P. Carlos Cardó, SJ
En aquel tiempo, dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Después de
oír el saludo de su pariente Isabel, que la proclamó bendita entre las mujeres por
el fruto bendito de su vientre y dichosa por haber creído, María dirigió la
mirada a su propia pequeñez, fijó luego sus ojos en Dios, de quien procede todo
bien, y entonó un cántico de alabanza.
Celebra
todo mi ser la grandeza del Señor. María es consciente de que todo su ser, su
yo personal (“alma” y “espíritu”) es un don de Dios y a Él lo devuelve en su
alabanza. Ella es
consciente de que las generaciones la llamarán bienaventurada, no por méritos
propios, sino por las obras grandes que el Poderoso ha hecho en ella al darle
la vida y elegirla para ser madre del Salvador. Por eso no duda en recalcar el
contraste que hay entre su pequeñez de sierva y la grandeza, el poder y la
misericordia de Dios -el santo, el todopoderoso, el misericordioso-.
El
Magnificat de María se sitúa en línea con la corriente espiritual de los
salmos, con el mismo estilo poético de su pueblo, henchido de sentimientos de
auténtica fe, alegría y gratitud. Es
un himno personal y a la vez universal, cósmico. En María canta toda la
humanidad y la creación entera que ve la fidelidad del amor de Dios. Es el
cántico nuevo que entona la criatura nueva, hecha nueva por la muerte de Cristo
y por la efusión del Espíritu Santo. El Magnificat es una síntesis de la
historia de la salvación, contemplada del lado de los pobres y de los humildes,
a quienes se les revela el misterio del Reino y sienten a Dios a su favor. Con
el pueblo fiel de Israel, en la línea de los grandes profetas, María no duda en
alabar a Dios por sus preferencias, porque “dispersa a los soberbios de
corazón, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de
bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos”.
María nos ayuda a descubrir el sentido de nuestra vida. Por eso, la Iglesia entona todas las tardes el Magnificat,
como el reconocimiento de que Dios cumple siempre su promesa. En Él laten los
corazones de los que saben reconocer en sus vidas la acción de Dios, brota del
corazón de quienes saben escuchar a su Dios.
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