P. Carlos Cardó, SJ
Cristo juez, fresco de Fra
Angelico (1447), Capilla de San Brizio de Orvieto, Umbría, Italia
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En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden venir". Dijeron entonces los judíos: "¿Estará pensando en suicidarse y por eso nos dice: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’?". Pero Jesús añadió: "Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecados, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados".Los judíos le preguntaron: "Entonces ¿quién eres tú?" Jesús les respondió: "Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que tengo que decir de ustedes y mucho que condenar. El que me ha enviado es veraz y lo que yo le he oído decir a él es lo que digo al mundo". Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.Jesús prosiguió: "Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada". Después de decir estas palabras, muchos creyeron en él.
En la cruz
se revela la identidad humana y divina de Jesús. Rechazado por sus hermanos,
humillado y condenado por las autoridades de su pueblo, será ahí mismo
reconocido por Dios, que garantizará la verdad de su causa, lo revelará como su
Hijo, y hará que brille en Él su gloria, resplandor de su ser divino, la gloria
propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad (1,14), amor y
lealtad.
En el
evangelio de Juan, cruz y resurrección son dos caras de un mismo misterio. Por
eso, “levantado” significa a la vez
crucificado y resucitado. Juan ve la pasión como glorificación. Ya antes Jesús
había dicho que convenía que el Hijo del hombre fuera levantado como la serpiente de Moisés en el desierto, para que
quienes lo vean sean salvados (Jn 3,15ss).
Dirá asimismo: Una vez que haya sido
elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí (12,31).
San Juan no
ve en la muerte de Jesús un simple hecho natural, ni un simple asesinato
político-religioso o una tragedia incomprensible. Para el evangelista, Jesús
realiza en la cruz su vuelta al
Padre. Pero como los contemporáneos de Jesús no conocen a Dios, tampoco
reconocen al Hijo.
Sus mismos
discípulos, antes de vivir la experiencia de su resurrección, quedarán
abrumados pensando que su muerte ha sido su más radical fracaso. Y en cierto
modo nos ocurre a nosotros también algo semejante cuando pensamos en nuestra
muerte no como una vuelta y encuentro definitivo con Dios, sino como mera
separación y privación de la vida, como el fin irremediable de lo que somos,
que hace inútil toda tentativa de ponernos a salvo.
El que me envió está conmigo y no
me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada. Con esta certidumbre interior
vive y muere Jesús. Su absoluta identificación con la voluntad de su Padre –que
lo ha enviado para demostrar hasta dónde es capaz de llegar el amor que salva–
hace que su aceptación de la muerte no sea pasiva, sino activa, como un acto
supremo de entrega de la propia vida.
Por eso los
cristianos hablamos de la cruz de Jesús como una ofrenda y un sacrificio que
nos salva. En la muerte de Jesús, culminación de una misión recibida, su Padre,
lo glorifica y da cumplimiento al proceso de revelarse al mundo como un Dios
cercano. Por eso, el evangelio de San Juan ve en el Jesús levantado en la cruz
la revelación de Yo-soy: Cuando levanten
en alto al Hijo del hombre, entonces
reconocerán que yo soy.
Levantado en
la cruz, Jesús revela quién es Dios y quien es Él. Ya no se puede dudar, el
Dios que en la persona de Jesús se ha acercado a nosotros es el Dios amor,
capaz de cargar sobre sí el mal de sus hijos e hijas a quienes ama, capaz de
perdonar y dar su vida a quienes lo llevan a la muerte. Sólo en la
cruz conocemos en verdad quien es Yo-soy. Por eso, Pablo dirá que el mensaje de
la cruz es sabiduría y poder de Dios (1Cor
1,18ss). En la cruz se revela el Dios que libera de toda esclavitud. El
abismo del mal es llenado por Dios con su amor incondicionado y sin límites,
con el que vence al mal y quita el pecado del mundo.
Se cumple
así en sentido pleno la paradoja que José les hizo ver a sus hermanos en las consecuencias
de su mala acción cometida contra él de venderlo como esclavo a los egipcios: Ustedes habían pensado hacerme el mal, pero
Dios ha querido cambiarlo en bien, para hacer lo que estamos viendo: dar vida a
un gran pueblo (Gen 50,20).
Eso de pensar en un regreso a Dios al momento de morir... Se hace un poco difícil, padre. Algunad espiritualidaded son más terrenas, concretas. No obstante, el resto de su lectura pone el énfasis en la acción concreta de amor en esta vida mortal, sin que importe mucho las consideraciones sobre "la otra vida". Muy buen blog!
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