P. Carlos Cardó SJ
Sermón en el monte, mural en el domo de la iglesia copta de Saint
Tackla Haymanot, Adis Abeba, Etiopía
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En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, y les dijo:“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes”.
El sermón del monte
recoge los criterios según los cuales Dios juzga y actúa. Y es fácil comprobar
que son criterios opuestos a los del mundo. La sociedad ofrece otros medios
para fabricar la felicidad. Jesús se alegra con los desdichados porque tienen “mayor
ventaja”: Dios está a su favor, con ellos, promoviendo la transformación del
mundo en justicia, fraternidad y paz.
Las
bienaventuranzas no pueden servir de pretexto para obrar la injusticia o
resignarse a la pobreza material, que es un mal social. Al contrario, ellas
dejan al descubierto la raíz de toda injusticia y corrupción, que proviene del
hecho de considerar dichosos al rico y al poderoso que dominan a los demás. Si
éste es nuestro único criterio de valorar las cosas, es claro que continuarán las
injusticias y la corrupción, y consentiremos con ellas. De ninguna manera los
pobres son bienaventurados por la pobreza en que viven. Sólo el cambio de
valores que Jesús enseña puede hacerles comprobar que Dios está con ellos y que
el evangelio es buena noticia.
Tampoco se pueden
ver las bienaventuranzas como una nueva ley, más difícil que la antigua. Son la
descripción del corazón nuevo que Dios prometió por medio de los profetas. Por
eso, lo que aquí afirma Jesús es lo que Él vive y lo que comunica a los que lo
siguen. Sus palabras no son ley, sino evangelio; no son exigencias nobles y
difíciles, sino el anuncio de la obra que quiere realizar en nosotros si lo
aceptamos. Sin el don de su Espíritu del amor, las bienaventuranzas no son otra
cosa que una ideología, tanto más desesperante cuanto sublime.
Estas palabras son
para todo aquel que busca el sentido y verdad de su vida. Son las actitudes que
mueven el trabajo para hacer realidad una nueva humanidad. Son los rasgos que
podemos ver en aquellas personas y comunidades que se caracterizan por ser
misericordiosas, por tener limpio el corazón y buscar la paz. Estos hombres y
mujeres contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y feliz. Ellos
reproducen los rasgos del ser humano que Dios creó “a imagen y semejanza suya”.
- Pobres de espíritu: sin codicia ni
apegos materiales, son humildes de corazón, en contraposición a los de corazón
duro y dura cerviz. El pobre en el espíritu es agradecido porque sabe que todo
es don y gracia. Somos lo que hemos recibido. Así es Jesús, el Hijo, que todo
lo recibe del Padre. El motivo de la bienaventuranza no es la pobreza sino el por
qué, lo que con ella se consigue: al pobre, Dios lo llena de sus dones y
está dispuesto a dársele. La pobreza es la condición para acogerlo.
-
Pacientes: bondadosos, han desterrado
de su alma la hostilidad. No pelean y ceden en vez de agredir. No se irritan,
no intentan dominar, ni buscan la venganza. No son insensibles. Dueños de sí
mismos, saben controlar y modificar sus sentimientos.
-
Los afligidos: firmes frente al
sufrimiento, no sacan de él ni pesimismo ni amargura. Dios los consuela y
fortalece para poner amor en la adversidad y superarla.
-
Los que tienen hambre y sed de justicia:
convencidos de que el respeto y la equidad son la condición para poder vivir
humanamente en sociedad, se empeñan en descubrir nuevos horizontes de
posibilidades, nuevas alternativas de vida digna para todos, nuevos caminos
para la superación de los conflictos.
- Misericordiosos: interesados en resolver
el problema del otro, su empatía les lleva a sentir como propio el sufrimiento
ajeno. Es la forma fundamental del amor: pasión que se hace com-pasión.
- Limpios de corazón: El corazón es el
centro de la persona. En su corazón llevan a Dios, por eso lo ven en todas las
cosas y a todas las cosas en él. Carecen de malicia,
son rectos y leales con Dios y con el prójimo. El corazón limpio
no está dividido por conflictos de lealtades, ni mezcla de intereses, no es
hipócrita ni inseguro.
- Constructores de la paz: se oponen a
todo tipo de violencia, evitan los conflictos y los que son inevitables,
procuran resolverlos con diálogo y concertación. Construyen fraternidad, es
decir, colaboran en la obra que Dios, después de la creación, sigue realizando
en el mundo. Por eso Él los acoge como sus hijos e hijas.
- Perseguidos: podrán ser incomprendidos y
aun perseguidos porque su sola presencia contradice a los poderosos. Quien ama
a los hermanos se choca con el mal: encuentra hostilidad. Como Jesús. El
discípulo sabe que su destino puede ser el de su Maestro y sabe también que si con él morimos, reinaremos con él
(2Tim 2,11).
Así pensó Dios al
ser humano cuando lo iba modelando con sus propias manos.
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