P. Carlos Cardó, SJ
Cuando Jesús salía de Cafarnaúm, lo siguieron dos ciegos, que gritaban: "¡Hijo de David, compadécete de nosotros!" Al entrar Jesús en la casa, se le acercaron los ciegos y Jesús les preguntó: "¿Creen que puedo hacerlo?" Ellos le contestaron: "Sí, Señor". Entonces les tocó los ojos, diciendo: "Que se haga en ustedes conforme a su fe". Y se les abrieron los ojos. Jesús les advirtió severamente: "Que nadie lo sepa". Pero ellos, al salir, divulgaron su fama por toda la región.
En el
evangelio, el descubrimiento del sentido de la vida se equipara al ver, que la fe hace posible. La vida se ilumina, se sabe dónde ir,
a dónde dirigirse. Lo contrario es ceguera, vida sin norte. Como la
resurrección, la fe hace pasar de la tiniebla a la luz. Despierta tú que duermes y te iluminará Cristo (Ef 5,14).
El relato de
la curación de los dos ciegos invita a ver la realidad desde otra perspectiva,
en su proyección trascendente, más allá de lo que se percibe con la simple
visión física. La fe nos hace apreciar el valor de nuestra vida como Dios la ve,
y orientarla hacia Él.
Lo seguían. Como los enfermos y excluidos,
fiados de su poder liberador, y también como los discípulos que escucharon su
llamada: Ven y sígueme. La atracción
que ejerce Jesús genera un dinamismo de salir en su busca, tras Él. Y su seguimiento
se sostiene gracias a la confianza que Él mismo inspira: “Quien me sigue no
camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
Los ciegos se
dan cuenta de que no ven y de que su ceguera puede ser curada; es el inicio de
la gracia. Los fariseos, en cambio, no admiten su falta de visión y pretenden
enseñar a los demás; son ciegos que guían
a otros ciegos.
Lo seguían gritando: Hijo de David, ten compasión. El anhelo de la fe es como un grito
en la noche. Los ciegos atribuyen a Jesús un título mesiánico, que hace
referencia al libertador que los judíos esperaban, un descendiente del rey
David. Pero es interesante constatar que los ciegos se refieren a un Mesías que
puede fijarse en ellos y curarlos porque es compasivo y misericordioso.
A
continuación, Jesús y los que le siguen entran “en la casa”. Antes ha estado en
casa de Jairo, magistrado judío, para devolverle la vida a su hija. Ahora no se
dice a qué casa entra, pero puede ser la de Simón, que solía alojarlo en Cafarnaúm.
En todo caso, “la casa” simboliza en los evangelios a la Iglesia, casa de los
que siguen a Jesús, comunidad de hermanos en la fe. Allí, en la experiencia de
la fraternidad se abre para todos la luz de la fe.
“Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos (1Jn 3,14). Y el signo que se realiza, la
curación de los dos ciegos, se realiza desde la fe: Que se haga como han creído.
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