P. Carlos Cardó, SJ
Bautismo de
Jesús, fresco de Giotto (año 1305). Capilla de los Scrovegni, Padua.
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En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía, diciendo: "Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?" Jesús le respondió: "Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere". Entonces Juan accedió a bautizarlo.Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía desde el cielo: "Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias".
La comunidad a la que San Mateo dedicó
su evangelio estaba formada en su mayoría por cristianos venidos del judaísmo.
Con el relato del bautismo en el Jordán les hace ver que Jesús es el Mesías enviado
por Dios, su Padre. Les explica también por qué se bautizó. Y finalmente los ayuda
a comprender y valorar el bautismo cristiano.
En el
Bautismo aparece lo esencial de la misión que Jesús ha recibido de su Padre, de
ser el salvador prometido a Israel y a toda la humanidad. Pero no se trata de
un mesías conforme a las expectativas humanas, como lo esperaban los judíos, sino
de un salvador que siendo Hijo de Dios, se hace solidario de nuestra condición
de pecadores, sumergiéndose en nuestra misma realidad (bautismo significa inmersión,
bautizarse es hundirse en el agua) para darnos una vida nueva.
Jesús, el
inocente, pide a Juan ser bautizado como un pecador cualquiera. La razón es
que, justamente por no tener culpa alguna, es el único capaz de cargar consigo
y borrar el mal cometido por todos. Amando a los culpables hasta dar la vida
por ellos, hace que ninguno se pierda (cf. Jn
3,16). Por eso es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Juan no lo
entiende. Él se fija en la superioridad de Jesús. Tiene que comprender que
conviene que Jesús se sumerja en la debilidad y pobreza de nuestra condición
humana para que nosotros seamos bautizados en Él, es decir, podamos compartir
su vida divina.
En el
bautismo somos bautizados en su muerte para ser con Él resucitados. Si Él, el Justo,
no muere por nosotros pecadores, no tenemos más remedio que morir solos y nadie
nos libra de nuestro mal. Si, en cambio, Él asume nuestro pecado y muere con
nosotros, ya nunca estaremos solos: en la vida y en la muerte, siempre
estaremos con Él (1 Tes 5,10). Conviene, pues, que se cumpla lo que el
Padre ha dispuesto. Conviene a Jesús y nos conviene.
Se abrieron los cielos y vio al
Espíritu descender en forma de paloma. La frase evoca la figura del aliento de
Dios que aleteaba sobre la superficie del caos original, según el Génesis. Aquí
se trata de la nueva creación que se realiza en Jesús, y en la cual renacemos como
criaturas nuevas. Asimismo puede verse una alusión velada a la paloma que trajo
la ramita de olivo después del diluvio. En este sentido, se presenta a Jesús como
el que nos trae la Paz definitiva.
Pero la
relación más importante que puede hacerse es la siguiente: el Espíritu que
descendió sobre María para concebir en su seno al Hijo de Dios, es el Espíritu
que desciende ahora para consagrar a Jesús y conducirlo a la obra de nuestra
redención (cf. Lc 3, 22; 4,1; Hech 10, 38).
Por poseer en plenitud ese Espíritu, Jesús se comprenderá a sí mismo como el
Hijo del Padre, y se sentirá enviado a realizar la liberación de la humanidad,
comenzando por los pobres y oprimidos: “El
Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a traer la buena nueva...”
(Lc 4, 18).
“Este es mi Hijo amado en quien me complazco”.
La voz del cielo confirma lo dicho por el profeta Isaías acerca del Mesías Siervo
que será “luz de las naciones”, las guiará y conducirá pero no con medios
violentos sino pacíficos: “no gritará, no clamará, no voceará por las calles. No
quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante...” (Is 42,2-3). El Padre se complace en su
Hijo que ha aceptado mezclarse entre sus hermanos pecadores. Esta voz del
Padre, que volverá a oírse en la transfiguración, nos propone a su Hijo como
camino y vida: ¡escúchenlo!
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