martes, 14 de noviembre de 2017

Somos simples servidores (Lc 17, 7-10)

P. Carlos Cardó SJ
Esclava mulata en la cena de Emaús, óleo sobre lienzo de Diego Velásquez (1617), Galería Nacional de Irlanda

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’ ".
La analogía entre el amo y el criado intenta inculcar en los discípulos la actitud de servir gratuita y desinteresadamente, sin hacer depender el propio esfuerzo de las expectativas de recompensa. El ideal es hallar felicidad y satisfacción en el servicio a Dios y a los prójimos.
Jesús nos asemeja a los siervos. Por el contrato de servidumbre, una persona quedaba sometida al señorío de otra persona. La diferencia con el esclavo estaba únicamente en que el siervo no podía ser vendido. Aplicada por Jesús a nuestra relación con Dios, esta sujeción es expresión de la máxima libertad que se obtiene por el amor.
Por eso el mismo Jesús afirma que no ha venido a que lo sirvan sino a servir y quiere que sigamos su ejemplo sirviéndonos unos a otros. Por su parte, Pablo ve en la disposición para el servicio lo característico de Cristo y exhorta: Tengan ustedes la actitud que tuvo Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.… (Fil 2, 5-7).
Por eso la vanagloria y el sentirse superior a los demás es un sinsentido para el cristiano. El mismo Pablo desarrollará esta idea con su propia terminología: ¿De qué podemos presumir si todo orgullo ha sido excluido? (Rom 3,27); Dios ha elegido lo pobre y lo débil, de este modo, nadie puede presumir ante Dios; la salvación se nos da por gracia mediante la fe, para que nadie pueda enorgullecerse (Ef 2,9).
El Señor Jesús está entre nosotros como el que sirve (Lc 22, 27); para el mundo, en cambio, la libertad y la grandeza consisten en hacer que a uno lo sirvan. Para Dios, la libertad verdadera consiste en la necesidad de servir por amor. Para los hombres la búsqueda de la superioridad llega a ser uno de los mayores alicientes en el trabajo y el procurar que los otros no sobresalgan, una condición para lograrla.
Jesús, en cambio, nos dice: Cuando hayan hecho lo que se les había mandado, digan: somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer. “Inútil” aquí no es peyorativo, puesto que el criado ha cumplido la misión que se le había encomendado. Quizá habría que traducir mejor: Somos simples servidores, sin derecho ni mérito ligado a nuestro trabajo.
Es la invitación de Jesús a la gratuidad: a hacer el bien sin buscar recompensa, sabiendo que Dios no necesita de nuestras buenas obras, sino que somos nosotros los que nos beneficiamos con esas buenas obras. El premio está en la misma obra bien hecha. Para Pablo, la máxima recompensa consistirá justamente en predicar gratuitamente el evangelio (1Cor 9,18), y en ella se vive la experiencia personal de aquél que me amó y se entregó a la muerte por mí (Gal 2,20).
Somos simples servidores: hacemos con dedicación nuestra labor y no nos angustia ni siquiera el saber el fruto que tendrá; cumplimos lo que nos toca de la mejor manera que podemos y todo lo demás se lo dejamos a Dios con absoluta confianza. Lo importante es servir siguiendo el ejemplo de Jesús, es decir, hasta dar la propia vida. En eso reside la calidad del amor con que amamos a Dios y a la gente. Y estamos seguros de que el contenido de amor y de entrega que ponemos en lo que hacemos, eso es lo que prevalecerá cuando Dios haga nuevas todas las cosas y lleve a plenitud la obra que ha comenzado en nosotros.
En resumen la analogía de la relación del amo y el criado aclara la relación que debemos tener frente a Dios, nuestro Señor. No podemos ir a Él con ninguna clase de exigencia. Debemos mantener la conciencia de ser sólo servidores. Si alguna recompensa quiere darme mi Señor, será por pura gracia, no se la puedo exigir por mis méritos. Le agradezco, más bien, de que se haya fijado en mí y me haya traído a su servicio. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.