P. Carlos Cardó, SJ
Cristo lava los pies a Pedro, placa de esmalte policromado y oro
sobre cobre de Pierre Reymond (1535-1540), Museo de Arte del Condado de Los
Ángeles, Estados Unidos
|
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: "Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?" Jesús le replicó: "Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde". Pedro le dijo: "Tú no me lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo". Entonces le dijo Simón Pedro: "En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos". Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos están limpios’.Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan".
Es la víspera de su pasión. Jesús entra
en ella consciente y voluntariamente. Quiere hacer de su muerte en cruz la
expresión máxima de su amor por nosotros: Habiendo
amado a los suyos… los amó hasta el extremo.
Sabe que va a ser traicionado,
abandonado y condenado a muerte injustamente. Quiere anticipar estos
acontecimientos en su Cena para preparar el ánimo de sus discípulos y recordarles
lo que ha sido la clave de su vida: que no vino a ser servido sino a servir y
dar su vida. Por eso les lava los pies, en un gesto propio de esclavos que
prefigura su próxima muerte en la cruz. Por eso transforma la cena pascual
judía en el don de su amor y en el sello de un nuevo pacto de Dios con
nosotros, que nada podrá romper.
En la Cena que Jesús celebra con
sus discípulos cambia los sacrificios que ofrecían los judíos –el cordero
inmolado, los panes sin levadura, las hierbas amargas–, por la
comida de su propio cuerpo con la sangre salvadora. En el simple acto de partir
el pan y beber una copa de vino, y en las sencillas palabras: “Esto es mi cuerpo..., mi sangre”, se concentra
todo lo que Jesús es y todo lo que nos da. Ahí está simbólicamente expresada la
prueba máxima de su amor: el sacrificio de su vida y su glorificación.
La Iglesia, reunida allí en el
Cenáculo, recibe este gesto del Señor como un mandato. Hagan esto en memoria mía. Por eso, desde aquella noche los
cristianos nos reunimos en la Eucaristía, conscientes de que cada vez que
comemos juntos el pan y bebemos la copa anunciamos la muerte del Señor,
proclamamos su resurrección y expresamos nuestro anhelo más profundo: ¡Ven
Señor, Jesús! La Iglesia sabe que la Eucaristía condensa todo lo que ella es y
todo lo que ella cree; por eso, la Eucaristía es norma de vida del cristiano y
de la comunidad.
Por todo esto no debemos olvidar
que lo que Jesús hizo en su Ultima Cena no fue un simple rito, una ceremonia,
una representación. No tiene sentido celebrar la Eucaristía como un simple rito
obligatorio, sin hacer de nuestra vida una memoria viva de su amor por
nosotros. Toda la vida ha de hacerse “eucaristía”: comunión con Dios en Cristo
y comunión entre nosotros, acción de gracias por los bienes que Dios nos da y
que debemos repartir entre nosotros, servicio generoso regido por el
mandamiento nuevo del amor. Esto es lo que nos mandó hacer Jesús cuando, después
de lavar los pies de sus discípulos y después de partir el pan y ofrecer el
cáliz, les dijo ¡Hagan esto!
En la Eucaristía, el mismo Jesús
se nos da como alimento. Tomen, coman,
esto es mi cuerpo. La comunión es un encuentro entre dos personas, es la asimilación de mi vida con la
suya, mi transformación y configuración con Aquel que recibimos. Asimismo, el comulgar
con Cristo es comulgar con todos sus miembros, de los que Él es la cabeza, es
vivir el ideal al que tendían las primeras comunidades cristianas que, junto
con el compartir un mismo pan y una misma copa, lo tenían todo en común y se
unían entre sí formando un solo corazón y una sola alma. Por eso no se puede separar
lo que Jesús ha unido: el “sacramento del altar” y el “sacramento del
hermano”.
Jesús, el amigo que va a morir, se
despide de sus seres queridos. Impresionan los sentimientos de Jesús al
lavarles los pies a los discípulos e instituir la Eucaristía, las palabras que
les dice, las recomendaciones últimas que les da y su oración por ellos. No
quiere dejarlos tristes; les promete el Espíritu Consolador. No quiere dejarlos
solos, pues sabe que los expone a la tentación: les deja su cuerpo como alimento
y como signo eficaz de su presencia real entre ellos: No es posible imaginar
una unión mayor y más estrecha.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.