viernes, 17 de noviembre de 2017

Cuando se manifieste el Hijo del hombre (Lc 17, 26-37)

P. Carlos Cardó SJ
Noé: la víspera del diluvio, óleo sobre lienzo de John Linnell (1848), Museo de Arte de Cleveland, Ohio, Estados Unidos
Jesús les dijo: "En los días del Hijo del Hombre sucederá lo mismo que en tiempos de Noé: la gente comía, bebía, y se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca y vino el diluvio que los hizo perecer a todos. Ocurrirá lo mismo que en tiempos de Lot: la gente comía y bebía, compraba y vendía, plantaba y edificaba. Pero el día que salió Lot de Sodoma, cayó desde el cielo una lluvia de fuego y azufre que los mató a todos.
Lo mismo sucederá el día en que se manifieste el Hijo del Hombre. Aquel día, el que esté en la terraza, que no baje a buscar sus cosas al interior de la casa; y el que esté en el campo, que no se vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que intente guardar su vida la perderá, pero el que la entregue, la hará nacer a nueva vida.
Yo les declaro que aquella noche, de dos personas que estén durmiendo en una misma cama, una será llevada y la otra dejada; dos mujeres estarán moliendo juntas, pero una será llevada y la otra dejada". Entonces preguntaron a Jesús: "¿Dónde sucederá eso, Señor?" Y él respondió: "Donde esté el cuerpo, allí se juntarán los buitres".  
Jesús ha dado ya una respuesta a los fariseos sobre el cómo y cuándo será la venida del reinado de Dios (17, 20-21). Ahora, dirigiéndose a sus discípulos, los instruye sobre lo que sucederá el día en que se manifieste el Hijo de hombre. Con una comparación y una pequeña parábola, les hace ver que el destino final de la vida se determina en el presente, en el modo como se viven las cosas simples de la vida y se realizan las tareas más ordinarias. Por consiguiente, ahora es cuando se debe proceder con libertad responsable y estar disponibles para darlo todo a fin de lograr lo más importante, que es la realización del plan de Dios sobre nosotros.
Compara en primer lugar el tiempo anterior al fin del mundo con el tiempo anterior al diluvio y a la destrucción de Gomorra para que “esta generación” advierta que se debe proceder con atención y prontitud, no con dejadez e indolencia. El diluvio acabó con los que siguieron viviendo mal sin voluntad de cambio, despreocupados e indolentes, pero no con Noé y su familia que dieron muestra de fidelidad y previsión; Sodoma, la ciudad corrupta y contumaz,  fue arrasada por el fuego y el azufre, pero se salvaron Lot y su familia.
En un mismo tiempo, haciendo las mismas cosas, se puede, como Noé, construir el arca que salva o ahogarse en las aguas del diluvio. Lo que se ha construido sobre la palabra de Dios resiste como el arca; lo que se ha construido sobre la insensatez, se derrumba, es arrasado por las aguas. Lo mismo ocurrió antes del desastre de Gomorra: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y edificaban. Todo eso lo podemos realizar como entrega de nosotros mismos con amor, o lo podemos vivir como violencia, injusticia, daño de nosotros mismos o del prójimo, como vida o como muerte.
Con la pequeña parábola, elaborada con imágenes propias de la cultura de su tiempo, Jesús nos advierte también que en lo cotidiano nos jugamos nuestra realización definitiva o nuestro fracaso. Dos personas están juntas en una misma cama y dos mujeres muelen granos. Lo primero alude al descanso reparador de las fuerzas y lo segundo al trabajo doméstico, que en la cultura judía, era tarea de las mujeres, y sirve para sostenerse y obtener fuerzas.
Pero no siempre el descanso se logra ni siempre el trabajo rinde. A una de las personas que duermen se la llevarán y se salvará, a la otra la dejarán y se perderá; a una de las mujeres se la llevarán, a otra la dejarán. Todo depende del comportamiento que se tiene en lo rutinario de la existencia. Lo determinante no es lo que se hace, sino el cómo se hace. No en acontecimientos extraordinarios, sino en los de cada día construimos o echamos a perder nuestra morada eterna. Por tanto, hay que estar preparados y vigilar en atenta espera. Se puede descansar o trabajar con resultados distintos.
Finalmente repite Jesús que la manifestación del Hijo de hombre será tan clara e inconfundible como la carroña para el ave de presa. No habrá necesidad de conocer de antemano su ubicación precisa, pues todos la verán. 
Nada de lo que nos dice Jesús en estos discursos es para asustarnos. Con ellos nos invita a la responsabilidad con nosotros mismos. Fijos los ojos en Él, sabremos en todo momento cómo debemos ser, cómo podemos vivir una vida plena con valor de eternidad que Dios reconocerá y llevará consigo para siempre. De hecho, lo que llamamos juicio de Dios sobre nosotros no es otra cosa que el juicio práctico que hacemos ahora de Jesús: lo aceptamos como nuestra norma de vida o lo negamos, lo servimos en los hermanos o pasamos de largo encerrados en nuestro egoísmo.

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