P. Carlos Cardó SJ
Parábola del administrador infiel, óleo sobre
lienzo de Marinus van Reymerswale (1540), Museo de Historia del Arte de Viena
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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido”.
El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo. Dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Éste respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta”.
El amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.Por eso les digo: Utilicen el sucio dinero para hacerse amigos, para que cuando les llegue a faltar, los reciban a ustedes en las viviendas eternas. El que ha sido digno de confianza en cosas sin importancia, será digno de confianza también en las importantes y el que no ha sido honrado en las cosas mínimas, tampoco será honrado en las cosas importantes.
Por lo tanto, si ustedes no han sido dignos de confianza en manejar el sucio dinero, ¿quién les va a confiar los bienes verdaderos? Y si no se han mostrado dignos de confianza con cosas ajenas, ¿quién les confiará los bienes que son realmente nuestros? Ningún siervo puede servir a dos patrones, porque necesariamente odiará a uno y amará al otro o bien será fiel a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero». Los fariseos escuchaban todo esto, pero se burlaban de Jesús porque eran personas apegadas al dinero.
La
parábola del administrador sagaz, desconcierta, parece oscura: se podría pensar
que Jesús alaba la actuación de un empleado que, al haber perdido su puesto de
trabajo por su mala administración, busca quien lo auxilie cuando se quede sin
recursos, pero lo hace en una forma desaconsejable desde el punto de vista ético.
Hay que recordar que las parábolas se entienden cuando se distingue su
contenido central y se aprecia el sentido que Jesús (y la comunidad de Lucas) pretendió
dar a sus palabras.
Se acusa al administrador de malgastar los bienes de su patrón.
Pero no se dice, en concreto, si esta mala administración es por negligencia,
por estafa, o por imprudencia. Por eso
algunos comentaristas suponen que ha sido un «desaprensivo»: ha actuado sin
atenerse a las reglas
o sin tener en cuenta los derechos de los demás. El hecho es
que el administrador no se defiende ni ruega al propietario que lo perdone y lo
mantenga en su puesto (cf. Mt 18,26).
Se sabe que en la Palestina del tiempo de Jesús, y en general en
Medio Oriente, era común que un terrateniente residiera en otra región y que encomendara
a un administrador la gerencia de sus propiedades. El administrador debía ser un
hombre competente y de confianza porque representaba al propietario y podía
realizar toda clase de transacciones, como alquilar tierras, dar créditos avalados
por las cosechas, fijar los intereses y aun liquidar deudas. Se sabe también
que el administrador recibía una comisión por los préstamos que hacía y que en
el recibo o aval fiduciario que entregaba al deudor figuraba su comisión junto
con la cuantía del préstamo y con los intereses. Esa práctica era habitual en
el antiguo Medio Oriente.
¿Por qué alaba el propietario al administrador? Es obvio que no
podía aprobar una falsificación de cuentas realizada por su propio gerente, lo
cual además implicaba una violación directa de la ley judía. Lo que el dueño
elogia es la sagacidad de su administrador, que, para congraciarse con los
deudores les hace escribir un nuevo «recibo» (poniendo en vez de cien barriles
de aceite el valor de cincuenta y en vez de cien sacos de trigo sólo ochenta),
eliminando así la comisión que solía cobrar y probablemente también los
intereses, que él mismo fijaba.
Sólo así su conducta mereció la alabanza de su jefe. De modo que
la parábola no aprueba ningún tipo de irregularidad administrativa ni menos la estafa
por falsificación de cuentas, sino la perspicacia con que supo actuar el
gerente, renunciando incluso a lo que era suyo, para tener quien le ayude al
ser despedido de su trabajo.
La aplicación de la parábola es clara: frente a las exigencias del
Reino de Dios, el cristiano no puede actuar irreflexivamente, sino que tiene
que calcular bien las consecuencias que le puede acarrear la vida que está
llevando, y estar dispuesto incluso a renunciar, si es preciso, a sus
posesiones materiales. Los hijos de este
mundo son más sagaces que los hijos de la luz, dice Jesús. Aquellos persiguen
objetivos bajos y rastreros; los cristianos tendemos a una meta mucho más
elevada: el Reino, su justicia, la salvación; pero con frecuencia no ponemos
todos los medios adecuados para ello.
El poner los medios adecuados tiene especial importancia en lo
referente a la administración de los bienes materiales: desde el punto de vista
evangélico son dones recibidos, que se han de distribuir y no acumular
únicamente para el propio provecho, porque eso es egoísmo e injusticia.
El mundo no se rige con criterios así. Lucas, el evangelista de
los pobres, lo sabe y observa, además, que quienes oyeron esta enseñanza la
rechazaron: estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las
riquezas, y se burlaban de él (v.14).
No entendieron el mensaje de Jesús. Los que siguen al mundo tienen como único
interés el propio lucro, y la propia satisfacción. Los que siguen a Cristo han
de proceder con otros criterios, según los cuales se ganarán amigos por poner
los bienes de este mundo al servicio de los demás.
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