P. Carlos Cardó, SJ
Entrada de Jesús en Jerusalén, fresco de
Pietro Lorenzetti (1320), Basílica de San Francisco, Asís, Italia
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Cuando se aproximaban ya a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan al pueblo que ven allí enfrente; al entrar, encontrarán amarrada una burra y un burrito con ella; desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les pregunta algo, díganle que el Señor los necesita y enseguida los devolverá".Esto sucedió para que se cumplieran las palabras del profeta: Díganle a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo.Fueron, pues, los discípulos e hicieron lo que Jesús les había encargado y trajeron consigo la burra y el burrito. Luego pusieron sobre ellos sus mantos y Jesús se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendía sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de los árboles y las tendían a su paso. Los que iban delante de Él y los que lo seguían gritaban: "¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!".Al entrar Jesús en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. Unos decían: "¿Quién es éste?". Y la gente respondía: "Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea".
En la entrada de Jesús en Jerusalén aparecen juntos su triunfo y su pasión.
Con los niños judíos que salieron a su encuentro portando ramos de olivo, lo aclamamos
como nuestro rey: “Hosanna al Hijo de
David. Bendito el que viene en nombre del Señor”. Impacta la humildad y
mansedumbre con que vive su condición de rey: entra en la ciudad montado sobre un pollino. Su reino no es de este mundo. Su
grandeza no se manifiesta en el dominio y el poder, sino en el servir y dar su
vida.
A
continuación, el relato de la Pasión según San Mateo hace ver cómo el largo
camino recorrido por Dios en su búsqueda del ser humano alcanza su fin. En la
cruz, Jesús nos da alcance, situándose para ello en el espacio que nos aleja de
Dios: el espacio de nuestro pecado, nuestro dolor y nuestra muerte. Dios es misericordia,
amor apasionado que se identifica con los que ama. La pasión hace ver lo que
Dios se hizo para salvarnos: el juez
es juzgado, el inocente condenado, el rey entronizado en un patíbulo de
esclavos, el autor de la vida asesinado. Los brazos del Crucificado alcanzan el
universo y anulan toda distancia y oposición entre el cielo y la tierra.
La Pasión según San Mateo muestra la forma como la Iglesia
primitiva contempló los sufrimientos y la muerte de Jesús y descubrió su
sentido con la ayuda de la Escritura. Cayó en la cuenta de la correspondencia
exacta que hay entre el plan de Dios, profetizado en el Antiguo Testamento, y
los desconcertantes acontecimientos de la “semana santa”.
Se subraya la contraposición entre el viejo Israel y la Iglesia de
Cristo. A eso responde el interés del evangelista Mateo de señalar y denunciar
a los responsables de la muerte de Jesús: Judas, los sacerdotes, los ancianos
del pueblo. El proceso ha sido inicuo. Judas confiesa: Pequé entregando sangre inocente (27, 4) y arroja las monedas de
plata. Los sacerdotes reconocen que son precio
de sangre. El plan de Dios predicho por los profetas se ha cumplido (Zac 11, 12-13; Mt 27, 9).
En el juicio ante Pilato se ve también la intención eclesial de Mateo
de mostrar las relaciones entre Cristo y el antiguo Israel. Cuando la mujer del
pagano Pilato intercede por “el justo”, la muchedumbre exige a gritos la muerte
del Mesías. En adelante, la condición para entrar en el Reino será aceptar el
ofrecimiento de salvación que Dios hace y agregarse a la Nueva Alianza, que sellará
con la sangre de su Hijo. Ante el Crucificado, que entrega su espíritu (27,50),
el cristiano se siente movido a confesar lo mismo que el centurión romano: Realmente éste era el Hijo de Dios (27,54).
Hacia el Hijo de Dios, muerto por nuestros pecados y resucitado por
nuestra salvación (Rom 4,25), se
orienta toda la vida y actuación de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, que
testimonia su fe a quienes quieran escuchar. La cruz de Jesús pone fin a la era
antigua y hace nacer la era de la Iglesia.
El relato de Mateo acaba describiendo las repercusiones cósmicas
de la muerte de Jesús: el velo del templo se rasga en dos, señal del final de
los tiempos antiguos; la tierra se estremece y resucitan muertos, señales de
que la muerte de Cristo transforma el mundo y lo abre a la irrupción del Reino
y de la gloria de Dios.
La Pasión de
San Mateo es apta para ser cantada, como hace J. S. Bach, y representada en teatro,
como muestran las famosas “Pasiones” de la Semana Santa , pero
sobre todo está escrita para ser rezada, meditada, agradecida y alabada, porque
en la Pascua de Jesús, que con acentos tan sinceros se nos narra en ella, se
funda nuestra salvación.
EXCELENTE COMO SIEMPRE.
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