P. Carlos Cardó SJ
Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la puerta del rico, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamerle las llagas. Murió el pobre y los ángeles lo llevaron junto a Abrahán. Murió también el rico y lo sepultaron. Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, alzó la vista y divisó a Abrahán y a Lázaro a su lado. Lo llamó y le dijo: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro, para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua; pues me torturan estas llamas». Respondió Abrahán: «Hijo, recuerda que en vida recibiste bienes y Lázaro, por su parte, desgracias. Ahora él es consolado y tú atormentado. Además, entre vosotros y nosotros se abre un inmenso abismo; de modo que, aunque se quiera, no se puede atravesar desde aquí hasta vosotros ni pasar desde allí hasta nosotros». Insistió el rico: «Entonces, por favor, envíalo a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos; que los amoneste para que no vengan a parar también ellos a este lugar de tormentos». Le dice Abrahán: «Tienen a Moisés y los profetas: que los escuchen». Respondió: «No, padre Abrahán; si un muerto los visita, se arrepentirán». Le dijo: «Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso»”.
El mensaje de esta parábola es claro: despilfarrar el dinero, sin
pensar en el bien común y en contribuir a remediar las necesidades de los
prójimos, es obrar de manera egoísta e injusta. Así procedía el rico, que banqueteaba
espléndidamente, sin importarle la suerte del pobre que estaba a su lado. Llega
el día en que ambos personajes se encuentran ante la realidad ineludible de la
muerte, y sus destinos cambian: el pobre es llevado al “seno de Abraham”, el
cielo, mientras el rico va a caer en el infierno, que la imaginación judía
describía como un lugar de llamas y tormentos.
El mensaje de la parábola no es que los pobres que sufren en este
mundo tendrán después sus gozos en el cielo; lo que se subraya no es la suerte
del pobre, sino la condena del rico. Por otra parte, la parábola no presenta a
los dos personajes desde un punto de vista moralista. No dice que el rico haya
sido un inmoral, ni que el pobre sea un creyente piadoso. No cabe, pues, la
conclusión maniquea de que los ricos por ser ricos son malos y los pobres por
ser pobres son buenos.
La razón por la que el rico echa a perder su vida es por haberse
mostrado indiferente a la necesidad del pobre, que estaba tendido junto a su
puerta. Y en esto la parábola insiste gráficamente, detallando el modo de
proceder del rico, que lo conduce a la perdición: dedicado a sus placeres, a
vestir lujosamente y a comer deliciosamente con sus amigos, se ha hecho incapaz
de advertir la necesidad del pobre que está a su lado. Olvida, por tanto, el
mandamiento principal: el amor al prójimo. Y es precisamente en esta dirección,
en la que el evangelista saca de la parábola de Jesús la enseñanza debida.
El rico llama a Abraham “padre”. Se puede suponer, pues, que era
un hebreo creyente. Pero ser miembro del pueblo elegido no basta para alcanzar
la salvación. El rico pide a Abraham que el pobre Lázaro venga a mojarle con
agua para refrescarlo. La respuesta de Abraham es tajante. La comunicación era
posible en la tierra, ahora ya no. El momento para la generosidad y la
solidaridad con los pobres es el hoy de cada día.
El rico pide luego que Lázaro vaya a casa de su padre a advertir a
“sus cinco hermanos” para que no caigan también ellos en ese lugar de tormento.
Pero esos “cinco hermanos”, ricos como él, eran el círculo cerrado en que había
vivido y por eso nunca trató al pobre como un “hermano”. Su riqueza le impidió
comprender que todos los seres humanos, sobre todo los más pobres como Lázaro,
eran sus hermanos.
Además, no se puede llamar padre a Abraham si no se trata como
hermano al pobre que está a la puerta de casa. La respuesta de Abraham es
clara: Tienen a Moisés y a los profetas,
que los escuchen (v. 29). Es el único camino a seguir. No se trata de cosas
extraordinarias, como ver resucitar a un muerto, sino de escuchar la palabra de
Dios.
De la parábola se desprende, además, una enseñanza importante: que
las decisiones que tomamos aquí en la tierra, van conformando una unidad y
tienen sus repercusiones después de la muerte. Con ellas vamos dando unidad y
sentido a nuestra vida.
El rico de la parábola opta por un estilo de vida, que lo lleva a tratar
a los demás de una manera determinada. Su persona queda marcada por su estilo
de vida y eso le trae consecuencias que van más allá de la muerte, porque la
persona es una unidad, antes y después de la muerte.
Para el creyente, la dirección y el sentido de la vida se
encuentra en la asimilación y puesta en práctica de los valores del evangelio. Vivir
en contradicción con esos valores, como el rico de la parábola, es echar a
perder la vida.
Quien piensa en los demás y vive para
servir se humaniza y se hace objeto de la primera bienaventuranza prometida por
Jesús a los pobres en espíritu. Esto, según el evangelio, es vivir para Dios y
estar en Dios. Por el contrario, quien vive pensando únicamente en sí mismo, en
su propio interés y confort, se deshumaniza. Según el evangelio, esto es estar
fuera de Dios, es infierno. Lo que salva es el corazón pobre, que ya no vive
para sí sino para Él, que por nosotros murió y resucitó y, quiere que lo
sirvamos en sus hermanos, sobre todo en los más pequeños, con quienes Él se
identifica.
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