P. Carlos Cardó, SJ
Vocación de los primeros apóstoles.
Fresco de Domenico Ghirlandaio
(1481), Capilla Sixtina, El Vaticano
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En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que Él quiso, y ellos lo siguieron. Constituyó a doce para que se quedaran con Él, para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios. Constituyó entonces a los Doce: a Simón, al cual le impuso el nombre de Pedro; después, a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, a quienes dio el nombre de Boanergues, es decir "hijos del trueno"; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y a Judas Iscariote, que después lo traicionó.
Subió al monte – Tanto en Israel como en las culturas paganas,
el monte era lugar teofánico: en él actuaba la divinidad o tenía su morada: En
el monte Sinaí se reveló Dios a Moisés y le dio la Ley. En el monte Sión se construyó
el templo, habitación de Dios y lugar de su culto. Con Jesús, el monte (cuya
localización geográfica no aparece) adquiere un significado teológico más
específico: Jesús, sustituyendo a Moisés, sube al monte para traernos la
revelación última de Dios, la nueva Ley, y fundar el nuevo Israel, que renovará
al antiguo. Moisés subía al monte para encontrarse con Dios; ahora, los que
Jesús llama subirán a donde él está, pues encontrarse con Él es encontrarse con
Dios, Dios-con-nosotros, Dios en lo humano.
Llamó a los
que quiso. La llamada
es iniciativa del Señor. Nace del amor con que ama al pueblo que Dios escogió
como instrumento para darse a conocer a la humanidad y ofrecer a todos su
salvación. Ahora, en Jesús, esa misma llamada se hace extensiva a todos, por
encima de su origen racial o su ubicación social. A todos ama el Señor y para
todos tiene una llamada especial que da a sus vidas un sentido. Les marca el
camino.
Y se
vinieron donde Él. La respuesta implica cambio de ubicación, reorientación. Quien
siente la llamada del Señor ve que se le ofrece una nueva forma de ser, que
consiste en imitarlo. Ve, por ello, que lo importante es estar con Él, en
comunión de vida, aspiraciones y trabajo. Jesús llama de esta manera plena e
incondicional porque quiere prolongarse en el mundo por medio de sus
discípulos, los de ayer y los de hoy: Como el Padre me ha enviado, así los
envío yo (Jn 20,21). Serán sus
enviados (apóstoles).
Designó
Doce. El verbo que
emplea el evangelista Marcos es solemne: constituyó.
Los primeros llamados por Él en número de doce, como eran doce las tribus de Israel, representan al Israel
definitivo que Jesús va a fundar y que nace de la nueva alianza de Dios con los
hombres.
Esos doce primeros varones son figura o
expresión de todos los seguidores y seguidoras de Jesús que escucharán su
llamada a estar con él y enviarlos a
predicar. Ambas cosas, porque una lleva a la otra. La identificación con Él
y el colaborar con Él en su obra evangelizadora. El amor se pone en obras, pero
éstas han de ser las mismas que el Señor realiza y al modo como Él las realiza.
En el evangelio de Juan la llamada del Señor se define como permanecer en él, en su amor (Jn 15,9) porque
sin mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5).
Para su misión, que es la de Jesús, reciben sus
mismos poderes: les dio poder de expulsar a los demonios. La
predicación de la buena noticia del Reino tendrá que ir siempre acompañada de
las obras liberadoras que Jesús realizaba para dar vida y crear una sociedad
nueva en la que se manifieste el reinado de Dios.
Son pocos para llevar el mensaje
a toda la tierra. Pero es el estilo de Dios que actúa en la debilidad y
pequeñez, y no se impone porque quiere que se le ame libremente. Es además un grupo
heterogéneo y difícil: Simón, llamado “Pedro”, Santiago y su hermano Juan,
conocidos como los “violentos”, Andrés y Felipe, Bartolomé y Mateo que era un publicano,
Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón apodado el “fanático” y finalmente el tristemente célebre Judas Iscariote, que
traicionó a Jesús.
Ellos y toda la multitud de
testigos que a lo largo de los siglos se identificarán con Jesús en la vida y
en la muerte, no sólo empeñarán sus personas en su obra, sino que buscarán que sus palabras, su modo de pensar y actuar pase a hacerse
carne y sangre en ellos, hasta poder adoptar en toda circunstancia el modo de
proceder de Jesús; más aún, hasta ser hallados dignos de compartir
también su destino redentor, dando como Él su propia vida por la salvación del
mundo.
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