P. Carlos Cardó, SJ
Nacimiento
de San Juan Bautista, anónimo italiano (1330-1340). Galería Nacional
Washington.
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Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: "No. Su nombre será Juan". Ellos le decían: "Pero si ninguno de tus parientes se llama así". Entonces le preguntaron, por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre". Todos se quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios. Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos, y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: "¿Qué va a ser de este niño?" Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él.
Juan
Bautista, figura clave del tiempo de Adviento, fue el hombre que recibió de Jesús
el mayor de los elogios: «Yo les digo
que, entre los hijos de mujer, no hay nadie mayor que Juan».
La narración
de su nacimiento la hace san Lucas con pocas palabras, porque prefiere resaltar
más la imposición de su nombre. Pero en esas pocas palabras, se expresa algo
muy importante en la Biblia: la concepción y nacimiento de los personajes que
van a tener una especial misión en la historia de Israel es un acontecimiento
en el que Dios interviene. Esto se destaca de modo especial cuando la mujer que
concibe es una estéril como Sara, esposa de Abraham y madre de Isaac (cf. Gen 16, 1; 17, 1), o como la esposa de
Manoa, que concibió y dio a luz a Sansón (Cf. Jue 13, 2-5). Por esto, en el caso de Isabel, esposa estéril de
Zacarías, los vecinos ven en su parto una acción de la misericordia y se
alegran con ella.
Aparte de
esto, es indudable que la antropología contenida en la Biblia considera la
venida al mundo de toda persona humana no como un acontecimiento o fenómeno
fortuito o puramente biológico. Cada nacimiento es un hecho querido por Dios, y
responde siempre a un designio suyo de amor. “Tú formaste mis entrañas, me
tejiste en el vientre de mi madre. Te doy gracias porque eres sublime y tus
obras son prodigiosas” (Sal 139, 13-14).
El nombre Juan. En las culturas antiguas el nombre
que se daba a las personas era siempre significativo. «Nomen est omen», (el nombre es presagio, pronóstico), decían los latinos; y para los hebreos el nombre señalaba algún atributo de
Dios que en la vida del recién nacido se iba a manifestar, o el significado de
la misión que le tocaba desempeñar al niño. «Su
nombre es Juan» (Lc 1,63) dice Isabel y Zacarías lo confirma ante de los
parientes maravillados, escribiéndolo en una tablilla. El mismo Dios, por su
ángel, había dado este nombre que significa «Dios
es favorable». En la vida de Juan, Dios se mostrará favorable a su pueblo y
a toda la humanidad. Pero no sólo en su vida: Dios siempre está en favor de
todos sus hijos e hijas, en favor de toda vida humana aun antes de nacer. Mi
propia vida, desde su concepción, demuestra que soy llamado por Él a la
existencia. “El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi
madre pronunció mi nombre” (Is 49,1).
Juan nace
con una misión que cumplirá cabalmente: vivirá dedicado a preparar la venida de
Jesús Mesías. Como él, todos tenemos una misión que cumplir: la que nuestro
Creador y Padre nos asigna aun antes de nacer. Ella confiere orientación y
sentido a mi existencia. Percibida en mi interior como una llamada o atracción
que aúna y orienta todos mis deseos, puedo libremente optar por ella como mi
propio camino y elegir las actitudes que más me conduzcan a su cumplimiento,
seguro de que en ello me juego mi realización personal y mi felicidad.
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