P.
Carlos Cardó SJ
Esclava
mulata en la cena de Emaús, óleo sobre lienzo de Diego Velásquez (1617),
Galería Nacional de Irlanda
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’ ".
La
analogía entre el amo y el criado intenta inculcar en los discípulos la actitud
de servir gratuita y desinteresadamente, sin hacer depender el propio esfuerzo
de las expectativas de
recompensa. El ideal es hallar felicidad y satisfacción en el
servicio a Dios y a los
prójimos.
Jesús nos asemeja a los siervos.
Por el contrato de servidumbre, una
persona quedaba sometida al señorío de otra persona. La diferencia con el
esclavo estaba únicamente en que el siervo no podía ser vendido. Aplicada por
Jesús a nuestra relación con Dios, esta sujeción es expresión de la máxima
libertad que se obtiene por el amor.
Por eso el mismo Jesús afirma que no ha venido a que lo sirvan
sino a servir y quiere que sigamos su ejemplo sirviéndonos unos a otros. Por su
parte, Pablo ve en la disposición para el servicio lo característico de Cristo
y exhorta: Tengan ustedes la actitud que
tuvo Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el
ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo
tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.… (Fil 2, 5-7).
Por eso la vanagloria y el sentirse superior a los demás es un
sinsentido para el cristiano. El mismo Pablo desarrollará esta idea con su
propia terminología: ¿De qué podemos presumir
si todo orgullo ha sido excluido? (Rom 3,27); Dios ha elegido lo pobre y lo
débil, de este modo, nadie puede presumir ante Dios; la salvación se nos da por gracia
mediante la fe, para que nadie pueda
enorgullecerse (Ef 2,9).
El Señor Jesús está entre nosotros como el que sirve (Lc 22, 27); para el mundo, en cambio, la
libertad y la grandeza consisten en hacer que a uno lo sirvan. Para Dios, la
libertad verdadera consiste en la necesidad de servir por amor. Para los
hombres la búsqueda de la superioridad llega a ser uno de los mayores
alicientes en el trabajo y el procurar que los otros no sobresalgan, una
condición para lograrla.
Jesús, en cambio, nos dice: Cuando hayan hecho lo que se les había
mandado, digan: somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer. “Inútil”
aquí no es peyorativo, puesto que el criado ha cumplido la misión que se le
había encomendado. Quizá habría que traducir mejor: Somos simples servidores, sin derecho ni mérito ligado a nuestro
trabajo.
Es la invitación de Jesús a la
gratuidad: a hacer el bien sin buscar recompensa, sabiendo que Dios no necesita
de nuestras buenas obras, sino que somos nosotros los que nos beneficiamos con
esas buenas obras. El premio está en la misma obra bien hecha. Para Pablo, la
máxima recompensa consistirá justamente en predicar gratuitamente el evangelio
(1Cor 9,18), y en ella se vive la experiencia
personal de aquél que me amó y se entregó
a la muerte por mí (Gal 2,20).
Somos
simples servidores: hacemos con dedicación nuestra
labor y no nos angustia ni siquiera el saber el fruto que tendrá; cumplimos lo
que nos toca de la mejor manera que podemos y todo lo demás se lo dejamos a
Dios con absoluta confianza. Lo importante es servir siguiendo el ejemplo de
Jesús, es decir, hasta dar la propia vida. En eso reside la calidad del amor
con que amamos a Dios y a la gente. Y estamos seguros de que el contenido de
amor y de entrega que ponemos en lo que hacemos, eso es lo que prevalecerá
cuando Dios haga nuevas todas las cosas y lleve a plenitud la obra que ha
comenzado en nosotros.
En
resumen la analogía de la relación del amo y el criado aclara la relación que
debemos tener frente a Dios, nuestro Señor. No podemos ir a Él con ninguna clase
de exigencia. Debemos mantener la conciencia de ser sólo servidores. Si alguna
recompensa quiere darme mi Señor, será por pura gracia,
no se la puedo exigir por mis méritos. Le agradezco, más bien, de que se haya
fijado en mí y me haya traído a su servicio.
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