P. Carlos Cardo, SJ
Lapidación
de San Esteban, óleo sobre tabla de Rembrandt, Museo de Bellas Artes, Lyon
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los enjuicien, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo, porque, en ese momento se les inspirará lo que han de decir.
Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes. El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre, a su hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin se salvará".
La fiesta de
San Esteban, el 26 de diciembre, tiñe de rojo la navidad. Es el primer mártir
del cristianismo, el primero que selló con su sangre la fe en Jesús. San
Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales hace contemplar el misterio
del nacimiento de Cristo desde esta perspectiva: “Mirar y considerar lo que
hacen (Nuestra Señora y José), así como es el caminar y trabajar, para que el
Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de calor y de
frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (Ejercicios, 116). La falta de posada, las
condiciones tan precarias en que nace y el tener que ser recostado en un
pesebre (Lc 2,7) se proyectan hasta
la extrema indefensión y soledad de su crucifixión. Inicio y fin se tocan. Como
fue el principio así será el final. “¡Y todo esto por mí!”.
Así quiso
Dios realizar la salvación del mundo. Y Jesús, su Hijo, asumió libremente este
destino que había sido ya simbolizado por el profeta como el propio del Cordero
que es llevado al matadero (Is 53,7).
Siervo inocente soporta sobre sí la violencia del mal y, sin devolverlo, vence
al mal.
Una multitud
de testigos suyos lo seguirán (Hebr 12,1),
dispuestos a identificarse con Él en su estilo de vida y también en una muerte
como la suya. Recordarán que la suerte del Maestro ha de ser también la del discípulo
y si lo persiguieron a Él, a ellos también los perseguirán (Jn 15,20). Los entregarán a los tribunales… como hicieron con él. Los que
intentan apagar la verdad con la injusticia no soportarán su forma de ser, que
contradice radicalmente lo que ellos viven.
El justo con su sola presencia
desenmascara la mentira del corrupto, que no tiene más remedio que hacerlo
callar o hacerlo desaparecer de su
vista. Y así ha venido siendo en la historia del cristianismo, desde Juan
Bautista, degollado por Herodes, y desde Esteban, el diácono lleno de gracia y
de poder, que hacía signos y prodigios
en favor de los necesitados, que fue
examinado con atención por las autoridades del pueblo y su rostro les pareció
como el de un ángel, pero amotinaron a la gente contra él para que lo
apedrearan porque no pudieron contradecir
la sabiduría y el espíritu con que hablaba (Hechos 6, 8-15).
Mártir
significa testigo. Darán testimonio,
había anunciado Jesús. La sangre
derramada sella como supremo testimonio la determinación de vivir hasta el
final los valores que el Maestro transmitió. Con su martirio, el testigo fiel
demuestra que esos valores por los cuales ha vivido, valen más que la vida.
Por eso
puede morir en paz, seguro de que el
Espíritu hablará en su favor. En
el peligro, no le arrebatará ningún espíritu de miedo o de egoísmo, de odio o
de violencia, sino el Espíritu de Dios, espíritu de amor que actúa en los
corazones, e infunde el coraje (¡mucho más fuerte y eficaz que el de la
venganza!) para perdonar incluso a los que lo persiguen.
El espíritu
del mundo, espíritu de injusticia y de conflicto, seguirá extendiendo su
influjo, aparentemente invencible. Por Él, el
hermano entregará al hermano a la muerte; se levantarán los hijos contra los
padres y los matarán… La falta de moral ataca las raíces de la vida,
destruye la convivencia, mata los afectos y los sentimientos. Pero el Espíritu
de Cristo se abre paso y asegura la victoria porque ya la anticipó y desplegó
para siempre al resucitar a Jesús de entre los muertos. El amor es más fuerte.
Quien se
mantiene en esta fe que vence al mundo, ese se
salvará.
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