P. Carlos Cardó, SJ
Cristo y Dios Padre, fresco de Franz
Anton Maulbertsch (1758), Iglesia de Sümeg, Hungría
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En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: "He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?"Le contestaron los judíos: "No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios".Jesús les replicó: "¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre". Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos. Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: "Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad". Y muchos creyeron en él allí.
Último
enfrentamiento de Jesús con los judíos. Ya antes lo han querido apedrear (Jn
8,59). Les resulta una ofensa a Dios decir que sus palabras son las del
Altísimo y que sus obras corresponden a las de su Enviado. Jesús, por su parte,
ha dicho de ellos que tienen por padre
al diablo, mentiroso y homicida, y que por eso se muestran agresivos con él y lo
quieren matar. Pero para ellos la cosa está clara: si lo dejan hablar, van a
quedar desacreditados, ellos que son precisamente los representantes oficiales
de Dios.
Jesús se
defiende. No puede presentar testimonio humano alguno que valga para acreditar
su misión de Mesías, pero sí puede apelar a las obras. Ellas hablan por sí
solas: el resultado de los signos que realiza en favor de los enfermos y de los
pobres, sólo Dios puede lograrlo. Con sus curaciones de enfermos y sus acciones
en favor de la vida, Jesús rehace la creación rota por el pecado de los
hombres, salva al mundo de la muerte, libera, da vida aun a quienes quieren
lapidarlo.
Jesús
califica sus obras de excelentes. Así
son las obras de Dios. El Génesis lo dice al acabar la obra de la creación: vio Dios todo lo que había hecho, y todo era
muy bueno (1,31). Las obras del
Hijo son igualmente excelentes. Nicodemo, personaje importante, miembro del
grupo de los fariseos, lo había reconocido: Maestro,
sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede
realizar los signos que tú haces si Dios no está con él (Jn 3,2). Y porque
lo sabían muy bien, los que tenían enfermos de diversas enfermedades se los
llevaban y toda la gente quería tocarlo, porque de él salía una fuerza que los sanaba
a todos (Lc 6,19).
Manifestaba especial compasión ante las multitudes hambrientas y
abandonadas (Mc 6,34; 8,2s; Mt 9,36;
14,14; 15,32), hizo ver a los ciegos, oír a los sordos, andar a los inválidos,
hizo presente el amor perdonador de su Padre para los pecadores y los perdidos.
Su fama de compasivo se extendió por todas partes y los afligidos no dudaban en
invocarlo como a Dios mismo: ¡Kyrie eleison! ¡Señor, ten piedad! (Mt 15,22; 17,15; 20,30s). Con todas
estas acciones Jesús continúa la obra de su Padre: Mi Padre trabaja y yo también trabajo (Jn 5,17).
No obstante,
los judíos replican: No es por ninguna
obra buena por lo que queremos apedrearte, sino por haber blasfemado. Pues tú,
siendo hombre te haces Dios. Querían otra manifestación de Dios porque
creían en otro Dios. Mantenían la idea de un dios distante e inaccesible, al
que se podía complacer con ofrendas, sacrificios, tradiciones y normas y en
quién podían basar su autoridad de jefes y maestros, con todas las ganancias
que ello les reportaba.
En Jesús, en
cambio, en su humanidad, en su manera de ser hombre, se revelaba un Dios
diferente: Dios de misericordia y de gracia, Dios que sigue dando vida por
medio de su Hijo. Las obras de Jesús sólo pueden provenir de él. Jesús, por lo
tanto, no blasfema; ese es su argumento. Y entran así en crisis todas las
formas e imágenes erradas con que se concebía a Dios en su relación con los
hombres.
Si se tiene
en cuenta, finalmente, que el contexto en que Jesús habla de sus obras es el de
la fiesta de renovación del templo, no cabe duda que una vez más habla Jesús de
sí mismo como el templo verdadero,
para la adoración de Dios en espíritu y verdad (Jn 4,23), templo indestructible que en tres días se levantará de
nuevo (Jn 2, 19), templo en el que
resplandece la gloria del Padre y desciende a nosotros su Espíritu para al
perdón de los pecados (Jn 20, 23) y
para guiarnos al conocimiento de la verdad completa (Jn 16, 13).
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