miércoles, 29 de noviembre de 2017

Las futuras persecuciones (Lc 21, 12-19)

P. Carlos Cardó SJ
Martirio de San Esteban, óleo sobre lienzo de Juan de Juanes (1562 aprox.), Museo del Prado, Madrid, España
Jesús dijo a sus discípulos: "los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los conducirán ante reyes y gobernadores a causa de mi nombre, y todo esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ningún adversario podrá resistir ni refutar. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, parientes y amigos, y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Sin embargo no perderán ni siquiera un pelo  de sus cabezas. Gracias a la constancia salvarán sus vidas".
El discurso de Jesus continúa, ya sin tintes apocalípticos, desarrollando el tema del testimonio que han de dar sus seguidores y de las persecuciones de que podrán ser objeto por su Nombre, no sólo en el ámbito judío (en las sinagogas y en las cárceles), sino entre los paganos (reyes y gobernadores) y aun entre los propios parientes y amigos.
Se señala que estas cosas sucederán antes de la destrucción de Jerusalén y del templo. El contexto histórico en que Lucas escribe su evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles es el de una Iglesia llena de enormes tensiones y angustias. Todo comenzó con las amenazas del Consejo de Ancianos contra Pedro y Juan para que no hablaran a nadie en nombre de Jesús (Hech 4, 16-18), siguió luego la persecución y flagelación de Pedro y los apóstoles (Hech 5, 17-42), y se produjeron luego las muertes de los primeros mártires Esteban y Santiago (Hech 7, 54-60 y 12, 1-3; cf. 1 Tes 2,14; Gal 1,13).
Jesús anuncia a sus discípulos que el testimonio que darán de Él los llevará a compartir su misma suerte. En el evangelio de Juan la advertencia es clara y directa: Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes (Jn 12, 20). Llamados a prolongar la obra y mensaje de su maestro, los discípulos prolongarán también el misterio de su cruz. Sus vidas entregadas y su martirio final pondrán de manifiesto la verdad del evangelio.
Las persecuciones, lejos de impedir o bloquear el anuncio de la venida del Reino, lo proclamarán y difundirán con una eficacia especial. Muy pronto se verá que “la sangre de los mártires es simiente de nuevos cristianos”, como afirmó Tertuliano, padre de la Iglesia de la segunda mitad del siglo II.
En la perspectiva de las persecuciones que les aguardan, Jesús exhorta a los discípulos a no preocuparse por lo que van a tener que decir para defenderse ante las autoridades judías o paganas, porque Él mismo les inspirará a su tiempo lo que tendrán que decir. Ya antes se lo había prometido: Cuando los lleven a las sinagogas, y ante los jueces y autoridades, no se preocupen de cómo habrán de responder, o qué habrán de decir; porque el Espíritu Santo les enseñará en ese mismo momento lo que deben decir (Lc 12, 11-12). Las palabras que el Señor pondrá en su boca serán tales que sus enemigos serán incapaces de contradecirlas. La victoria final será de los discípulos de Cristo.
Con esa confianza habrán de vencer todos los miedos, aun el de la muerte: No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer nada más (Lc 12,4), les había dicho en otra ocasión. El miedo es mal consejero, puede llevar a la Iglesia a callar cuando debe hablar y a los discípulos a ocultarse y huir en los momentos críticos, como lo hicieron en la pasión del Señor. Guardarse la vida es echarla a perder.
Además, Jesús advierte a quienes lo siguen que las incomprensiones y persecuciones les vendrán no sólo de los poderosos sino también de sus parientes y amigos, que podrán oponerse hasta de manera violenta a su compromiso cristiano y a los valores morales que encarnen en sus vidas. No resistirán que sus formas de vida sean contrariadas por otras formas de vida que se inspiran en Jesús y en sus enseñanzas.
Esta será siempre la razón: Todos los odiarán por mi causa. En el evangelio de Juan todas estas personas que odian a quienes viven de manera coherente su fe en Cristo son el mundo. Los odian porque no son del mundo (Jn 15). Si lo fueran no los verían como amenaza, no los odiarían. Y ¿qué pasaría si por librarse de problemas se dejasen asimilar por él? ¿Cómo devolverle el sabor a la sal? ¿Para qué serviría la luz puesta debajo del celemín? ¿Qué fecundidad puede tener el grano que no cae en tierra y muere?
Para librarlos del desastre que sería pretender salvar su propia vida y negarse a perderla por Él, Jesús ratifica su promesa de victoria con una frase tajante: No perderán ni un pelo de su cabeza. Y la razón es que con su constancia conseguirán la vida.  Se realizará en ellos el misterio de la semilla sembrada en tierra fértil, la suerte final de quienes por haber escuchado la palabra con un  corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto abundante (Lc 8,15).

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