P.
Carlos Cardó SJ
Martirio
de San Esteban, óleo sobre lienzo de Juan de Juanes (1562 aprox.), Museo del
Prado, Madrid, España
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Jesús dijo a sus discípulos: "los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los conducirán ante reyes y gobernadores a causa de mi nombre, y todo esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ningún adversario podrá resistir ni refutar. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, parientes y amigos, y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Sin embargo no perderán ni siquiera un pelo de sus cabezas. Gracias a la constancia salvarán sus vidas".
El discurso de Jesus continúa, ya sin tintes apocalípticos,
desarrollando el tema del testimonio que han de dar sus seguidores y de las
persecuciones de que podrán ser objeto por su Nombre, no sólo en el ámbito
judío (en las sinagogas y en las cárceles), sino entre los paganos (reyes y
gobernadores) y aun entre los propios parientes y amigos.
Se señala que estas cosas sucederán antes de la destrucción de Jerusalén y del templo. El contexto
histórico en que Lucas escribe su evangelio y el libro de los Hechos de los
Apóstoles es el de una Iglesia llena de enormes tensiones y angustias. Todo
comenzó con las amenazas del Consejo de Ancianos contra Pedro y Juan para que
no hablaran a nadie en nombre de Jesús (Hech
4, 16-18), siguió luego la persecución y flagelación de Pedro y los
apóstoles (Hech 5, 17-42), y se
produjeron luego las muertes de los primeros mártires Esteban y Santiago (Hech 7, 54-60 y 12, 1-3; cf. 1 Tes 2,14; Gal
1,13).
Jesús anuncia a sus discípulos que el testimonio que darán de Él
los llevará a compartir su misma suerte. En el evangelio de Juan la advertencia
es clara y directa: Si a mí me han
perseguido, también los perseguirán a ustedes (Jn 12, 20). Llamados a prolongar la obra y mensaje
de su maestro, los discípulos prolongarán también el misterio de su cruz. Sus
vidas entregadas y su martirio final pondrán de manifiesto la verdad del
evangelio.
Las persecuciones, lejos de impedir o bloquear el anuncio de la
venida del Reino, lo proclamarán y difundirán con una eficacia especial. Muy
pronto se verá que “la sangre de los mártires es simiente de nuevos cristianos”,
como afirmó Tertuliano, padre de la Iglesia de la segunda mitad del siglo II.
En la perspectiva de las persecuciones que les aguardan, Jesús
exhorta a los discípulos a no preocuparse por lo que van a tener que decir para
defenderse ante las autoridades judías o paganas, porque Él mismo les inspirará
a su tiempo lo que tendrán que decir. Ya antes se lo había prometido: Cuando los lleven a las sinagogas, y ante
los jueces y autoridades, no se preocupen de cómo habrán de responder, o qué
habrán de decir; porque el Espíritu Santo les enseñará en ese mismo momento lo
que deben decir (Lc 12, 11-12). Las palabras que el Señor pondrá en su boca
serán tales que sus enemigos serán incapaces de contradecirlas. La victoria
final será de los discípulos de Cristo.
Con esa confianza habrán de vencer todos los miedos, aun el de la
muerte: No teman a los que matan el
cuerpo, pero no pueden hacer nada más (Lc 12,4), les había dicho en otra
ocasión. El miedo es mal consejero, puede llevar a la Iglesia a callar cuando
debe hablar y a los discípulos a ocultarse y huir en los momentos críticos,
como lo hicieron en la pasión del Señor. Guardarse la vida es echarla a perder.
Además, Jesús advierte a quienes lo siguen que las incomprensiones
y persecuciones les vendrán no sólo de los poderosos sino también de sus
parientes y amigos, que podrán oponerse hasta de manera violenta a su
compromiso cristiano y a los valores morales que encarnen en sus vidas. No
resistirán que sus formas de vida sean contrariadas por otras formas de vida
que se inspiran en Jesús y en sus enseñanzas.
Esta será siempre la razón: Todos
los odiarán por mi causa. En el evangelio de Juan todas estas personas que
odian a quienes viven de manera coherente su fe en Cristo son el mundo. Los odian porque no son del mundo
(Jn 15). Si lo fueran no los verían
como amenaza, no los odiarían. Y ¿qué pasaría si por librarse de problemas se
dejasen asimilar por él? ¿Cómo devolverle el sabor a la sal? ¿Para qué serviría
la luz puesta debajo del celemín? ¿Qué fecundidad puede tener el grano que no
cae en tierra y muere?
Para librarlos del desastre que sería pretender salvar su propia
vida y negarse a perderla por Él, Jesús ratifica su promesa de victoria con una
frase tajante: No perderán ni un pelo de su
cabeza. Y la razón es que con su constancia
conseguirán la vida. Se realizará en
ellos el misterio de la semilla sembrada en tierra fértil, la suerte final de
quienes por haber escuchado la palabra con
un corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto abundante (Lc 8,15).
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