P. Carlos Cardó, SJ
San Juan
muestra a Cristo a San Andrés, óleo de Ottavio Vannini. Iglesia de San Gaetano, Florencia, Italia
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En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: "Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo he dicho: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que Él sea dado a conocer a Israel".
Entonces Juan dio este testimonio: "Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios".
Juan
Bautista señala a Jesús como el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo, y lo reconoce como el portador del
Espíritu divino, que va a bautizar con
Espíritu Santo (Jn 1,33), y fuego, añaden Mateo y Lucas (Mt 3,11; Lc 3, 16).
¿Qué significado
tiene la metáfora del Cordero? El cordero era la víctima del sacrificio de expiación
y comunión de los judíos. En la pascua, cuando celebraban la liberación de
Egipto, la comida del cordero evocaba la sangre de los corderos que salvó a
Israel del exterminio (Ex 12, 7.12-13).
Asimismo, no cabe duda que la designación de Jesús como el “cordero que quita
el pecado” alude a los cánticos de Isaías sobre el Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12), que cargará sobre sí el pecado del pueblo, y entregará su vida
en expiación como cordero llevado al matadero, para traer a muchos la
salvación.
La idea
recorre todo el Nuevo Testamento: “Los han rescatado... con la preciosa sangre
de Cristo, cordero sin mancha” (1 Pe
1,18-20); “vi un cordero como sacrificado... porque fuiste degollado y con
tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación...”
(Ap 5,6ss); “nuestra cordero pascual,
Cristo, ha sido inmolado” (1 Cor 5,7).
El evangelista Juan refuerza este significado al señalar que Jesús fue
crucificado la víspera de Pascua (Jn
13,1; 18,28.39- 19,14.31.42), en el día y casi a la misma hora en que eran
inmolados los corderos en el templo y que, en vez de romperle las piernas, como
solían hacer con los crucificados, a Jesús no le rompieron ningún hueso –como
estaba mandado para el cordero pascual (Ex
12,46; Num 9,12)– sino que un soldado le atravesó el costado con una lanza
(Jn 19,36).
Volviendo al
testimonio de Juan Bautista, vemos que declara haber visto que el Espíritu
descendió sobre Jesús y se quedó en Él (Jn
1, 32). En su bautismo en el Jordán, el Hijo de Dios se sumerge en la
condición humana y Juan ve que se cumple en Él lo que había anunciado Isaías
sobre el Mesías: Sobre él reposará el
Espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y
fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor (Is 11,2).
Por eso los
evangelios afirman reiteradamente que la razón por la que Jesús habló y actuó
como lo hizo fue que estaba lleno del Espíritu divino. Jesús es concebido por obra
y gracia del Espíritu Santo (Lc 1,35);
es conducido al desierto por el Espíritu (Lc
4,1); expulsa los demonios por el Espíritu de Dios (Mt 12,28); en su muerte entrega el Espíritu (Jn 19,30), y en su Resurrección es elevado al Padre, desde donde
envía a nosotros el Espíritu: Reciban el
Espíritu Santo (Jn 20,22). Por esto
es Él quien nos bautiza con Espíritu Santo, es decir, nos sumerge en la vida
misma de Dios.
Quienes en la
Eucaristía comen la carne y beben la sangre del Cordero que quita el pecado del
mundo, quedan llenos de su Espíritu, que forja unidad fraterna y enciende en
ellos el fuego de su amor. «Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí
mismo y de su Espíritu [...], y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu.
[...]. Tomen, coman todos de él, y coman con él al Espíritu Santo…, el que lo
come vivirá eternamente» (San Efrén [+ 373], Doctor de la Iglesia, Sermón 4, n.4).
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