P. Carlos Cardó SJ
Pasado algún tiempo, celebraban los judíos una fiesta, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la puerta de los Rebaños, una piscina llamada en hebreo Betesda, con cinco soportales. Yacía en ellos una multitud de enfermos, ciegos, cojos y lisiados, que aguardaban a que se removiese el agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús lo vio acostado y, sabiendo que llevaba así mucho tiempo, le dice: ¿"Quieres sanarte?".
Le contestó el enfermo: "Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando yo voy, otro se ha metido antes".
Le dice Jesús: "Levántate, toma tu camilla y camina". Al punto se sanó aquel hombre, tomó su camilla y echó a andar.
Pero aquel día era sábado; por lo cual los judíos dijeron al que se había sanado: "Hoy es sábado, no puedes transportar tu camilla".
Les contestó: "El que me sanó me dijo que tomara mi camilla y caminara".
Le preguntaron: ¿"Quién te dijo que tomaras tu camilla y caminaras?". El hombre sanado no sabía quién era, porque Jesús se había retirado de aquel lugar tan concurrido.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: "Mira que te has sanado. No vuelvas a pecar, no te vaya a suceder algo peor".
El hombre fue y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por ese motivo perseguían los judíos a Jesús, por hacer tales cosas en sábado.
Cristo suscita en nosotros todas las
posibilidades de una vida verdaderamente libre, haciéndonos capaces de superar lo
que nos detiene y paraliza. Por eso podemos esperar en Él aun cuando las
circunstancias que vivimos nos hagan sentir como el paralítico tendido junto a
la piscina, sin ningún recurso para cambiar las cosas.
Jesús estaba en Jerusalén en un día de fiesta, dice el texto. La presencia
de Jesús inaugura la fiesta definitiva, el tiempo nuevo en que se rinde al Dios
de la vida el verdadero culto en espíritu y en verdad, del que habló a la
Samaritana (Jn 4, 23). Con Jesús, el
triunfo de la vida se ha hecho posible.
Las condiciones para su triunfo no serán
fáciles. No obstante, Jesús toma la iniciativa, aun sabiendo que habrá
oposición. Jesús, viéndolo postrado y
sabiendo que llevaba mucho tiempo así, dice al paralítico: ¿Quieres curarte?
Por haber dicho esto se ha expuesto a ser reprobado, pues la ley prohíbe hacer
estas cosas en sábado. Pero se trata de salvar la vida de un hombre y Jesús no
duda en poner las prescripciones legales en un segundo lugar. La vida del hombre
está por encima. No es el hombre para el
sábado, sino el sábado para el hombre (Mc 2,27). Jesús, pues, asume las
consecuencias. Y a partir de aquel día, como señala el evangelista, los dirigentes judíos empezaron a perseguir
a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
El beneficiario de la obra de Jesús es un
pobre enfermo, que está en el límite de sus posibilidades, lleva treinta y ocho
largos años sin poder moverse. Su imagen se reproduce en cierto modo en toda
situación adversa que no se ha podido cambiar a pesar de los esfuerzos hechos. En
tales circunstancias puede sobrevenir la desolación, la falta de ánimo, la desilusión
y el desengaño. Pero hay que recordar que el Señor está pronto a tomar la
iniciativa, reavivando el deseo – ¿Quieres
quedar sano?–, y con él las energías de vida.
El símbolo del agua tiene importancia clave
en este relato. Los milagros que trae el evangelio de Juan tienen relación con
la gracia que se nos transmite por medio de los sacramentos de la Iglesia.
Aquí, la alusión al bautismo es clara: el paralítico yace junto a la piscina
donde se mueve el agua que sana. El agua de nuestro bautismo nos curó y dio
inicio a nuestra vida de fe, por el Espíritu Santo infundido en nuestros
corazones. Se cumplió entonces en nosotros lo anunciado por Jesús: El que cree en mí, como dice la Escritura,
de su interior correrán ríos de agua viva (Jn 7, 38).
En resumen, el texto nos invita a estar
atentos a las iniciativas que el Señor toma en favor nuestro para despertar
nuestras energías de vida, librándonos de nuestras parálisis. Nos invita también
a apreciar lo que hacen nuestros hermanos y hermanas para ayudar a su prójimo a
andar con dignidad.
Como Pedro, también nosotros podemos decir: “No tenemos plata ni oro pero te damos lo que
tenemos: En nombre de Jesucristo Nazareno, camina” (Hech 3, 6). El pasaje
evangélico nos puede hacer pensar también en los riesgos y dificultades que
debemos asumir, como Jesús, para llevar a la práctica nuestra fe con nuestras
acciones de solidaridad. Y finalmente el símbolo del agua, presente en el
relato, nos lleva a pensar en nuestra pertenencia a la Iglesia que, a pesar de su pecado, no deja de ser la Esposa por
quien Cristo, su Esposo, “se ha
sacrificado a sí mismo para santificarla, purificándola con el baño del agua en
virtud de la palabra” (Ef 5, 25).
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