P.
Carlos Cardó SJ
La
unción en Betania, óleo sobre tabla de Nicolas Froment (1461) perteneciente al
tríptico La Resurrección de Lázaro, Galería de los Uffici, Florencia, Italia
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Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
Jesús vuelve a Betania, donde ha hecho volver a Lázaro a la vida. Hay
un banquete de acción de gracias, banquete por la vida. Es figura y anticipo de
lo que vendrá con el triunfo de Cristo sobre la muerte.
El banquete es un símbolo primordial en el cristianismo. Remite en
primer lugar al banquete escatológico, a la mesa que el Señor preparará para
los suyos al final de los tiempos. Pedro tiene también un significado eclesial porque remite igualmente
a la eucaristía, banquete pascual con Jesús como centro. Marta, María, Lázaro y
los invitados, con Jesús como centro, simbolizan la Iglesia que celebra el
triunfo de la resurrección y hace presente al Señor por los siglos.
María es la única que entiende al Señor. Los discípulos siguen con
Él pero sin entenderlo. Los judíos lo han rechazado ya y condenado a muerte.
Jesús por su parte es el único que comprende a esa mujer y el gesto
significativo-profético que ha querido tener con Él.
El perfume ocupa un lugar importante en el relato. Así como el pan
es para ser partido y consumido, así también la esencia del perfume es
expandirse y desaparecer. Un pan que se guarda no alimenta, ni sirve para nada;
un perfume que se guarda sin más no es perfume. Por eso es símbolo de Dios cuya
esencia, el amor, es expansivo, siempre dándose. Es símbolo de Cristo que se
entrega totalmente, que sólo pasó haciendo el bien, dando de sí a los demás. Y
es símbolo del cristiano, hecho para la donación generosa, a imitación del
Señor. Por eso Pablo dirá que los cristianos han de ser olor de Cristo (2 Cor 2, 15-16), llamados a difundir a Cristo.
El frasco de perfume roto es también un símbolo. Un antiguo autor señalaba
que “María de Betania nos enseña la ciencia de la generosidad, con un solo
gesto: Entra en la sala de la cena y va directamente a ponerse a los pies del
Maestro. Se oye un ruido como de algo que se quiebra. Frasco de alabastro. Ese
es el gesto, el único verdaderamente digno de los que tienen la ciencia de la
perfecta generosidad” (Pierre Charles
S.J.: La Oración de Todos los Momentos).
La mayoría no comprende este tipo de sacrificios plenos, totales y
definitivos, no comprende por qué se ha de dar más de lo que es preciso, ni por
qué no se vuelve a tomar lo que se ha dado. Por eso Judas protestó.
Desde una perspectiva más teológica conviene señalar el
significado de la reacción de Judas y la respuesta que da Jesús. Encierra una
exhortación a amar a los pobres y a amar y honrar al Señor. Indudablemente los
pobres ocupan un lugar privilegiado en el evangelio y de ahí brota naturalmente
nuestro amor y opción preferencial por ellos, pero hay en el texto una
advertencia: se puede servir y ayudar a los pobres sin que esta actitud
provenga de la fe y puede incluso degenerar en búsqueda de uno mismo.
La constatación y advertencia que hace Jesús: los pobres los tendrán siempre con ustedes, supone obviamente que
siempre habrá que servirlos y luchar para que se supere toda forma de pobreza y
miseria. La frase siguiente: a mí no
siempre me tendrán, recuerda a los discípulos que la presencia del Señor
será continua entre ellos y en ellos por el Espíritu que les comunicará, pero
que su presencia física concluirá con su muerte.
Como discípulos y seguidores suyos, su relación con el Señor ha de ser siempre la de una comunión
amorosa con Él, que se extiende a la comunión fraterna en la comunidad como
fuente y principio del amor verdadero, generoso y desinteresado.
Finalmente, tal como el mismo Jesús lo interpreta, el gesto de
María de Betania es una acción simbólica que anticipa el misterio de su muerte
y sepultura. El aceite con que unge los pies de su Maestro es una proclamación de
su realeza mesiánica, pero queda claro que Jesús es el rey Mesías que va a su
pasión para redimir a su pueblo con la entrega de su propia vida. Prepara mi cuerpo para la sepultura.
Anticipa la experiencia pascual de las mujeres que irán con perfumes de mirra y
áloe a embalsamar su cuerpo.
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