martes, 13 de diciembre de 2016

Parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32)

P. Carlos Cardó, SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?". Ellos le respondieron: "El segundo". Entonces Jesús les dijo: "Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él".
Este evangelio es una invitación a reconocer nuestros errores y aceptar la crítica que se nos pueda hacer. Como todas las parábolas de Jesús, ésta de los dos hermanos enviados por su Padre a trabajar a su viña, interpela a los oyentes, los convierte en personajes del relato para que revisen su conducta y se dejen transformar. En la parábola estamos todos, que decimos sí, de palabra, pero no con los actos, igual que los que dicen no. Si soy consciente de ello, la conversión es posible.
El padre se dirige al primero de sus hijos y le pide que vaya a trabajar a la viña. El hijo le responde tajantemente: “No quiero”. Desde el origen, el hombre –representado en Adán– se siente movido ciegamente a identificarse en contra de su Creador y Padre. Se engaña, pretendiendo obrar por su propio bien, pero más allá de las posibilidades humanas, hasta romper la relación con su Padre. Este engaño actúa en el primer hijo de la parábola; pero después reflexiona, se rectifica y va a trabajar en la viña. No se dice qué fue lo que le movió a cambiar. Quizá le ocurrió lo que al que al hijo pródigo (Lc 15, 11-32), que transgrede pero reflexiona y decide volver a la casa paterna.
El padre le hace el mismo encargo al segundo hijo, y éste, en contraste con el primero, le responde: “Voy, señor”; pero todo queda en palabras, y no va. Tampoco este hijo comprende al Padre. Dividido en su interior, dice sí porque tal vez es incapaz de decir no, y finalmente se queda sin hacer nada. Decir sí por puro miedo supone la imagen de un padre que no respeta la libertad de sus hijos y castiga a quien se rebela.
Para que se entienda bien su parábola, Jesús se dirige luego a los sacerdotes y notables del pueblo, que se sienten los profesionales de Dios, los más cercanos a Él porque habitan y trabajan en su templo, y les dice: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Los expertos en las cosas de Dios no sienten necesidad de convertirse, porque no reconocen que tienen que cambiar. Son ciegos porque creen ver, son pecadores por creerse santos. En contraste con ellos, Jesús alaba a los publicanos y las prostitutas, que sin poder presumir de santos porque eran tenidos por pecadores públicos, se acercaron a Juan Bautista, escucharon su llamada a la conversión y cambiaron de vida.
Nuestros actos van creando actitudes que condicionan nuestra conducta pero no anulan totalmente nuestra libertad. Por eso se puede cambiar. Ni nuestros errores ni nuestras faltas son irrevocables. En todo momento podemos decidir sobre nuestro futuro.

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