P. Carlos Cardó, SJ
Nacimiento de San Juan Bautista, óleo de
Bartolomé Esteban Murillo - Museo Norton Simon, Pasadena (California)
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Hubo en tiempo de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una descendiente de Aarón, llamada Isabel. Ambos eran justos a los ojos de Dios, pues vivían irreprochablemente, cumpliendo los mandamientos y disposiciones del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos, de avanzada edad.Un día en que le correspondía a su grupo desempeñar ante Dios los oficios sacerdotales, le tocó a Zacarías, según la costumbre de los sacerdotes, entrar al santuario del Señor para ofrecer el incienso, mientras todo el pueblo estaba afuera, en oración, a la hora de la incensación.Se le apareció entonces un ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y un gran temor se apoderó de él. Pero el ángel le dijo: "No temas, Zacarías, porque tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien le pondrás el nombre de Juan. Tú te llenarás de alegría y regocijo, y otros muchos se alegrarán también de su nacimiento, pues él será grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor y estará lleno del Espíritu Santo, ya desde el seno de su madre. Convertirá a muchos israelitas al Señor; irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia sus hijos, dar a los rebeldes la cordura de los justos y prepararle así al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo".Pero Zacarías replicó: "¿Cómo podré estar seguro de esto? Porque yo ya soy viejo y mi mujer también es de edad avanzada". El ángel le contestó: "Yo soy Gabriel, el que asiste delante de Dios. He sido enviado para hablar contigo y darte esta buena noticia. Ahora tú quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo".Mientras tanto, el pueblo estaba aguardando a Zacarías y se extrañaba de que tardara tanto en el santuario. Al salir no pudo hablar y en esto conocieron que había tenido una visión en el santuario. Entonces trató de hacerse entender por señas y permaneció mudo.Al terminar los días de su ministerio, volvió a su casa. Poco después concibió Isabel, su mujer, y durante cinco meses no se dejó ver, pues decía: "Esto es obra del Señor. Por fin se dignó quitar el oprobio que pesaba sobre mí".
Juan Bautista es prototipo de la
persona bien dispuesta a acoger al Señor que viene. Deja su casa y se dedica a preparar
en el desierto la pronta venida del Mesías, exhortando a la gente a cambiar de
vida. Juan es una síntesis viviente del Antiguo Testamento, que en él culmina;
manifiesta en su persona lo más característico del Israel fiel: la espera.
Nacimiento. En la historia de la salvación, todo
acontecimiento decisivo es iniciativa de Dios y toda figura significativa es
elección suya. Las madres de Isaac, de Sansón, de Samuel, eran mujeres estériles. Dios, autor de la vida, les hace concebir un hijo, porque lo destina a
una misión en favor de su pueblo. Así ocurre con Juan: nace de Zacarías,
sacerdote ya viejo, y de Isabel, también de avanzada edad. Nace de la fe que
prestan a la promesa de Dios. La liturgia lo subraya con palabras del salmo
139: Porque tú has formado mis riñones,
me has tejido en el vientre de mi madre; prodigio soy, prodigios son tus obras.
En Lucas, el
anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico del
templo. Su llegada no pasará desapercibida y muchos se gozarán en su nacimiento
(Lc 1, 14); será un niño consagrado –Nazir
de Dios– y, como lo prescribe el libro de los Números (6, 1), no beberá vino ni licor fermentado. El Espíritu habita en él
desde el seno de su madre. A su vocación de asceta se une la de guía de su
pueblo (Lc 1, 17). Precederá al
Mesías, papel que el profeta Malaquías (3,
23) atribuía a Elías.
«Su
nombre es Juan» (Lc 1,63): Su
circuncisión muestra también la elección divina: nadie en su parentela lleva el
nombre de Juan (Lc 1, 61), pero el
Señor quiere que se le llame así, cambiando las costumbres. Dios es quien lo ha
elegido, es él quien dirige todo.
«Estaba yo
en el vientre, y el Señor me llamó, en las entrañas maternas y pronunció mi
nombre» (Is 49,1)... Dios nos conoce
y ama aun antes de que nuestros ojos puedan contemplar las maravillas de la
creación. Dios cuenta con nosotros y nos llama desde las raíces mismas de
nuestra existencia, porque somos suyos.
Zacarías
confirma, delante de los parientes maravillados, el nombre de su hijo
escribiéndolo en una tablilla. El nombre significa «Dios es favorable». Dios es
favorable a su pueblo: quiere que sea una bendición para todas las naciones.
Dios es favorable a la humanidad: la conduce por el camino hacia la tierra en
la que reinarán la paz y la
justicia. Todo esto se inscribe en el nombre: Juan.
Como María,
Zacarías prorrumpe en un himno que es, a la vez, acción de gracias y
descripción de la misión de Juan como precursor del Mesías: Juan Bautista es el
signo de la irrupción de Dios en su pueblo. Su nacimiento permite intuir que el
Señor visita a su pueblo, lo libra, consolida la alianza que había prometido.
El Precursor tiene por misión preparar los caminos del Señor (Is 40, 3), dar a su pueblo el “conocimiento
de la salvación”.
Bendito sea el Señor, Dios de
Israel
porque ha visitado y redimido a
su pueblo,
suscitándonos una fuerza de
salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde
antiguo
por la boca de sus santos
profetas.
Es la salvación que nos libra de
nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos
odian:
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padre,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro
padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de
temor,
arrancados de la mano de los
enemigos,
le sirvamos con santidad y
justicia,
en su presencia, todos nuestros
días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta
del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la
salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de
nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de
lo alto,
para iluminar a los que viven en
tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Este poema,
conocido tradicionalmente como Benedictus,
lo canta la Iglesia cada día al final de la oración de la mañana,
reavivando su acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en
reconocimiento de la misión que le tocó desempeñar a Juan de mostrar “el camino
de la paz”.
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