P. Carlos Cardó, SJ
La multiplicación de los panes y de los peces, óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo (1667-70), Hospital de la Caridad, Sevilla, España |
En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: "¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?" Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan". Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?" Jesús le respondió: "Díganle a la gente que se siente". En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil.Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien". Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: "Este es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo". Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, Él solo.
Es una síntesis de la actividad de Jesús, dador de vida, y una
presentación del amor solidario como elemento esencial de la fe cristiana.
La acción se desarrolla en Galilea, región pobre de Palestina. Una
multitud de personas necesitadas han oído que Jesús cura a los enfermos y lo
han seguido. Con ellos atraviesa el mar de Tiberíades y sube a un monte. Pronto se da cuenta de la
situación y toma la iniciativa: levantó los ojos y, al ver la mucha gente
que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Lo
decía para tantearlo porque él ya sabía lo que iba a hacer” (vv. 5-6). Su
diálogo con Felipe es sólo para demostrar la incapacidad de la comunidad para
resolver el problema de la vida, representado en el hambre de la gente.
¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Esa
pregunta sigue resonando hoy. Según las estadísticas de la FAO, 800 millones de
personas en el mundo sufren hambre y desnutrición. Once de cada 100 se
encuentran en esta grave situación. 24.000 personas mueren cada día por causa
del hambre, el 75% de ellas menores de 5 años. Se han venido haciendo esfuerzos
para reducir la magnitud del problema, es verdad, pero aún falta mucho para
remediar esta tragedia del hambre que duele y avergüenza.
Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a
compartir. Mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como ha
dicho el Papa Francisco en su Encíclica Laudato
Sì sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que tales recursos
sean cada vez más escasos, y mientras no se tenga la voluntad de cuidar la
naturaleza y compartir la mesa de la creación, la pregunta de Jesús seguirá sin
respuesta.
Andrés intuye
un camino de solución:
Aquí hay un muchacho con cinco panes de cebada y dos pescados secos, pero ¿qué
es esto para tantos? Querría mostrar su amor repartiendo lo que hay,
pero ve que no es suficiente. La alusión al muchacho es significativa. En su
débil condición y con su escasa provisión de panes de baja calidad (panes de
cebada) y pescados secos –es decir, lo más desproporcionado para la magnitud
del problema– representa a la comunidad en su impotencia para resolver el
problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo. Es lo que
enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Él y habrá de sobra.
Viene entonces lo central del relato. Jesús
pronuncia la acción de gracias. Dar gracias es reconocer que
algo que se posee es don, regalo de Dios. La comunidad reconoce que el pan es
“fruto de la tierra y del trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se
podría decir que el signo (visto en profundidad) son los bienes de la creación
liberados del egoísmo humano, que alcanzan para el sustento de todos. Es el
signo del amor a Dios y a los prójimos, que lleva a compartir lo que uno es y
lo que uno tiene.
Por todo eso, el signo del pan es tan importante en la predicación
de Jesús, y Juan explicará su significado en el discurso del Pan de Vida (6, 22-59). Jesús proporciona el alimento
material e invita a pensar en su cuerpo que será entregado por nuestra
salvación.
Jesús distribuye los panes. Se puso a repartirlos (v.11).
“Sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los
bendices y los repartes entre nosotros”, decimos en la Plegaria Eucarística I.
Con su actitud, Jesús prefigura la entrega de su vida (Pan de vida, 6,51s y
lavatorio de los pies, 13,5), que se actualiza en la celebración de la
Eucaristía. En ella celebramos la generosidad de Dios a través de su Hijo, que multiplica
los bienes de la comunidad para que todos tengan vida.
Quedaron todos satisfechos... recogieron doce canastas con las
sobras… (vv. 12.13). La abundancia del signo realizado por Jesús llena de
entusiasmo a la gente, que lo reconocen como “el Profeta” e incluso quieren
proclamarlo rey. Pero este tipo de poder Él lo rechaza. Para dar de comer a la
multitud no ha partido de una posición de superioridad y fuerza, sino de
debilidad y escasez de recursos. Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso, Jesús
huye, se aleja de los que
pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés después de la traición
del pueblo (Ex 34, 3-4). Sólo al
final y en otro monte, el Gólgota, Jesús será glorificado como rey en el trono
de la cruz (19,19).
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