P. Carlos Cardó, SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera".
Las palabras de Jesús: “¡Vengan a mí los que están
cansados y agobiados que yo los aliviaré!” se dirigen en primer lugar a los
judíos, sobre quienes pesaba la dura carga de una religión legalista que les
impedía experimentar la libertad de los hijos de Dios. Cansado y agobiado está
también quien no tiene otra actitud ante Dios y ante el prójimo que el temor
servil. La vida de fe se reduce al cumplimiento de la ley moral por el temor al
castigo y la esperanza de premios. Se puede ser así un cumplidor estricto de lo
que está mandado, pero sin poner en ello el corazón.
Jesús no vino a abolir la ley, lo dijo así expresamente,
y alabó a quien la enseñaba con exactitud. Pero advirtió también que lo que
Dios quiere es el corazón de la persona humana y no solamente sus obras
religiosas. Una religión legalista es fatiga y opresión y se convierte en
muerte porque degenera en la hipocresía y en el orgullo del hombre por sus
obras. En cambio, la moral de Cristo, cuya síntesis y perfección es la caridad
y el amor, lleva incluso a curar a un enfermo en día sábado y a sentarse a la
mesa con publicanos y pecadores, es decir, pone por encima de los actos
religiosos y de las tradiciones, las exigencias del amor al prójimo y, en
particular, la atención al necesitado. Este amor produce gozo y descanso, es
justicia nueva, hace posible vivir la vida misma de Dios, por el Espíritu del
amor que ha sido derramado en nuestros corazones.
Es este Espíritu de Jesús, hecho ley interna de la
caridad y del amor, el que dará alivio y reposo (“Yo los aliviaré”) a
nuestras mentes y corazones agitados. El reposo de saberme amado por Dios tal
como soy; el sosiego de saber que tenemos un lugar en la mesa del Padre; la
serena confianza de que allí donde mis débiles fuerzas terminan, ahí comienza
el trabajo de Dios.
La ley del amor no es carga que oprime. “Mi yugo es
suave y mi carga es ligera”, dice Jesús. Su nueva ley del amor es la verdad
que libera, porque nos hace vivir en autenticidad, capaces de alegría y de
ingenio, de creatividad y grandeza de ánimos. Ensancha el corazón.
Responder positivamente a la invitación del Señor, “Vengan
a mí…, que yo les daré descanso”, es aprender bondad, mansedumbre,
sencillez, amabilidad. No se puede reconocer a Dios, ni tampoco llegar a ser
felices, si vivimos centrados en nosotros mismos y andamos sin tiempo para
nada, agitados por el ansia de ganar más, tener más, obtener mayores éxitos
productivos, pero incapacitados para poner quietud y silencio en nuestro
interior, o sencillamente para disfrutar de los dones más bellos de Dios: la familia,
las amistades...
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