P. Carlos Cardó, SJ
Fiesta en casa de Simón (detalle),
óleo sobre lienzo (1556-1560) de Paolo
Veronese, Galería Sabauda, Turín, Italia
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Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Martha servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: "¿por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?" Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.Entonces dijo Jesús: "Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán". Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.
Jesús va a
Betania, donde ha devuelto la vida a Lázaro. Le ofrecen allí una cena de acción
de gracias. Por la forma como lo relata San Juan, es un anticipo de la última
cena en la que Jesús instituirá el memorial de su muerte y resurrección.
Marta,
María, Lázaro y los invitados, con Jesús como centro, simbolizan a la comunidad
de los creyentes que celebra la Cena del Señor y lo hace presente por los
siglos. Se destaca la figura de María y su ofrenda de un perfume finísimo, con
el que rinde homenaje a Jesús y le demuestra toda su gratitud por lo que ha
hecho en favor de su hermano. Las alusiones implícitas al Cantar de los
Cantares (el perfume de nardo 1,12; los cabellos 7,6) permiten suponer que Juan
ve en la mujer de Betania un símbolo de la Iglesia-esposa, que rinde homenaje a
su Señor.
La acción
que realiza María es propia de los sirvientes de casa: ungir o lavar los pies
del invitado en señal de bienvenida; pero ella lo hace como muestra de un amor que
da sin llevar cuentas. Así es el amor auténtico. Todas las riquezas de la casa
no bastan para comprarlo (Cant. 8,7).
Por eso, María lo demuestra con su regalo de un perfume carísimo que resulta
excesivo a quien no conoce ni siente tal amor.
Del mismo
modo, el gesto de Jesús de lavar los pies de sus discípulos en la última cena,
será para Juan la demostración de que Jesús, con la entrega de su vida, ha
llevado su amor hasta el extremo. Este amor, expresión de la donación de uno
mismo, será el distintivo de la comunidad. En
esto conocerán que son ustedes mis discípulos…
El perfume adquiere
importancia central en el relato. Toda la
casa se llenó de la fragancia del perfume. Todos en la comunidad han sido
alcanzados por el espíritu del Señor, espíritu del amor. San Pablo dirá que
Dios, valiéndose de nosotros esparce en
todo lugar la fragancia de su conocimiento. Porque nosotros somos para Dios el
buen olor de Cristo…, olor de vida que lleva a la vida (2 Cor 2, 15-16). No
se puede guardar la fe como algo puramente íntimo, privado. El perfume se
expande. Así como el pan es para ser partido y consumido, así también la
esencia del perfume es expandirse y desaparecer.
Un pan que
se guarda no alimenta, no sirve para nada; un perfume que se guarda en sí mismo
no es perfume. Por eso es símbolo de Dios cuya esencia, el amor, es expansivo, se
da siempre. Es símbolo de Cristo que no se guarda para sí sino que sirve y se
entrega totalmente. Y es símbolo del cristiano, hecho para la donación generosa
en el servicio, a imitación del Señor.
Se podría
decir, también, que el frasco de perfume roto es otro símbolo, porque sugiere
la idea de las opciones fundamentales y de los compromisos definitivos y para
siempre, por medio de los cuales la persona lo da todo de una vez y para
siempre, sin dejar abierta la posibilidad de echarse atrás.
Judas
protesta. Encarna al mundo que rechaza el don del amor salvador que Dios ofrece
y el camino hacia la plena realización humana por medio del amor de donación y
servicio. Este mundo no aprecia el valor de la entrega sacrificada que da más
de lo que es preciso; actitudes así le parecen despilfarro, derroche
inexplicable. Pero además, Judas aparece designado específicamente como el que lo iba a traicionar, y su
protesta, mentirosa, que no busca el bien de los pobres sino obtener provecho
de la venta del perfume, deja ver la razón última de su traición: no ha
aceptado al Señor, nunca lo ha comprendido, lo ha seguido pero por su propio
interés y le molesta su mensaje del amor que salva.
María sí ha
entendido al Señor. Por su parte, Jesús la defiende e interpreta su muestra de
afecto como una acción profética. Prepara
mi cuerpo para la sepultura. Anticipa la experiencia pascual de las mujeres
que irán con perfumes de mirra y áloe a embalsamar el cuerpo de Jesús. Pero a diferencia
de ellas que irán a honrar a un difunto, María honra al que está vivo y da la
vida, al gran Viviente que vencerá a la muerte
La frase de
Jesús que viene a continuación puede resultar difícil de entender, pero se
entiende si se la ve como una alusión al texto del Deuteronomio: No dejará de haber pobres en medio del país
(Dt 15, 11), que remite al mandamiento de Dios de socorrer a los necesitados.
Esta orden sagrada valdrá siempre, mientras la injusticia siga dominando en el
mundo. El sentido de la frase de Jesús sería éste: «Hay que ocuparse siempre de
los pobres, pero María ha hecho bien al ocuparse hoy de mí».
Ocasiones para
demostrar amor a los pobres las habrá siempre, pero la oportunidad de tributar
a Jesús tal demostración de amor no se da sino ahora y María lo ha entendido.
En resumen,
el pasaje transmite la lección de la generosidad plena. No perdemos lo que
entregamos. El amor generoso, que da sin llevar cuenta, será siempre el
distintivo del verdadero discípulo.
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