P. Carlos Cardó, SJ
El tercer domingo
de adviento es conocido como el domingo de la alegría, por la invitación que se
hace al inicio de la liturgia con las palabras de Pablo: Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres…El Señor
está cerca (Flp 4,4).
La razón de
estar alegres es la cercanía del Señor. Esto quiere decir que la alegría
cristiana no es el simple sentimiento de optimismo que nace de la naturaleza
humana, sino la certeza de que en el encuentro personal con el Señor uno es
liberado de todo aquello que puede recortar el gusto por vivir y es afianzado
en la confianza de que Dios, fuente de toda alegría, está con nosotros y no nos
abandona nunca. “La alegría del Evangelio –dice el Papa Francisco– llena el
corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan
salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, n.1).
La alegría cristiana es hija de la esperanza que no defrauda. Por
eso, el tiempo del adviento despliega ante nuestros ojos el anhelo universal de
los pueblos a la paz, que es felicidad y prosperidad para todos, tal como los
profetas de Israel la describieron y la anunciaron para el tiempo de la venida
del Mesías. Que en sus días florezca la
justicia y la paz dure eternamente (Sal 72,7).
Isaías
destaca como el profeta de la esperanza y del consuelo. No es un visionario ni
un ideólogo, sino un hombre realista que sufre por la crisis que vive su pueblo
y comprende que no bastan los esfuerzos humanos para que la situación cambie,
sino que se debe poner la confianza en el poder providente de Dios. La ruina en
que ha caído Israel, con gran parte de su población desterrada en Babilonia, invadido
el país y destruida Jerusalén, aparece ante sus ojos como una gran desolación
sólo semejante a un árido desierto, del que nada se puede esperar. Sin embargo,
la fe del profeta le hace descubrir un nuevo amanecer: la fuerza de Dios
desplegará su poder y saltarán de alegría
el desierto y la tierra reseca, la llanura se llenará de flores…, y dará gritos
de alegría.
Algunos
contemporáneos del profeta vivieron el júbilo de la vuelta a la patria: fue como
un nuevo éxodo de Israel. Sin embargo, con el tiempo comprobarían que la
realización definitiva de la esperanza, anunciada por el profeta, no se había logrado
todavía y había que seguir esperando. De una forma o de otra, todos los pueblos
han vivido esta experiencia de ver ya cumplidos
sus anhelos pero todavía no en la plenitud a la que su esperanza apunta.
Por lo demás, desiertos como los
pintados por Isaías existen hoy por todo el mundo. ¿Cuántos enfermos crónicos,
personas desocupadas, emigrantes lejos de su patria, pobladores de barrios de
miseria, no se sienten incapaces de salir del desierto en que sobreviven
apenas? Por eso tienen actualidad las palabras de Isaías: ¡Ánimo, no teman!,…miren a su Dios que ya viene en persona a salvarlos.
Una mirada en fe como la del profeta hace ver la acción de la gracia divina y
hace posible la confianza.
En la segunda lectura, el apóstol
Santiago habla de la “paciencia” con que se ha de vivir la espera de la
venida del Señor. El ejemplo que pone es el del labrador que espera el fruto precioso de la tierra, aguardando con
paciencia las lluvias que lo harán posible. Así también los cristianos han
de vivir su fe con constancia y fortaleza en medio de las adversidades y sufrimientos,
porque la venida del Señor está próxima.
En el
evangelio volvemos a ver a Juan Bautista, otro de los personajes centrales del
adviento. Juan desde la cárcel envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir? Jesús
responde remitiendo a las obras que hace en favor de los pobres, enfermos y
pecadores. Siempre reconocemos al Señor por lo que hace por nosotros.
Las obras
que Jesús realiza hacen ver que no es el mesías que muchos esperaban, cargado
de poder temporal y de fuerza guerrera, sino el mesías anunciado por Isaías en
sus cánticos sobre el Siervo de Yahvé: es decir, un mesías cargado de
humanidad, en quien se revela Dios como padre de todos, protector de los pequeños
y los débiles.
Isaías había
dicho del tiempo del Mesías: Entonces se
despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo oirán, saltará el cojo como
un ciervo y la lengua del mudo cantará.
Jesús Mesías
manda decir a Juan: Vayan y díganle a
Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
quedan limpios… En la respuesta de Jesús vemos la realización de las
aspiraciones humanas, Él es nuestra esperanza. Esto es lo que hace en nosotros
y lo que quiere realizar, por medio de nosotros, en el mundo.
Ya está
cerca la Navidad. Abramos el corazón y la mente a Dios y a su Hijo que viene a
demostrarnos cuánto ama Dios al mundo. Con María, que sostiene y guía nuestra
esperanza, nos preparamos. Expresamos el deseo de ser en verdad “Servidores del Evangelio de Cristo para la
esperanza del mundo”.
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