P.
Carlos Cardó SJ
Curación
del hijo de un centurión romano, óleo sobre lienzo de Paolo Veronese (1585
aprox.), Museo de Historia del Arte de Viena, Austria
Jesús partió hacia Galilea. Él mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
El texto tiene su paralelo en el relato de la curación del hijo de
un centurión romano de Mt 8 y Lc 7. Aquí se trata de un funcionario del rey
Herodes Antipas. Juan quiere poner énfasis en la relación que existe entre
Palabra, fe y vida. El funcionario creerá en la palabra del Señor y se irá
convencido de que ha escuchado su súplica.
El hecho sucede en Caná, donde Jesús da comienzo a sus signos que
llevan a creer (“creyeron en él”), y
viene después del diálogo con la mujer samaritana en el que le dice: si conocieras el don de Dios…, refiriéndose
al don de la fe que salta como agua viva hasta la vida eterna.
Este don se ofrece ahora al funcionario del rey. Su figura
representa a todos los llamados a creer sin haber visto. Él cree de inmediato a
la palabra de Jesús que le dice: Regresa
a tu casa, tu hijo ya está bien. No espera a ver primero para creer que
Jesús ha oído su súplica en favor de su hijo. Como Abraham que, sin ver, creyó
en la palabra de Yahvé que le prometía una posteridad bendecida. Por eso, la
intención del evangelista con este relato se centra en demostrar que son felices
los que sin haber visto han creído (Jn 20, 29). San Pedro dirá que una alegría inefable y radiante tienen los que aman al Señor sin haberlo visto
y creen en él aunque de momento no puedan verlo (1Pe 1, 8).
El verdadero prodigio se realiza en el padre del niño enfermo y es
la fe por la escucha de la Palabra. La vida restituida al hijo no es más que
imagen de la vida verdadera, que gana el padre por su fe en Jesús. La fe no
exige ver signos y prodigios para tener la certeza del amor del Señor; le basta
su Palabra que refiere todo lo que Él ha hecho por nosotros. La confianza es
base de la fe y del amor. No exige pruebas y demostraciones para verificar la
credibilidad del otro.
Un dato importante del relato es el hecho de que se trata del hijo
único de un funcionario real. Éste puede tener bienes y gozar de la mejor
posición social y económica en su país; pero su verdadera riqueza es su hijo y se
le está muriendo. Por eso su súplica apremiante: ¡Señor, ven pronto, antes de
que muera! Se siente impotente, no sabe qué más hacer. Frente a la muerte
no hay riqueza que valga. Es el trance supremo en que se pone de manifiesto la
radical impotencia del ser humano. Y de eso sólo Dios salva.
Finalmente, es interesante observar el proceso que vive este
hombre, marcado por los progresivos nombres que el evangelista le atribuye:
primero es designado como funcionario
real (v.46), cuando se manifiesta su
preocupación y angustia por el problema que vive. Luego, se convierte en hombre (el hombre creyó en lo que Jesús le había dicho, v.50), es decir, se
transforma en hombre por la fe. Y finalmente es llamado padre (El padre comprobó…, y
creyó en Jesús él y toda su familia”, v. 53). En la transformación de este
hombre, como un signo, se revela el ser mismo de Dios que es padre.
Por la fe, vamos dejando atrás imágenes falsas o recortadas de Dios
y alcanzamos lo que es: Padre; asimismo nosotros dejamos nuestra vieja
condición de imágenes rotas de Dios y alcanzamos lo que debemos ser, hijos e
hijas.
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