P.
Carlos Cardó SJ
Curación
del ciego de Jericó, óleo sobre lienzo de Lucas van Leyden (1531), Museo del
Hermitage, San Petersburgo, Rusia
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En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!". Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!".Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?" Él le contestó: "Señor, que vea". Jesús le dijo: "Recobra la vista; tu fe te ha curado".Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
Jesús ha anunciado tres veces que va a padecer en Jerusalén a
manos de los sumos sacerdotes y jefes del pueblo, pero a sus discípulos aquel lenguaje les resultaba totalmente
oscuro (v. 34).
Llegaron así a la ciudad de Jericó, cerca ya de la capital, y
ocurre algo que va a servir para ejemplificar la necesidad de la fe para “ver”
y comprender el camino de Jesús. Un ciego, que estaba sentado al borde del
camino –y que en el texto paralelo de Marcos se le designa con el nombre de
Bartimeo– oyó pasar gente y preguntó qué era aquello. Le dijeron que era Jesús
de Nazaret y él se puso a invocarlo con el título mesiánico de Hijo de David y
a suplicarle a grandes voces que tuviera compasión de él.
La ceguera suele significar en los evangelios la falta de fe. El ciego del relato es presentado como prototipo
de quien se deja iluminar por la Palabra y se convierte en discípulo de Jesús. Aparece
al borde del camino, como para sugerir que se puede estar muy cerca de la fe y
no haber dado aún el paso a la adhesión libre. Asimismo, los fariseos, sumos
sacerdotes y escribas, que se supone son los expertos en Dios, han inmovilizado
a la gente con su religión de la ley que mata la libertad. No han entrado en el
camino ni han dejado entrar a otros, quedándose fuera, al borde…
Como ocurre en todo proceso de fe, el ciego primero escucha la
noticia del paso de Jesús. La fe nos llega por el oído. El ciego escucha que el
hombre que va a pasar a su lado es Jesús,
que significa Yahvé salva. Acoge en
seguida la buena noticia y lo invoca a grandes voces como el Hijo de David, como el Mesías esperado. Llamarlo
por su nombre y poner en Él la confianza
es entrar en la relación personal propia de la fe que salva. Todo
el que invoca el nombre del Señor se salvará (Hech 2,21). El ciego lo sabe
y al Hijo de David le pide compasión y misericordia. Se ha encontrado con aquel
que es la misericordia de Dios encarnada.
Vienen entonces las dificultades de la fe. Los que iban delante lo reprendían para que se callara. El camino
de la fe no es llano y sin obstáculos, las dificultades pueden venir incluso de
aquellos de quienes se podría esperar apoyo y comprensión. Se puede suponer que
entre los que iban delante estaban
los discípulos de Jesús. Las piedras de tropiezo pueden ser puestas aun por los
representantes de la religión. Nunca ha sido fácil seguir a Jesús. Él nos lo ha
advertido: los envío como corderos en
medio de lobos (Lc 10, 3). Los
odiarán por mi causa (Mt 10, 22). Se
levantarán contra ustedes toda clase de sospechas (Mt 5, 11). El ciego
demuestra la perseverancia en la fe: en vez de dejarse convencer por los que lo
reprendían, él gritaba con más fuerza.
Jesús entonces mandó que se lo trajeran. Aunque ciegos, los discípulos pueden y deben conducir a Jesús a
quien desea verlo. A pesar de sus propias contradicciones, el cristiano debe
acercar a otros a Jesús. Es el misterio de las mediaciones humanas, siempre
defectuosas, de las que se vale el Señor para atraer a sí a los que buscan una
vida mejor.
La pregunta que Jesús le hace no es innecesaria: ¿Qué quieres que haga por ti? Aunque
Dios conoce nuestra necesidad, es importante expresar el deseo. En él se
contiene nuestra confesión de fe-confianza, y entonces todo lo que pidamos, Él
nos lo dará (Jn 14, 13). Es lo que hace
el ciego del relato: llama Señor a
Jesús. Ve en el Nazareno la gloria de Dios, ve en el hombre Jesús al Señor, al Kyrios, ungido por
Dios para salvarnos.
Y Jesús hace que el ciego recobre la vista, con lo que da ocasión
para que toda la gente estalle en gritos de alabanza a Dios. Al curarlo, Jesús
afirma implícitamente que él es el hijo de David; y al dar vista al ciego,
lleva a cumplimiento lo que se había dicho de Él (Lc 4,18; 7,22; Is 61,1).
Tu fe te
ha salvado. Es el milagro. La fe es
luz verdadera, visión. Queda así claramente indicado el proceso de la fe:
primero el oír, después el invocar el Nombre reconociendo la propia situación,
para finalmente seguir al Señor con una vida nueva, plena de dignidad y sentido.
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