P. Carlos Cardó, SJ
Cabeza de Cristo, óleo de Rembrandt
van Rijn (1656). Museo Estatal de Berlín
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En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a Él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: "Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan". Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Hay en el
texto una clara contraposición entre los parientes de Jesús que se quedan fuera de la casa y los que están dentro, sentados a su alrededor. El
estar sentados en torno a Jesús equivale a “estar con él”, que fue la finalidad
para la que Jesús convocó a los Doce: llamó
a los que quiso para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc
3,14). La constitución de los doce apóstoles correspondió al nacimiento del
nuevo Israel. Aquí, los que están sentados a los pies del Maestro, escuchando
su palabra, representan a todos aquellos que siguen a Jesús con la actitud
propia del discípulo.
Probablemente
estos de dentro son la misma gente
que llenó la casa hasta el punto de no dejarle a Jesús ni tiempo para comer (Mc 3,20). Son venidos de todas partes,
gente sencilla, muchos de ellos enfermos que han venido para ser curados de sus
dolencias. No son fariseos ni expertos en la ley y la religión. Lo cual quiere
decir que todos pueden acercarse al Señor, hacerse discípulos suyos y seguirlo,
basta tener fe y disposición para recibir su palabra y hacerla vida en sus
personas.
Llegaron su madre y sus hermanos
y, quedándose afuera, lo mandaron llamar… Jesús recibe el aviso: ¡Oye! Tu madre y tus hermanos están afuera y
te buscan. No se dice el nombre de su madre ni de sus hermanos. Tienen aquí
una función representativa, son los que están vinculados a él por lazos de
consanguinidad, la comunidad de la que procede, en la que se ha criado.
Jesús respondió: ¿Quiénes son mi
madre y mis hermanos? Y mirando entonces a los que estaban sentados a su
alrededor, añadió: Estos son mi madre y mis hermanos.
Antes, el
evangelista Marcos captó una mirada de Jesús: cuando en la sinagoga, antes de
curar al hombre de la mano seca, miró a los fariseos. Fue una mirada de ira.
Ahora vuelve a fijarse en el detalle de la mirada. Pero esta vez es, sin duda,
de amor y de acogida a toda esa gente pobre y sencilla que se acercado a Él y
forman su círculo y Él los quiere como su familia verdadera.
A ese grupo
podemos pertenecer. Pero hay que dar el paso de una fe imperfecta a una fe íntima,
hecha de adhesión cálida y profunda a la persona de Jesús, cuyo mayor interés
en todo era hacer la voluntad de su Padre. Así mismo, el discípulo, sentado a
sus pies, aprende de Él a hacer de la voluntad de Dios la norma de su propio
obrar. Y se forja entre el Señor y sus discípulos un auténtico parentesco, una
familia: Estos son mi madre y mis
hermanos.
Se puede
estar dentro o estar fuera. Puede uno estar relacionado con Cristo por vínculos
humanos, sociales, culturales, ser contado incluso entre los que llevan su
nombre, cristianos, pero no tener su
parecido, su aire familiar: porque el rasgo más saltante de Jesús, su pasión por
hacer en todo la voluntad del Padre, no se refleja en su persona.
Esta posibilidad
está abierta a todos, pues a todos llega la misericordia de Dios en Jesús,
incluso a los que se sienten alejados de “la casa de Dios”. No es privilegio de
unos cuantos el estar cerca del Señor. Se entra al grupo de su familia mediante
la escucha obediente de su palabra.
Hay quienes
utilizan injustamente este texto sobre los parientes de Jesús para atacar el
culto que los católicos damos a María. Lo que admiramos en ella y es motivo de
nuestra veneración es precisamente su fe: María es modelo de creyente y figura de
la Iglesia que acoge la palabra y la lleva a cumplimiento. Ella es
bienaventurada porque cree y su maternidad se origina en su fe que la hace
escuchar la Palabra y darle su asentimiento para que se encarne en su seno por
obra del Espíritu Santo.
Lo
importante, pues, es pasar como María de un parentesco físico a un parentesco
“según el Espíritu”, fundado en la escucha y puesta en práctica de la palabra:
“Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así, sino
según el Espíritu” (2 Cor 5,16).
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