P. Carlos Cardó, SJ
La negación de Pedro, óleo sobre
lienzo de Gerrit van Honthorst (1623), Instituto de Arte de
Minneapolis, Estados Unidos
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En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: "Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar". Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: "¿De quién lo dice?" Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: "Señor, ¿quién es?" Le contestó Jesús: "Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar". Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.Jesús le dijo entonces a Judas: "Lo que tienes que hacer, hazlo pronto". Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’. Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿a dónde vas?" Jesús le respondió: "A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde". Pedro replicó: "Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". Jesús le contestó: "¿Conque darás tu vida por mí?Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces".
Llama la
atención la falta de conciencia de los discípulos de que en medio de la
comunidad puede actuar la traición. Judas es uno de los Doce. La traición no
viene de fuera, está dentro –¡uno de
ustedes!–, entre los amigos. Está el mundo de arriba, de Dios, de la verdad
y de la luz, y está el mundo de abajo, del maligno, mundo de la mentira y de la
oscuridad. Y el hecho es que este mundo que se opone a Cristo actúa en la
comunidad.
Muchas
preguntas puede suscitar el texto de la traición de Judas. ¿Impotencia de Dios
ante la libertad del hombre? ¿Es el mal inevitable? La respuesta es que Dios no
puede dejar de respetar la libertad humana, por la cual su criatura es imagen y
semejanza suya. Pero queda claro que sólo cuando se rechaza a la luz, viene la
tiniebla. Sólo cuando Judas, con el mal uso de su libertad, decide abandonar al
Señor, entra el diablo en él. Jesús no se inmuta, sigue dueño de la situación,
porque la luz vencerá a la tiniebla, aunque ésta tenga “su hora” y su poder.
Dios se dejará vencer en la cruz de su Hijo para triunfar. Sólo así puede
librarnos de la muerte, máximo poder y aparente triunfo del mal.
Otra
pregunta que el texto puede plantear tiene que ver con la posibilidad de la
perdición y la salvación. Parece no haber alternativa, una cosa o la otra. Pero somos
salvados precisamente porque estábamos perdidos. Y esa es nuestra fe: Estábamos incapacitados de salvarnos, pero
Cristo murió por los culpables… Dios nos ha mostrado su amor ya que cuando aún
éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5, 6.8). Judas encarna la
posibilidad de la perdición, de la
que Jesús salva. Judas es la realidad que nos cuesta admitir:
el pecado del mundo del que somos partícipes y que puede echar a perder nuestra
vida. Pero este mundo perdido es amado por Dios.
La fidelidad
del amor de Dios por todos sus hijos e hijas se muestra en Jesús: Ama a Judas y
da la vida por él. No puede no amarlo (no puede odiarlo) porque es el amor de
Dios encarnado, y dejaría de ser Dios, sería un simple hombre. Por eso, la
traición de Judas equivale en el evangelio de Juan a la glorificación del Hijo,
es decir, a la revelación máxima del poder salvador del amor.
Jesús ama al
discípulo: muestra de ello es el darle el trozo de pan mojado en la salsa, en
gesto de amistad y cercanía. Pero con el bocado entró Satanás en Judas y Jesús
lo exhorta a actuar. Los discípulos no entienden. Judas sale y es la noche.
Lo envuelve la tiniebla. Como a los Doce cuando se fueron en
barca después de lo de los panes…Fuera de la comunidad de Jesús sólo hay noche.
El pasaje de
Judas saca al discípulo de la presunción de salvarse por sus propios méritos, y
lo libra también de la angustia de perderse. Hace ver que la salvación es un
amor que no se niega a nadie, ni a quien lo niega y traiciona. Dios nos ama
porque somos sus hijos.
Pedro
pregunta: ¿A dónde vas, Señor? Ni
siquiera al final del largo recorrido con el Maestro ha comprendido que su
partida responde al plan de Dios; sigue en el nivel de los pensamientos de los
hombres. Intuye, no obstante, que algo malo le puede suceder y exclama, en un arranque
más de su carácter impulsivo: ¿por qué no
puedo seguirte? Yo daría la vida por ti. Y Jesús le anuncia sus negaciones.
Pedro debe
entender que el seguimiento de Jesús –cuya cúspide es el martirio– no depende
de las fuerzas humanas. Como Judas, Pedro debe deponer la presunción de
salvarse por sus propios méritos. A la luz de la resurrección, vuelto de sus
pruebas, Pedro reconocerá que lo que salva no es el dar la vida por el Señor,
sino que el Señor haya dado su vida por nuestra salvación. Cuando haya conocido
verdaderamente su amor, estará listo para seguirlo hasta el final y nadie podrá
arrancarlo de su mano.
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