P. Carlos Cardó SJ
Jacob fue padre de José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.
Este fue el principio de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José; pero antes de que vivieran juntos, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo.
Su esposo, José, pensó despedirla, pero como era un hombre bueno, quiso actuar discretamente para no difamarla. Mientras lo estaba pensando, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tú eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros.
Cuando José se despertó, hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado y tomó consigo a su esposa.
Mateo explica la generación del Hijo de Dios, en la historia
humana. Dios no puede ser hecho por el hombre, sólo puede ser esperado y acogido.
De esto da ejemplo José, figura de todo hombre justo que se mantiene atento a
su propio misterio personal y en él descubre y acoge el misterio de Dios; es ejemplo
también de creyente que busca y acoge la voluntad de Dios en su vida, aunque ésta
contradiga sus planes y puntos de vista.
Dice el evangelio que María estaba
prometida a José, es decir, vivían el período del compromiso matrimonial,
que duraba de seis meses a un año. La novia seguía viviendo con sus padres.
Pero aquel compromiso exigía fidelidad; la infidelidad era adulterio y podía
ser castigada.
Pues bien, resultó que (María)
esperaba un hijo por acción del Espíritu Santo. Se subraya que José no
interviene. No es José quien hace germinar en el seno de María al Hijo del
Altísimo, eso sólo lo puede hacer Dios. Y la mayor obra que desde la creación
del universo hizo Dios, la obra que ningún ser humano podía programar, ni
pretender, la incorporación de Dios en la esfera humana, se realizó de la
manera más simple y natural: una joven resultó encinta, esperando un hijo. María
concibe así al autor de la vida, engendra a quien la creó.
José, por su parte, atraviesa la prueba de la fe, como los grandes
creyentes. No sabe cómo aceptar el plan de Dios que supera lo imaginable y
siente la tentación de retirarse, decide sustraerse. Opta entonces por recurrir
a la ley, que permite dar a la mujer un documento por el cual el marido alejaba
y daba libertad a la mujer con la que no quería convivir, a fin de que pudiese
casarse con otro y reincorporarse en la vida civil. Por respeto, no porque
sospeche de ella, decide dejarla en secreto. No quiere para María un repudio
público, como si fuese una adúltera. Y cavila en su interior, sin saber qué
hacer, insatisfecho del recurso legal que ha pensado para salir del paso.
Duerme intranquilo.
Entonces, un ángel del Señor se le apareció en un sueño. José es
un hombre de puro corazón, de aquellos de quienes Jesús dirá: Bienaventurados los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). El hombre de corazón puro tiene a Dios
dentro de sí y su palabra le habla en la profundidad de su ser. José lleva a
Dios en su interior y su palabra le habla en el sueño, en la hondura de su ser
profundo.
No
temas aceptar a María, le dice su ángel de parte de
Dios. “No temas” es la primera
palabra de Dios al hombre. El miedo es contrario a la fe. No temas aceptar a la
madre y al fruto bendito de su vientre. Quien rechaza a la madre, rechaza
también al hijo. Y no se puede rechazar el plan de Dios que incluye la
mediación histórica de la mujer bendita entre las mujeres, para realizar su
plan de salvación de la humanidad.
Le
pondrás por nombre Jesús, ordena el ángel al pobre
carpintero José. Va a tener que ponerle nombre al Innombrable. ¡El hombre le
pone nombre a Dios! Adán afirmaba su soberanía sobre lo creado poniéndoles
nombre a todas las cosas. Dios ha querido hacérsenos cercano y accesible, hasta
dejar que le nombremos con su nombre: Jesús,
Yahvé salva.
Así se cumplió lo que había
anunciado el Señor por el profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo,
garantía de la fidelidad de Dios, que
será llamado Dios-con-nosotros. Se insiste en la cercanía del Dios
encarnado. Jesús es Dios que salva porque es Dios con nosotros: siempre con
nosotros en relación de unión que hace posible el tú a tú, él conmigo y yo con
él; Dios junto a nosotros para darnos su fuerza, en su compañía siempre. Yo estaré con ustedes todos los días hasta
el fin del mundo (Mt 28), nos dirá.
José aceptó el mandato del ángel y recibió a su esposa. Esta es la gloria de San José. Padre adoptivo es ser padre por decisión libre
y amorosa. El padre adoptivo sostiene y protege al niño, lo educa con ternura y
firmeza, le proporciona los medios de que requiere para crecer en todas sus
facultades. Y eso son años y años de dedicación, de donación generosa y olvido
propio para que el hijo se valga por sí mismo.
Eso es José para Jesús, eso hizo por Jesús, y por eso lo alabamos
junto a María. En un país como el nuestro, en el que la paternidad, por tanto
descuido, irresponsabilidad y traición, está a veces tan venida a menos, la
figura de José puede mover a los jóvenes a desear vivirla y ejercerla como una
de las más sublimes realizaciones del ser humano y a aceptar el don de la vida,
como un misterio que los trasciende y sobrepasa, pero que no deben temer si lo
aceptan con amor, porque el amor desecha el temor. Un hijo es un misterio que
se acoge como un regalo y se cuida con plena responsabilidad.
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