P. Carlos Cardó, SJ
Jesús predicando desde la barca. Joaquín Sorolla (1898), Colección Lladró
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde Él estaba. Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo. En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.
Jesús se retiró con sus discípulos a orillas del lago. Podría pensarse que huye porque
los fariseos y los partidarios de Herodes se han confabulado para darle muerte,
pero lo hace para manifestar más claramente su identidad, su mensaje y su obra
a sus discípulos y a quienes lo siguen. Por eso, será un retiro fructífero
porque de ahí nacerá la Iglesia, no como un instrumento de poder, sino como una
barca pequeña, desde la cual Jesús anuncia a las multitudes su mensaje. Este es
el sentido de este pasaje que sintetiza la actividad de Jesús.
Se hace
mención de las siete regiones de donde procede la multitud que se congrega para
seguir a Jesús. Se destaca con ello, por una parte, la centralidad de la
persona de Jesús, que convoca y reúne entorno a sí, y, por otra parte, la
universalidad de su mensaje y acción salvadora que llega no sólo a los judíos
sino también a los extranjeros de Tiro y Sidón. Esta afluencia incontenible de
gentes venidas de todas partes simboliza la humanidad necesitada de salvación y
evoca también aquella multitud de diversas lenguas y culturas que, según San
Lucas, confluirá en Jerusalén para Pentecostés, donde nacerá la Iglesia (Hech 2. 9-11).
La
muchedumbre que ha acudido a Jesús es tan grande que él debe subir a una barca
para que no lo atropellen. El tema de la barca tiene en Marcos un gran
significado teológico. Esta pequeña lancha,
que no llega siquiera a la categoría de barco, será el escenario de buena parte
de la actividad de Jesús.
Desde ella
predica a la gente por medio de parábolas que todos entienden, de ella baja
para curar enfermos, en ella se reúne con los Doce para formarlos en los
secretos del Reino y advertirles que no se dejen corromper por la levadura de
los fariseos y de Herodes, en ella los protege contra la tempestad y puede
estar dormido mientras ellos se mueren de miedo porque no tienen fe. Pequeña
como el grano mostaza que crece más que las hortalizas, o como la porción de
levadura que fermenta toda la masa, la pequeña barca atrae la mirada cargada de
angustia y esperanza de los pequeños y de los pobres, junto con la de quienes
se saben aquejados por cualquier necesidad y se muestran dispuestos a recibir
la buena noticia de la venida del Reino.
No hay en la
barca de Jesús ni entre la multitud gente de las altas esferas, sabios, ricos o
poderosos, todos son pequeños y sencillos campesinos, artesanos y pescadores
que buscan tocarlo para ser curados de sus males. El tocar es muy significativo. Jesús no teme tocar a los enfermos para
curarlos, incluso a los leprosos, aunque estaba prohibido porque se contraía
impureza; tocaba a los débiles y a los niños, demostrando su ternura; y se
dejaba tocar por la gente, como la mujer enferma de hemorragias que se acercó
por detrás y le tocó el manto. Todos necesitan hacerlo para sentir que les
transmite vida. Todos quieren ser tocados por su misericordia.
Los
espíritus impuros se postran y lo proclaman Hijo de Dios, pero Él se lo prohíbe
para evitar que la gente se engañe y quieran seguirlo por falsas expectativas. Para
reconocerlo como Hijo de Dios se requiere la fe y la conversión personal, que
mueve a seguirlo.
La Iglesia,
obligada a transitar por los caminos de este mundo, siente el influjo de los
malos espíritus que tienden a alejarla de lo quiso su Señor. Santa pero necesitada
de continua conversión, siente también de continuo la presencia del Señor en
ella que le recuerda sus orígenes de pequeña barca que atrae a los más necesitados
y ha de navegar por mares no siempre pacíficos, poniendo
sólo en Él su confianza.
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