domingo, 2 de abril de 2017

V Domingo de Cuaresma, Resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-45)

P. Carlos Cardó, SJ
Resurrección de Lázaro, óleo sobre tabla de Nicolás Froment (1461), Galería Uffizi, Florencia, Italia
En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: "Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo".
Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: "Vayamos otra vez a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?" Jesús les contestó: "¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz".
Dijo esto y luego añadió: "Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo". Entonces le dijeron sus discípulos: "Señor, si duerme, es que va a sanar". Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Ahora, vamos allá". Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: "Vayamos también nosotros, para morir con él".
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano.
Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas".
Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta respondió: "Ya sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo".
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: "Ya vino el Maestro y te llama". Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: "¿Dónde lo han puesto?" Le contestaron: "Ven, Señor, y lo verás".
Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: "De veras ¡cuánto lo amaba!" Algunos decían: "¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?".
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: "Quiten la losa". Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días". Le dijo Jesús: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado". Luego gritó con voz potente: "¡Lázaro, sal de allí!" Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo, para que pueda andar".
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
El evangelio de hoy nos hace reflexionar sobre la realidad de la muerte. Nos cuesta hacerlo. Comúnmente nos esforzamos por no hablar de ella e ignorarla, vivir intensamente cada día, disfrutar de la vida. Pero el hecho es que tarde o temprano la muerte nos visita [“La pálida muerte hiere con pie igual las chozas de los pobres y los palacios reales” (Horacio, Odas 1,4)]; y nos hacemos conscientes muy pronto de nuestra condición de seres que un día dejarán de existir. Junto a esta conciencia de nuestro ser mortal, crece también en nosotros –incluso como motivador de la “cultura”–, el anhelo de inmortalidad, el deseo de perdurar, de hallar los medios que nos defiendan de la muerte y nos hagan capaces de vivir una vida segura, larga y dichosa.
La resurrección de Lázaro da respuesta a este anhelo de felicidad, proclamando uno de los contenidos centrales del mensaje cristiano: la victoria de Cristo –y la nuestra– sobre el último enemigo del ser humano, la muerte (1 Cor 15,26). Es verdad que Lázaro volverá a morir. Pero el signo visible de su vuelta a la vida revela a los ojos de la fe que la muerte no tiene la última palabra porque nuestro destino es una comunión de vida con el Padre, Dios de la vida.
Además de esto, el evangelio de Juan expresa reiteradamente la convicción de que la resurrección consiste en creer en Jesús: quien cree en Él, aunque muera, vivirá (v.25), no morirá para siempre (v.26). Creer en Jesús es participar, ya aquí en la tierra, de la vida de Dios que es amor: “Y nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. Quien no ama, ya está muerto” (1 Jn 3,14).
Desde esta perspectiva, se puede decir entonces que el milagro en sí de la vuelta de Lázaro a la vida no es lo más importante en el relato de Juan, porque su interés se centra más bien en lo que experimentan sus hermanas Marta y María.
Como comentaba acertadamente el Cardenal Carlo M. Martini, Lázaro sale temporalmente del sepulcro, para volver a él años después. Las hermanas, en cambio, salen de su aldea de Betania (que en hebreo significa casa del afligido), donde reinaba el llanto y el luto, para encontrar allí mismo, en esa misma tierra, al Señor de la vida. El hermano vuelve a su vida mortal de antes, sus hermanas alcanzan la fe en Jesús y con ello pasan a la vida inmortal, a la vida que  resucitará de la muerte y se mantendrá en comunión con Dios en su eternidad.
En los relatos evangélicos todo aspecto es significativo, pero el pasaje de Lázaro tiene un aspecto que llama ciertamente la atención por la insistencia con que Juan lo consigna, y es el de los sentimientos que experimenta Jesús: se conmueve y llora por el amigo muerto. Marta, María y Lázaro eran amigos de Jesús. Jesús cultivaba esa amistad. Se entiende así su llanto por la desaparición del amigo. Jesús, al ver llorar a María y también a los judíos, se conmovió y suspiró profundamente (v.33). Pregunta dónde lo han sepultado, le dicen: Ven y te lo mostraremos. Y Jesús rompió a llorar (v.35). Los judíos comentaban: Miren cuánto lo quería.
Llegaron al sepulcro y Jesús suspiró profundamente otra vez. [El original griego del evangelio es más gráfico: se estremeció, se conturbó]. Jesús se estremece contra el mal de la persona que ama, contra nuestro mal; ese mal lo turba y conmueve en sus entrañas como si fuera suyo.
Pero mientras los otros lloran clamorosamente, Jesús llora serenamente. Sus lágrimas no son de impotencia frente al dolor; son la fuerza del amor con que sabe amar. Es el llanto de Dios por el mal del hombre que Él tanto ama. Por eso dicen los judíos esa frase tan bella que va más allá de lo que pensaban: ¡Miren cómo lo amaba! Podemos añadir: ¡Miren como ama Dios! Con relatos como éste, el evangelio de Juan nos hace ver lo humano que era Jesús y cómo en esa forma suya de ser plenamente humano se revela el Dios-con-nosotros, compasivo y misericordioso.
Digamos, en fin, que Jesús quita tragedia a la muerte, la desdramatiza. La muerte no triunfa, no nos hace caer en el vacío; es un sueño, un reposo, del que Cristo nos despierta; abrimos los ojos y nos hallamos en los brazos de Dios. Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo iré a despertarlo, dice Jesús.
A la luz del amor de Dios la muerte no puede hundirnos en la desesperación. Ante la muerte los creyentes no nos dejamos hundir en la aflicción como aquellos que no tienen esperanza (1 Tes 4,13). Éstos viven en permanente angustia, tratando de evadirse o de aliviar a cualquier precio su desesperado desgarramiento interior. El cristiano, en cambio, vive ya ahora la vida eterna por el amor de Aquel que lo amó y se entregó por él. 
¡Pidamos al Señor de la vida que nos enseñe a asumir el hecho de la muerte de un modo nuevo, como Dios lo ve! 

1 comentario:

  1. "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna." (Jn. 6:68)
    Gracias Padre Carlos por poner tanto amor en explicarnos la palabra De Dios.

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