P.
Carlos Cardó, SJ
San
Juan Bautista en meditación, óleo de El Bosco, Museo Lázaro Galdiano, Madrid
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Cuando se fueron los mensajeros de Juan, Jesús comenzó a hablar de él a la gente, diciendo: "¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con telas preciosas? Los que visten fastuosamente y viven entre placeres, están en los palacios. Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, y yo les aseguro que es más que profeta. Es aquel de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Yo les digo que no hay nadie más grande que Juan entre todos los que han nacido de una mujer. Y con todo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él". Todo el pueblo que lo escuchó, incluso los publicanos, aceptaron el designio de justicia de Dios, haciéndose bautizar por el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los escribas no aceptaron ese bautismo y frustraron, en su propio daño, el plan de Dios.
Juan,
el mayor de los profetas, anunció la venida del Mesías y denunció las
injusticias que se oponían al reinado de Dios. Llamó a la conversión y anunció
el perdón. Juan no dudó en considerar a Jesús como el más fuerte que venía
detrás de él, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el portador del
espíritu de Dios. Juan invitó a sus propios discípulos a ir tras Jesús; los
movió a cerciorarse ellos mismos de que Jesús era el que había de venir.
Pero
las autoridades del pueblo y los fariseos no quisieron seguir a Juan. Ahora,
por las preguntas de Jesús, se sienten sin salida: ¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento…? Están
en un dilema. Si dicen que Juan era enviado de Dios, se condenarían a sí mismos,
perderían prestigio, se les podría preguntar: ¿y por qué no lo siguieron? Si
dicen que Juan era un falso profeta, se pondrían en contra del pueblo que creyó
en él como un enviado de Dios.
Jesús
hace el elogio de su Precursor. Entre los
hijos de mujer, nadie hay mayor que él… Juan es presentado por encima de
Abraham, de Moisés, de Elías, superior a los patriarcas y los profetas. Juan ve
lo que las grandes figuras del Antiguo Testamento desearon ver. Él es el Precursor
del Mesías, por eso está en la frontera entre el tiempo antiguo de la espera y
de la preparación y el tiempo nuevo que Jesús inaugura, tiempo del Reino de
Dios y del triunfo del amor salvador de Dios.
Por eso dice Jesús que el más pequeño en el reino de los cielos es más que Juan. Aunque
grande, Juan forma parte todavía de la etapa preparatoria. Las palabras de
Jesús no comparan la dignidad personal del Bautista con la de los miembros del
reino. Simplemente contrapone dos épocas, dos etapas en el proceso histórico de
la salvación. Juan ha cumplido perfectamente su rol de anunciador, subordinado
a Jesús.
¿Qué nos dice este pasaje evangélico? Después
de meditarlo, nos queda el impacto de esos tres rasgos sugestivos y
cuestionadores con que Jesús diseña la figura del Bautista. El primero es su
vivienda: no habita en palacios sino en el desierto, lugar árido y sin vida,
que evoca en la Biblia la experiencia de la mayor cercanía de Dios a su pueblo
errante, y de la mayor prueba de la fe (“donde vuestros padres me tentaron”, Salmo 95,9), por lo cual el desierto es
símbolo del lugar donde uno se encuentra con Dios, y también donde uno se
enfrenta con el tentador, lugar de crisis y de prueba.
El segundo rasgo es su temple de carácter:
Juan no es una caña agitada por el viento, es decir, un hombre débil e
indeciso, sino un intrépido defensor de los valores morales, que no duda en
denunciar la inmoralidad de fariseos y saduceos, y hasta del propio rey
Herodes. El tercer rasgo es su estilo de vida y, en particular, su forma de
vestir: Juan no iba vestido con ropas lujosas, tal frivolidad era impensable en
un profeta, que tiene que avalar con el ejemplo de su vida austera y
desinteresada la verdad de su mensaje; se vestía más bien con pieles de camello
y –como afirma también el evangelio de Mateo (3,4) – se mantenía con alimentos
silvestres.
Una vida así caracterizada nos mueve a
preguntarnos acerca de la existencia que nos vamos construyendo y a desear
coherencia y autenticidad, sencillez de vida y coraje para reflejar los valores
en los que creemos.
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