jueves, 9 de mayo de 2019

Yo soy el pan de vida (Jn 6, 44-51)


P. Carlos Cardó SJ
Triunfo de la Eucaristía, óleo sobre lienzo de Esteban Murillo (1662 – 1665), colección privada, España
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida".
Los judíos rechazan las palabras de Jesús: Yo soy el pan que ha bajado del cielo, porque para ellos el pan del cielo (pan de Dios) es la Ley que Dios les dio por medio de Moisés, con cuyo cumplimiento demuestran su pertenencia al pueblo escogido y se sienten seguros de la salvación. No pueden aceptar que Jesús pretenda estar por encima de la Ley y de Moisés. Más aún, no pueden aceptar que, llamándose a sí mismo pan bajado del cielo, insinúe que Dios habla en Él, que Él es la Palabra de Dios vivo.
Pero Jesús no se echa atrás e insiste: Nadie pude venir a mí si el Padre que me envió no se lo concede… Con esto quiere decir que el encuentro con Él es una gracia que Dios da, y que por medio de ella se alcanza la verdadera vida. Yo lo resucitaré en el último día.
Tener acceso a Dios como el bien absoluto, meta de todo anhelo profundo, alcanzar una vida que perdura es, en cierto modo, una tendencia o aspiración inherente al ser humano, lo afirme o no explícitamente. Tal atracción, de hecho, puede intuirse en toda búsqueda humana de sentido y en toda realización o esfuerzo mediante el cual la persona se trasciende a sí misma.
Pero esto no significa que simplemente porque aspira a ello va a tener acceso directo al misterio del ser divino. El evangelio de Juan presenta a Jesús como el mediador entre los hombres y Dios porque ha venido de Él para acercárnoslo: No que alguien haya visto a Dios. Sólo el que ha venido de Dios ha visto al Padre. En Jesús, se realiza la revelación y cercanía máxima de Dios. Y por eso, quien cree en Él y se adhiere a Él se encuentra con Dios y alcanza el logro pleno de su existencia, que llamamos vida eterna.
Naturalmente, al no reconocer su origen divino y verlo como un simple hombre, los judíos no pueden aceptarlo como el pan del cielo que da vida eterna. Pero Jesús reitera que ésta se ofrece justamente en su humanidad, designada como carne entregada para la vida del mundo. El que come de este pan (quien asimila mi vida, mi modo de ser hombre), vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne (mi persona, la totalidad de lo que yo soy). Y yo la doy para la vida del mundo.
Carne y sangre, para los hebreos, significaban la persona real y concreta. La carne no era solamente el soporte material de la existencia, ni la sangre era simplemente un elemento orgánico de la persona. Carne es toda la persona, y sangre es sinónimo de la vida que Dios da y que a Dios pertenece. Así, pues, comer su carne y beber su sangre significaban entrar en comunión con Él, asimilar su modo de ser.
Eso es lo que da al hombre la vida que perdura, porque es participación de la vida-amor de Dios, que es más fuerte que la muerte. Por eso, aunque a los judíos les resultó un lenguaje duro y crudo, Jesús no dudó en emplear el verbo comer, porque comer significa asumir, digerir, asimilar. 10 veces se emplea el verbo comer, en el sentido de masticar, 6 veces se menciona la carne y 4 veces beber su sangre.
El comer humano es más que una función vital de conservación; es un acto de comunión entre quien da la vida y quien come. El comer es comunicación. Comer el cuerpo de Jesús, pan nuestro, es convertirnos en Él. Amándolo y comiendo su carne nos hacemos hijos de Dios, entramos en comunión con el Padre y con nuestros semejantes.
Podríamos decir que las dos afirmaciones más importantes del texto son éstas: El que cree tiene vida eterna, y El que come de este pan vivirá para siempre. Creer en Jesús es asumir como propio lo que Él es. Comer su cuerpo es asimilar su ser. En esto consiste la «vida eterna» que se nos concede vivir ya desde ahora. No solamente una vida que trasciende la duración del tiempo y sobrepasa los límites de la muerte, sino la vida definitiva, la que todo ser humano anhela. Una vida así sólo es posible si entramos a participar en la vida de Dios. Y eso es justamente lo que Jesús nos ofrece y promete.

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