P. Carlos Cardó SJ
Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.
Allí lo invitaron a una cena. Marta servía y Lázaro estaba entre los invitados. María, pues, tomó una libra de un perfume muy caro, hecho de nardo puro, le ungió los pies a Jesús y luego se los secó con sus cabellos, mientras la casa se llenaba del olor del perfume.
Judas Iscariote, el discípulo que iba a entregar a Jesús, dijo: «Ese perfume se podría haber vendido en trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres». En realidad no le importaban los pobres, sino que era un ladrón, y como estaba encargado de la bolsa común, se llevaba lo que echaban en ella.
Pero Jesús dijo: «Déjala, pues lo tenía reservado para el día de mi entierro. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre».
Muchos judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por ver a Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Entonces los jefes de los sacerdotes pensaron en dar muerte también a Lázaro, pues por su causa muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.
Jesús va a Betania, donde ha devuelto la vida a Lázaro. Le
ofrecen allí una cena de acción de gracias. Por la forma como lo relata San
Juan, es un anticipo de la última cena en la que Jesús instituirá el memorial de
su muerte y resurrección.
Marta, María, Lázaro y los invitados, con Jesús como centro, simbolizan
a la comunidad de los creyentes que celebra la Cena del Señor y lo hace
presente por los siglos. Se destaca la figura de María y su ofrenda de un
perfume finísimo, con el que rinde homenaje a Jesús y le demuestra toda su
gratitud por lo que ha hecho en favor de su hermano. Las alusiones implícitas
al Cantar de los Cantares (el perfume de nardo 1,12; los cabellos 7,6) permiten
suponer que Juan ve en la mujer de Betania un símbolo de la Iglesia-esposa, que
rinde homenaje a su Señor.
La acción que realiza María es propia de los sirvientes de casa:
ungir o lavar los pies del invitado en señal de bienvenida; pero ella lo hace como
muestra de un amor que da sin llevar cuentas. Así es el amor auténtico. Todas
las riquezas de la casa no bastan para comprarlo (Cant 8,7). Por eso, María lo demuestra con su regalo de un perfume
carísimo que resulta excesivo a quien no conoce ni siente tal amor. Del mismo
modo, el gesto de Jesús de lavar los pies de sus discípulos en la última cena,
será para Juan la demostración de que Jesús, con la entrega de su vida, ha
llevado su amor hasta el extremo. Este amor, expresión de la donación de uno
mismo, será el distintivo de la comunidad. En
esto conocerán que son ustedes mis discípulos…
El perfume adquiere importancia central en el relato. Toda la casa se llenó de la fragancia del
perfume. Todos en la comunidad han sido alcanzados por el espíritu del
Señor, espíritu del amor. San Pablo dirá que Dios, valiéndose de nosotros esparce en todo lugar la fragancia de su
conocimiento. Porque nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo…, olor de
vida que lleva a la vida (2 Cor 2, 15-16).
No se puede guardar la fe como algo puramente íntimo, privado. El
perfume se expande. Así como el pan es para ser partido y consumido, así
también la esencia del perfume es expandirse y desaparecer. Un pan que se
guarda no alimenta, no sirve para nada; un perfume que se guarda en sí mismo no
es perfume. Por eso es símbolo de Dios cuya esencia, el amor, es expansivo, se
da siempre. Es símbolo de Cristo que no se guarda para sí sino que sirve y se
entrega totalmente. Y es símbolo del cristiano, hecho para la donación generosa
en el servicio, a imitación del Señor.
Se podría decir, también, que el frasco de perfume roto es otro
símbolo, porque sugiere la idea de las opciones fundamentales y de los
compromisos definitivos y para siempre, por medio de los cuales la persona lo
da todo de una vez y para siempre, sin dejar abierta la posibilidad de echarse
atrás.
Judas protesta. Encarna al mundo que rechaza el don del amor
salvador que Dios ofrece y el camino hacia la plena realización humana por
medio del amor de donación y servicio. Este mundo no aprecia el valor de la
entrega sacrificada que da más de lo que es preciso; actitudes así le parecen despilfarro,
derroche inexplicable. Pero además, Judas aparece designado específicamente
como el que lo iba a traicionar, y su
protesta, mentirosa, que no busca el bien de los pobres sino obtener provecho
de la venta del perfume, deja ver la razón última de su traición: no ha
aceptado al Señor, nunca lo ha comprendido, lo ha seguido pero por su propio
interés y le molesta su mensaje del amor que salva.
María sí ha entendido al Señor. Por su parte, Jesús la defiende e
interpreta su muestra de afecto como una acción profética. Prepara mi cuerpo para la sepultura. Anticipa la experiencia
pascual de las mujeres que irán con perfumes de mirra y áloe a embalsamar el
cuerpo de Jesús. Pero a diferencia de ellas que irán a honrar a un difunto,
María honra al que está vivo y da la vida, al gran Viviente que vencerá a la
muerte
La frase de Jesús que viene a continuación puede resultar difícil
de entender, pero se entiende si se la ve como una alusión al texto del Deuteronomio:
No dejará de haber pobres en medio del
país (Dt 15, 11), que remite al mandamiento de Dios de socorrer a los
necesitados. Esta orden sagrada valdrá siempre, mientras la injusticia siga
dominando en el mundo. El sentido de la frase de Jesús sería éste: «Hay que
ocuparse siempre de los pobres, pero María ha hecho bien al ocuparse hoy de
mí».
Ocasiones para demostrar amor a los pobres las habrá siempre, pero
la oportunidad de tributar a Jesús tal demostración de amor no se da sino ahora
y María lo ha entendido.
En resumen, el pasaje transmite la lección de la generosidad plena. No perdemos lo que entregamos. El amor generoso, que da sin llevar cuenta, será siempre el distintivo del verdadero discípulo.
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