclavo de su poder y prestigio, no puede desairar
a la joven ni dejar de cumplir el juramento hecho ante los convidados; sometido
a su mujer, acatará su voluntad asesina a pesar de la tristeza que siente.
Queda patéticamente
contrapuesta la grandeza de Juan Bautista, que muere por su libertad de palabra
y por su fidelidad a la misión recibida, y la bajeza de Herodes y los suyos, cuya
falta de conciencia les lleva a pisotear los valores más fundamentales.
El relato
concluye con una nota de piedad, que señala, además, el epílogo de la vida y
misión del Bautista : vinieron sus
discípulos, recogieron su cuerpo, le dieron sepultura…
Finalmente
puede verse aludido en el pasaje el tema de la ética política que aporta el
cristianismo. El cristiano fiel a sus principios nunca podrá dejar de tener una
postura crítica frente a las maniobras injustas de los poderosos y las actuaciones
corruptas de gobiernos en los que reinan muchas veces la hipocresía, el
sometimiento servil al gobernante y las alianzas para delinquir.
Muchos, con
razón, señalan que el delito de Juan Bautista –que se prolonga en el de muchos
cristianos hoy– consistió en no quedarse con la boca cerrada.
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