P. Carlos Cardó, SJ
Cristo camina sobre el agua, óleo sobre lienzo de Iván Aivazovsky (1888), colección privada |
Al atardecer del día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Ya había caído la noche y Jesús todavía no los había alcanzado. Soplaba un viento fuerte y las aguas del lago se iban encrespando.Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron. Pero él les dijo: "Soy yo, no tengan miedo". Ellos quisieron recogerlo a bordo y rápidamente la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.
Jesús se retira. El
original griego del evangelio dice “huye”.
No puede admitir que le aparten del camino escogido para salvar al mundo, camino
del amor que sirve y da la vida, para convertirlo en un mesías poderoso como
los reyes de este mundo. Rechaza tajantemente esta tentación y sube a un monte él solo. Su soledad en
el monte recuerda a la de Moisés en el Sinaí después de la traición del pueblo,
cuando se pusieron a adorar un becerro de oro (Ex 34).
Así también los contemporáneos de Jesús ponen su esperanza en el
poder y no entienden que Jesús, mediante el signo del pan, les ha propuesto el
amor solidario como la solución al problema de la vida. Tienen una idea formada
de lo que tiene que ser el Mesías y la salvación, y no están dispuestos a
cambiarla. Pero la única realeza que Jesús aceptará será la que consiga en el
trono de la cruz. Allí quedará inscrita en hebreo, latín y griego la
proclamación: Jesús de Nazaret rey de los judíos (19,19).
A
la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y
atravesaron el lago hacia Cafarnaúm. Desertan,
dejan a Jesús. Su negativa a ser proclamado rey los ha desilusionado. Se montan
en una barca –cualquiera, no se dice que sea la de Pedro– y se van. Pero dejar
a Jesús es quedar a la merced de la noche y del poder de las tinieblas. Es lo
que ocurrirá a Judas después de recibir el trozo de pan mojado: salió y era de noche (Jn 13, 30). Así también los discípulos, en la
crisis, dejan a Jesús y los agarra la oscuridad.
De pronto se levantó un viento fuerte que agita el lago y hace
peligrosa la navegación. La comunidad está en peligro. En la desolación y la
crisis hay agitación de malos espíritus que mueven a desconfianza, falta de fe,
esperanza y amor. En tales momentos críticos no hay que hacer cambios
importantes en la vida porque la tristeza y el desánimo no inspiran sabias
decisiones; hay que luchar, más bien, contra la desolación. Y quizá esto es lo
que hacen los discípulos: algo en su interior los debe haber animado a remar y
no abandonarse; avanzan unos cinco kilómetros y el Señor les sale al encuentro.
El buen pastor no abandona a sus ovejas, busca a quien se le pierde. Perciben que
Jesús, caminando sobre el lago, se acerca a la barca.
Pero la mala conciencia les impide reconocerlo. Les da miedo,
esperan quizá una reprimenda o una represalia. Pero así actúan los hombres, no
Dios. Soy yo, no tengan miedo,
les dice, haciéndoles sentir, con esas palabras que muchas veces le han oído,
que deben fiarse de Él y de su amor incondicional. Es el Hijo de Dios venido no
para condenar al mundo sino para salvarlo, es el Señor del cielo y de la tierra,
su andar sobre las aguas demuestra su soberanía sobre todo lo creado.
Más aún, es quien los ha escogido para
colaborar en su obra, y que los sigue queriendo a pesar de su deserción. El
buen pastor da su vida por sus ovejas. Está dispuesto a hacer todo para no
dejarlos solos con su mal propósito, para que no se pierda ningunos de los que
el Padre le ha dado, para que no los sorprenda la tiniebla (6,39; 10,28; 12,35). Esta huida de los
discípulos en la barca anticipa la disolución del grupo después de la muerte de
Jesús. Sus palabras, Soy yo, no tengan miedo, anuncian su victoria sobre
todas las fuerzas del mal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.