P. Carlos
Cardó, SJ
Jesús cura a la suegra de Pedro, óleo de John
Bridges (1839), Museo de Arte de Birmingham, Alabama
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En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era Él. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: "Todos te andan buscando". Él les dijo: "Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido". Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.
Tenemos aquí un milagro pequeñito, quizá el
más insignificante del evangelio, que hasta puede pasar inadvertido. Pero en su
sencillez tiene una gran riqueza de contenido. Quizá por esto Marcos lo pone
como el primero, ya que sirve de guía para interpretar los que siguen.
Es la primera victoria de Jesús sobre el
espíritu del mal que daña al ser humano. La suegra de Pedro estaba en cama con fiebre.
Jesús la tomó de la mano, la fiebre se le pasó y de inmediato se puso a “servir”.
El ponerse a servir es el signo de la curación. Y no se trata aquí simplemente
del servicio casero, atribuido al ama de casa. Se trata de la actitud característica
que han de tener los verdaderos discípulos. Jesús libera a la persona para que pueda
moverse en la vida con el mismo espíritu que le hace decir a Él: “El que quiera
ser importante entre ustedes sea su servidor… Pues tampoco el Hijo del hombre
ha venido a ser servido sino a servir” (Mc 10,43.45).
Así, esta mujer es puesta al comienzo del evangelio
de Marcos como modelo de discípula que encarna y testimonia el espíritu del
Señor. Por eso conviene vincularla con la otra mujer que aparece al final de la
vida pública de Jesús, la viuda pobre que, con sus moneditas depositadas en la
alcancía del templo, dará no de lo superfluo sino “todo lo que tenía para
vivir” (12,44), convirtiéndose en modelo de generosidad cristiana.
Dice el texto que al caer la tarde le llevaron
a Jesús todos los enfermos y que la población se agolpaba a las puertas de la casa.
Es una imagen viva de la credibilidad que la Iglesia ha de procurar demostrar,
la credibilidad que brota de su apasionado amor a los necesitados y que la hace
un espacio visible de la misericordia.
La segunda parte del evangelio de
hoy nos habla de la oración de Jesús: De
madrugada, antes del amanecer, se levantó Jesús, fue a un lugar solitario y
allí comenzó a orar. En la oración, Jesús se relaciona con su Padre del
cielo como el centro más íntimo de su vida. Él sentía continuamente la
presencia de su Padre y todo lo que hacía era para darle gloria, pero aun así sabía
reservar momentos especiales para estar a solas con su Abbá, con su Padre querido, y recibir aliento para continuar su
obra (v. 35). Lo resume bien esta frase de Lucas (5,15): “Su fama se
extendía cada vez más y una gran multitud afluía para oírle y ser curados de
sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios”.
Es lo que vemos en el texto de hoy: Jesús se ha pasado el día
anterior haciendo el bien a la
gente. Ahora su corazón necesita el contacto entrañable con
el Padre. Los discípulos salen a su encuentro y le dicen: Todo el mundo te
busca. La gente, que ha visto sus prodigios, quiere que los siga realizando
(1,34). Pero Jesús ha estado en oración y ha decidido hacer la voluntad
de su Padre, que le lleva a una decisión distinta de la que los discípulos y la
gente esperaban de Él: se puso de inmediato a recorrer toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando
demonios (v. 39).
Como su
Maestro, el cristiano ha de anunciar la Palabra de Dios confirmándola con sus
obras en favor de sus hermanos. Pero sabe también que necesita la fuerza de lo
alto para perseverar. Por eso, en su oración, busca la orientación de la
Palabra, y lo deja todo en las manos de
Dios, que es en definitiva quien inspira, sostiene y lleva a buen término toda obra
buena.
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