domingo, 19 de noviembre de 2017

Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario - La parábola de los talentos (Mt 25,14-30)

P. Carlos Cardó, SJ
La parábola de los talentos, ilustración de Jan Luyken (1685) para la Biblia del Navegante, Museo Belgrave Hall Leicester, Inglaterra
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco millones; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue.El que recibió cinco millones fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un millón hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores.Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco millones me dejaste; aquí tienes otros cinco, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.Se acercó luego el que había recibido dos millones y le dijo: ‘Señor, dos millones me dejaste; aquí tienes otros dos, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.Finalmente se acercó el que había recibido un millón y le dijo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu millón bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo’.El señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco, para que a mi regreso lo recibiera yo con intereses? Quítenle el millón y dénselo al que tiene diez.Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene. Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación".
El señor que reparte sus bienes y se va a un país lejano es Jesucristo que, después de morir en la cruz y resucitar, se ausenta visiblemente de nuestro mundo y algún día, no sabemos cuándo, volverá para establecer su reinado.
Se sabe que en la época de Jesús el talento, de oro o de plata, era una medida de peso que variaba, según los países, entre 26 y 36 kilos. En la parábola parece que alude a la medida de los dones y habilidades de toda clase que Dios otorga a cada uno de sus hijos e hijas para que los trabaje y no los deje improductivos. Lo que soy y lo que tengo lo he recibido de él y, en la lógica del evangelio, lo tengo que poner al servicio de Dios y de los prójimos, especialmente de los que me necesitan, porque en eso consiste la ganancia que puedo obtener de los talentos recibidos.
Cada uno tiene su propio don, diferente al de los otros, conforme a las diferentes misiones y responsabilidades que hay en la comunidad. No hay razón, por tanto, para la vanagloria. ¿Quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido?¸ pregunta San Pablo a los cristianos de Corinto (1 Cor 4,7), que se habían dividido a causa de los diferentes carismas y habilidades que había en la comunidad.
Hay que aceptar, pues, que la diversidad es un hecho natural, con el que se ha de contar. No sirve solamente para marcar las diferencias y señalar los límites: lo que yo puedo o no puedo y lo que los otros pueden o no pueden, sino que establece más bien el espacio para las relaciones mutuas de comunicación, de intercambio, de solidaridad. Cuando no se ve así, la diversidad genera envidias y rivalidades, conflicto y violencia, como ocurre tantas veces desde Caín.
 La parábola nos dice que el don hay que hacerlo producir, pero esto hay que entenderlo bien. No se trata simplemente de hacer más y más cosas; ni se trata tampoco de actuar conforme a los valores económicos de la competitividad, rendimiento y productividad. De lo que se trata más bien es de fructificar conforme a las capacidades recibidas, no por sumisión a una ley ni simplemente por el deber ser y la voluntad de poder, sino por el amor a Dios y a los hermanos, como imitación del amor de Dios y de Cristo.
Lo que importa, según el evangelio, es la entrega de uno mismo, el amor que uno pone en lo que hace, sea grande o pequeño. Lo que hagas, conforme a los talentos que has recibido, nunca será pequeño a los ojos de Dios. Lo importante no es la cantidad sino la actitud con que uno da de lo que tiene, consciente de que todo lo ha recibido. De modo que no debes desalentarte si lo que has hecho ha estado lleno de amor y gratitud. Eso es lo que cuenta ante Dios. Por eso la recompensa será igual para todos, para los que recibieron cinco talentos, como para los que recibieron dos.
¿Quién es ese empleado que recibió un talento y lo escondió bajo tierra sin hacerlo producir? El que sabe el bien que hay que hacer y no lo hace, comete pecado, dice el apóstol Santiago (Sant 4,17). El que había recibido un talento se alejó –dice el texto– y lo escondió. Se aleja de sí y de los demás. Actúa así por el miedo, resultado de la falsa idea que se ha formado de su Señor. No reconoce el don del Señor, por eso no se mueve a dar de sí. Su relación con Dios es contable, mercantil, no libre, no de hijo, sino de rival. Se mueve como Adán, que se esconde de un Dios malo y se aleja hasta acabar en la muerte. Quien ama su vida la echa a perder (Mt 16,25). Quien no da ni comparte lo recibido, lo echa a perder. Quien responde con gratitud y generosidad a tanto bien, se enriquece más y da más. Experimenta la verdad de las palabras de Jesús: Hay más felicidad en dar que en recibir (Hech 20,35).

NOTA: Este evangelio fue comentado en este mismo blog el día 2 de setiembre.

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