P. Carlos Cardó SJ
Parábola de las diez vírgenes, óleo sobre lienzo de
Friedrich Wilhelm Schadow (1838-1842), Instituto de Arte Städel, Francfort del
Meno, Alemania
|
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’. Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: `No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’. Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora".
Esta parábola
recoge el ceremonial típico de las bodas de Palestina
en tiempos de Jesús. Al caer la tarde, la novia con corona en la cabeza y traje
de gala esperaba al novio en casa de sus padres, en compañía de una corte de muchachas
que llevaban lámparas encendidas en sus manos. Solían ser lámparas de aceite,
de llama tenue que había que proteger del viento. Con la llegada del novio comenzaba
la fiesta que duraba varios días. Al final, el cortejo de las muchachas acompañaba
a la pareja a su nueva casa. Después de cantar himnos y plegarias, se les
dejaba para que dieran inicio a su vida de esposos.
La Biblia es el libro del amor de
Dios por la humanidad. Para describirlo, emplea frecuentemente el símbolo de la
unión conyugal. Dios es el esposo de Israel, que representa a toda la
humanidad. De comienzo a fin, pero sobre todo en las más bellas páginas
poéticas del Cantar, de Isaías y de Jeremías, la Biblia nos llena de admiración
ante la pasión de Dios por cada una de sus criaturas: tú vales mucho para mí y yo te amo (Is 43, 4). De esta experiencia
del amor de Dios, brota la actitud de búsqueda de su presencia, que se expresa
en la metáfora del salir a su encuentro:
estar despiertos y disponibles para recibir al
Señor, alimentar la fe y no dejar que se apague, pues no
sabemos cuándo será aquel día.
Jesús nos hacer ver que el
encuentro con Dios se realiza en lo cotidiano, y que es en la vida de todos los
días donde se decide el futuro en términos de estar con él, o estar lejos de
él. San Pablo, por su parte, insiste en la idea de que la fe ilumina la
realidad que vivimos y mueve a responsabilidad, no permite el sueño de la
pasividad, nos despierta: La noche está
avanzada y el día se acerca; despojémonos de las obras de las tinieblas y
revistámonos de las armas de la luz… Revístanse de Jesucristo (Rom 13,
11-14).
La parábola trae esta advertencia.
Las personas previsoras, representadas en las muchachas prudentes que mantienen
sus lámparas bien preparadas, se muestran atentas a las llamadas del Señor, se
guían por las inspiraciones de su Espíritu, Espíritu del amor, y gastan sus
vidas sirviendo a los demás. Las jóvenes descuidadas, en cambio, no cumplen las
exigencias del amor, no buscan al Señor ni lo reconocen cuando pasa a su lado.
Sus vidas son un vaso vacío, lleno de frivolidad y egoísmo, sin amor. En vez de
acercarse al Señor, se alejan, hasta ya no oír su voz. Por eso, él les dirá: ¡No las conozco!, manifestando con estas
palabras la respuesta que ellas mismas le han dado. El final no es otra cosa
que lo que se ha venido dando en lo cotidiano.
Por
tanto, estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora, es
la conclusión de la parábola. Jesús nos la dice no para meternos miedo respecto
al futuro, sino para que seamos responsables del presente. Si el Señor nos
habla con palabras graves de la posibilidad de echar a perder la vida, si con
tanta insistencia advierte en su evangelio que hay trigo y cizaña, peces
diversos, invitados con traje de bodas o sin él, criados buenos y malos, no es
para que le temamos, sino para que asimilemos de manera más decidida sus
enseñanzas. Porque nos ama, no quiere que perezca ninguno de los que el Padre
le ha dado. Porque la vida es un regalo precioso que debemos cuidar, Jesús nos
advierte: ¡Estén preparados! Es como
si nos dijese: No juegues con tu vida, ¡vale tanto para mí! Mira, ahora se te
concede adquirir el aceite necesario para que toda tu persona brille con la luz
verdadera que ni la muerte podrá extinguir. Contemplar
al Señor es quedar radiantes, dice el Salmo 32.
La voz que anuncia: ¡Ya llega el esposo, salgan a su encuentro!,
nos mueve a examinar si estamos con las lámparas encendidas aguardando y
sirviendo al Señor. Discernir sus incesantes venidas y estar vigilantes para el
encuentro definitivo significa compromiso efectivo, práctica de la fe. Lo
contrario es llevar en las manos lámparas sin aceite; su pequeña luz se apagará.
Si buscamos incesantemente al Señor, él no nos ocultará su rostro. Nos dirá
aquello que oyó San Agustín en su interior: “Consuélate,
tú no me buscarías si tú no me hubieses encontrado”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.