P. Carlos Cardó, SJ
Comida en casa de Leví, óleo sobre lienzo de Paolo el Veronés (1573), Academia de Venecia |
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y Él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió.Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: "¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?"Habiendo oído esto, Jesús les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores".
Jesús ha
venido a formar una comunidad unida, que integre a todos, que no permita que
nadie se sienta excluido ni nadie se sienta superior a los demás; todos unidos,
con Él en el centro, en la misma casa, en la misma mesa.
Leví estaba en
su banco de publicano, inmóvil como el paralítico (del pasaje anterior, Mc 2, 1-12), inmerso en su trabajo
sucio: cobraba impuestos y se enriquecía haciendo trampas. Es difícil que un
rico entre el reino. Pero para Dios nada es imposible. La mirada de Jesús rehabilita
a Leví, le hace sentirse valioso, que cuenta con él.
Pero este
gesto de Jesús, tan humano, resulta provocador. Ningún judío decente se juntaba
con publicanos. Sin embargo, Jesús no sólo se acerca a Leví sino que lo llama a
formar parte de su grupo de íntimos. Y, lo que es peor, va a aceptar ir, junto
con sus discípulos, a sentarse a la mesa con “muchos publicanos y gente de mal
vivir”. Los seguidores de Jesús toman conciencia de que el Dios que viene a
ellos en la persona de Jesús no es el dios excluyente y discriminador del
judaísmo fariseo. El Dios revelado en Jesús es un Dios de misericordia, que
acoge a los perdidos y los rehabilita.
El relato se
centra luego en el símbolo del banquete. El
anuncio profético del Reino como un banquete que Dios tendrá preparado para sus
elegidos había cargado de simbolismo el acto natural del comer en la cultura
judía: no sólo celebraban anualmente la comida del cordero como el memorial de la
liberación de Egipto, sino que los banquetes festivos en general eran
expresión de valores compartidos; en ellos se oraba, se establecían alianzas,
se restablecían amistades, se forjaba la unión y, sobre todo, se hacía presente
el Reino mesiánico. En él, Dios comía con sus elegidos, los otros quedaban
excluidos. Pensando en esto, el judío sólo podía sentarse a la mesa con aquellos
que podían ser contados entre los elegidos por Dios para su banquete. “Que
ningún pecador o gentil, ni cojo o manco o herido por Dios en su carne tenga
parte en la mesa de los elegidos”, decía la regla puritana de Qumram.
Jesús cambia esta mentalidad. Los pecadores no se han de evitar como
si fuesen apestados. Jesús es enviado para reconciliar, integrar y unir. Más
aún, en su forma de actuar se ve que Dios se acerca a los excluidos, incluso a
los pecadores públicos. Entre estos últimos destacan sin duda los publicanos
por su odioso oficio de recaudadores de los impuestos para los romanos y porque,
generalmente, lo practicaban de manera fraudulenta.
Los seguidores de Jesús toman conciencia: la comunidad cristiana está
formada por pecadores que han sido tocados por la misericordia de Dios en
Jesucristo. Cada miembro de la comunidad puede verse en Leví el publicano, o
entre los pecadores invitados a la mesa. La comunidad, por tanto, no puede
excluir ni hacer discriminaciones; debe revelar siempre el rostro
misericordioso del Dios de Jesús.
El relato acaba con estas palabras: Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Los
“justos”, satisfechos de sí mismos, no quieren cambiar. Los pecadores, que reconocen que su pasado los oprime, y se
muestran dispuestos a iniciar una nueva vida, a esos los busca el Señor.
El contenido simbólico del banquete lo revive el cristiano en la
Eucaristía, en la que Cristo se hace presente, y se anticipa de manera eficaz la
nueva humanidad reconciliada.
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