P. Carlos Cardó, SJ
Cristo en la Cruz, óleo sobre
lienzo de Francisco de Zurbarán (1627), Instituto de Arte de Chicago, Estados
Unidos
|
En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, creyeron en él. Pero algunos de entre ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al sanedrín y decían: "¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación".Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: "Ustedes no saben nada. No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca". Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos. Por lo tanto, desde aquel día tomaron la decisión de matarlo.Por esta razón, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la ciudad de Efraín, en la región contigua al desierto y allí se quedó con sus discípulos.Se acercaba la Pascua de los judíos y muchos de las regiones circunvecinas llegaron a Jerusalén antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús en el templo y se decían unos a otros: "¿Qué pasará? ¿No irá a venir para la fiesta?"
¿No se dan cuenta de que es
preferible que muera un solo hombre por el pueblo, a que toda la nación sea
destruida?, dijo
Caifás. Y el evangelista San Juan añade
una frase misteriosa: no hizo esta
propuesta por su cuenta, sino que, como desempeñaba el oficio de sumo sacerdote
aquel año, anunció bajo la inspiración de Dios que Jesús iba a morir por toda la nación. Y no sólo por la
nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que
estaban dispersos (Jn 11, 50-52). Es decir, que Caifás, sin saberlo ni
pretenderlo, señaló el significado redentor de la muerte de Jesús. Tendrá que
morir para que la nación y toda la humanidad se salven.
Que un
hombre muera por toda la nación..., ¿qué sentido tiene esto? Conviene
entenderlo bien.
Tradicionalmente
se ha interpretado en el sentido de un rescate: uno paga para redimir a todos,
Jesucristo cancela la deuda contraída por la humanidad pecadora, su sangre es
el precio valioso que ha merecido para nosotros la vida. Esta idea está muy
presente en el Antiguo Testamento. Se visibilizaba en el día de la purificación
con el rito del macho cabrío sobre el que, simbólicamente, los hebreos cargaban
los pecados del pueblo y lo abandonaban en el desierto (cf. Lev 16,20-22).
La sangre, además,
tenía poder de borrar los pecados. El Sumo Sacerdote con la sangre de las
víctimas inmoladas asperjaba el propiciatorio –que era una plancha de oro sobre
el Arca de la Alianza–, expresando la voluntad de unirse a Dios, eliminando la
separación y distancia provocadas por el pecado. San Pablo aplica esta imagen a
Jesucristo y lo presenta como el nuevo
propiciatorio de nuestros pecados (Rom
5).
La idea de
la redención como rescate se une así a la de la muerte sustitutiva (vicaria) y
a la del sacrificio expiatorio. La muerte vicaria aparece en varios pasajes de
las cartas de Pablo (1Tes 5, Gal 2, 1Cor 1 y 15, 2Cor
5, Rom 5,14, también en 1Pe 2).
Los Santos
Padres de la primitiva Iglesia dirán que Cristo establece el intercambio entre Dios
y los hombres, con el que se da la victoria sobre la muerte y el diablo, que Cristo con su sangre da a Dios la debida
satisfacción (San Anselmo), y que su sangre es el instrumento del amor que
reconcilia (Santo Tomás de Aquino). En el himno eucarístico Adoro Te devote, Santo Tomas de Aquino
dice que una sola gota de la sangre de Cristo puede liberar de todos los
crímenes al mundo entero.
Pero no se
puede negar que esta idea de que el inocente pague por todos, resulta difícil
de comprender. Dios no quiso la muerte de su Hijo; no lo envió al mundo para
que lo mataran. No se puede pensar así, se haría de Dios un padre despiadado.
Sí envió a su Hijo para que se identificara con sus hermanos mediante un amor
que lo llevaría hasta asumir solidariamente el sufrimiento y la muerte. Dios
miraba sólo a que su Hijo, enviado y entregado al mundo, mantuviera su
solidaridad salvífica con los hombres, acercándose incluso –con su amor llevado
hasta el extremo– hasta abrazar a sus enemigos para sacarlos de su cerrazón y
alejamiento de Dios.
Y es lo que
hizo Jesús: no dudó en hacer suya la voluntad amorosa de su Padre de dar su
vida para que nadie se pierda, llenando de este amor los padecimientos y muerte
que sus enemigos –representantes del pecado del mundo– le infligieron. Cristo
Jesús nos ama y, porque nos ama, da su vida por amor. El Padre, por su parte,
se complace y acepta el amor más grande que su Hijo demuestra dando la vida por
sus amigos, confiriéndole todo su valor de eternidad y su eficacia salvadora.
Además,
Jesús ha de asumir toda la realidad humana, incluido el pecado, el sufrimiento
y la muerte. Por eso acepta el dolor de la cruz, para iluminar y llenar con su
amor el sufrimiento humano, la culpa humana y la muerte, y vencerlos. El amor
es lo que redime y salva.
Otra interpretación
hace ver que el pecado y la muerte eran fruto de la humanidad vieja, constituida
por el mundo sin Dios y sin esperanza (Cf. Ef
2, 12), y por el pueblo de Israel, que había quedado atrapado en el
cumplimiento puramente exterior de la ley, sin la libertad de los hijos de Dios.
Adán, inicio de la humanidad, representa el mundo viejo que ha de morir para
que pueda nacer una nueva vida. Eso es lo que ocurrirá en la cruz del Señor.
Para San
Pablo Jesucristo es el nuevo Adán, que con su muerte da comienzo a la humanidad
nueva cuyo destino es el cielo. En su cuerpo entregado y resucitado cabemos
todos. Su cuerpo es «espiritual», y lo formamos todos: la comunidad de fe,
esperanza y amor, que Cristo resucitado colma del Espíritu para renovarlo todo.
Esta idea sintetiza lo que es la pascua: Lo
viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo. Todo viene de Dios, que nos ha
reconciliado consigo mismo por medio de Cristo (2 Cor 5 17-18). Por esto los que viven en Cristo son una nueva
criatura.
En la cruz, Cristo,
el hombre nuevo, comparte la vida nueva del Espíritu con todo su cuerpo, que es
la comunidad de sus hermanos y hermanas, y hace de ellos la humanidad nueva. Para
eso muere Jesús.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.