domingo, 28 de marzo de 2021

Homilía del Domingo de Ramos – Pasión y muerte de Nuestro Señor (Mc 14, 1-15, 47)

P. Carlos Cardó SJ

Entrada de Jesús en Jerusalén, óleo sobre lienzo de Pedro de Orriente (1620), Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia

Faltaban dos días para la Fiesta de Pascua y de los Panes Azimos. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley buscaban la manera de detener a Jesús con astucia para darle muerte, pero decían: «No durante la fiesta, para que no se alborote el pueblo».

Jesús estaba en Betania, en casa de Simón el Leproso. Mientras estaban comiendo, entró una mujer con un frasco precioso como de mármol, lleno de un perfume muy caro, de nardo puro; quebró el cuello del frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.

Entonces algunos se indignaron y decían entre sí: «¿Cómo pudo derrochar este perfume? Se podría haber vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres». Y estaban enojados contra ella.

Pero Jesús dijo: «Déjenla tranquila. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo es una obra buena. Siempre tienen a los pobres con ustedes, y en cualquier momento podrán ayudarlos, pero a mí no me tendrán siempre. Esta mujer ha hecho lo que tenía que hacer, pues de antemano ha ungido mi cuerpo para la sepultura. En verdad les digo: dondequiera que se proclame el Evangelio, en todo el mundo, se contará también su gesto y será su gloria».

Entonces Judas Iscariote, uno de los Doce, fue donde los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús. Se felicitaron por el asunto y prometieron darle dinero.

Y Judas comenzó a buscar el momento oportuno para entregarlo.

El primer día de la fiesta en que se comen los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el Cordero Pascual, sus discípulos le dijeron: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Cena de la Pascua?».

Entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos y les dijo: «Vayan a la ciudad, y les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre y digan al dueño: El Maestro dice: ¿Dónde está mi pieza, en que podré comer la Pascua con mis discípulos? El les mostrará en el piso superior una pieza grande, amueblada y ya lista. Preparen todo para nosotros».
En ese momento uno de los que estaban con Jesús sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote cortándole una oreja. Jesús dijo a la gente: «A lo mejor buscan un ladrón y por eso salieron a detenerme con espadas y palos. ¿Por qué no me detuvieron cuando día tras día estaba entre ustedes enseñando en el Templo? Pero tienen que cumplirse las Escrituras».

Y todos los que estaban con Jesús lo abandonaron y huyeron.

Un joven seguía a Jesús envuelto sólo en una sábana, y lo tomaron; pero él, soltando la sábana, huyó desnudo.

Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y todos se reunieron allí; estaban los jefes de los sacerdotes, las autoridades judías y los maestros de la Ley. Pedro lo había seguido de lejos hasta el patio interior del Sumo Sacerdote, y se sentó con los policías del Templo, calentándose al fuego.

Los jefes de los sacerdotes y todo el Consejo Supremo buscaban algún testimonio que permitiera condenar a muerte a Jesús, pero no lo encontraban. Varios se presentaron con falsas acusaciones contra él, pero no estaban de acuerdo en lo que decían. Algunos lanzaron esta falsa acusación: «Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días construiré otro no hecho por hombres». Pero tampoco con estos testimonios estaban de acuerdo.

Entonces el Sumo Sacerdote se levantó; pasó adelante y preguntó a Jesús: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué es este asunto de que te acusan?».

Pero él guardaba silencio y no contestaba. De nuevo el Sumo Sacerdote le preguntó: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios Bendito?».

Jesús respondió: «Yo soy, y un día verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha de Dios poderoso y viniendo en medio de las nubes del cielo».

El Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras horrorizado y dijo: «¿Para qué queremos ya testigos? Ustedes acaban de oír sus palabras blasfemas. ¿Qué les parece?». Y estuvieron de acuerdo en que merecía la pena de muerte.

Después algunos empezaron a escupirle. Le cubrieron la cara y le golpeaban antes de preguntarle: «¡Hazte el profeta!» Y los policías del Templo lo abofeteaban.

Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, pasó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote. Al verlo cerca del fuego, lo miró fijamente y le dijo: «Tú también andabas con Jesús de Nazaret».

Las negaciones de Pedro, pintura al temple sobre tabla de Duccio di Buoninsegna (1308 – 1311), que forma parte del retablo La Maestá Museo dell’Opera del Duomo, Siena, Italia

El lo negó: «No lo conozco, ni entiendo de qué hablas.» Y salió al portal.

Pero lo vio la sirvienta y otra vez dijo a los presentes: «Este es uno de ellos». Y Pedro lo volvió a negar.

Después de un rato, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: «Es evidente que eres uno de ellos, pues eres galileo».

Entonces se puso a maldecir y a jurar: «Yo no conozco a ese hombre de quien ustedes hablan».

En ese momento se escuchó el segundo canto del gallo. Pedro recordó lo que Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres», y se puso a llorar.

La liturgia de hoy, Domingo de Ramos, nos ofrece juntos el triunfo de Jesús y su pasión. Con los niños hebreos y la multitud de Jerusalén, llevando ramas de olivo, salimos al encuentro del Señor y lo aclamamos como rey salvador: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”. Admira el modo como Jesús asume su condición de rey: la humildad pacífica que le lleva a entrar en la ciudad montado sobre un burrito. Su grandeza no se manifiesta en el dominio y la fuerza, sino en el servicio y la entrega de su vida. Su reino no es de este mundo.

La Pasión según San Marcos es un relato “denso” con una fuerte carga existencial. No es una fría declaración de principios y verdades sino una narración viva del misterio de la vida, pasión y muerte de Jesús. Es la historia de su fidelidad hasta la muerte, de su confianza total en Dios, de su solidaridad con la humanidad sufriente. Las tres lecturas de hoy (Is 50, 4-7; Flp 2, 6-11 y Mc 14, 1-17, 47) nos hacen ver cómo se identifica Dios con la humanidad dolorida, la de antes, la de entonces y la de  ahora.

El Siervo de Yahvé, probado en el sufrimiento, es capaz de decir una palabra alentadora al cansado (Isaías 50, 4), porque participa de su dolor. El Siervo de Yahvé es figura de Jesús, que al compartir nuestros dolores hasta entregar su vida por nosotros, nos da la prueba máxima de su amor por nosotros; “haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre;  se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,7-8) “Por eso Dios lo levantó sobre todo”.

Hoy iniciamos la Semana Santa. Recorreremos el mismo camino de Jesús, de dolor, amor y gloria. La muerte en cruz es camino de victoria. Celebramos la Pascua, el triunfo del amor con que Dios nos amó. Sin embargo, constatamos que la Semana Santa se convierte para  muchos en semana de vacaciones… Por más que aquí y en muchas parroquias hay en estas fechas diversos actos que ayudan a vivir el significado de estos días: oficios santos, adoración, vía crucis… Son días para meditar. Es muy provechoso hacer una lectura pausada de los textos litúrgicos de estos días o de alguno de los relatos de la pasión.

Celebrar la Semana Santa es creer que Dios en Jesús con infinito amor ama a todos sus hijos e hijas, a los que vienen estos días a la iglesia y a los que no acudirán a ella. Todos caben en su corazón. Es también agradecimiento por el amor «increíble» de Dios y deseo de vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.

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